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Aquella mañana don Filemón, el portero del edificio ubicado en la calle Sonora número 149, en la colonia Hipódromo Condesa, recibió un sobre cerrado; estaba dirigido a la agencia de viajes Cubanacán que rentaba el piso tres del inmueble. Era el 24 de mayo de 1997 y mientras terminaba de realizar algunas tareas, dejó el sobre entre los tanques de gas ubicados en la entrada de la portería. Pasadas las 11 de la mañana subió y lo colocó en la entrada principal de la agencia conformada por una doble puerta: una de reja metálica y otra de madera.

A don Filemón le pareció normal que en sábado llegara correspondencia para Cubanacán; en días anteriores fue notificado que esa tarde llegaría de visita el cónsul cubano y la agencia solicitó permiso a la familia Carrillo (propietaria del inmueble) para estacionar el auto del funcionario dentro del edificio.

Esa tarde los Carrillo salieron por casualidad y, por ser fin de semana, las oficinas, estaban vacías. Por eso nadie se vio afectado cuando a las seis de la tarde estalló el sobre que el portero había dejado en la entrada de Cubanacán, que también se encontraba vacía porque no llegaron ni sus empleados ni el cónsul que acudiría.

La explosión dañó principalmente esa oficina mientras que los despachos ubicados en los pisos uno, dos y tres, tuvieron sólo vidrios rotos y puertas deshechas. El elevador corrió la misma suerte: perdió su puerta y quedó desnivelado.

Cuando la familia Carrillo regresó por la noche se sorprendió al encontrar a los bomberos y al grupo Zorros, de la policía capitalina, quienes buscaban información relacionada con la explosión del sobre bomba, pues no era la primera vez que ocurría; sus registros indicaban otras explosiones similares en diversas oficinas cubanas en México y el extranjero.

El caso de Sonora 149 le fue adjudicado al terrorista cubano, naturalizado venezolano, Luis Posadas Carriles. Por esa razón, la aseguradora de Cubanacán (Seguros Monterrey) no pagó a la familia Carrillo los 70 mil pesos de la reparación de los daños. “Es que la póliza contratada no incluye actos terroristas”, les informó.

Un ingeniero amigo de la familia evaluó el inmueble y determinó que la explosión no dañó la estructura del edificio de siete pisos con planta baja. Pero 20 años después, un sismo de magnitud 7.1 sí logró colapsar el piso cinco donde murió Lourdes Baeza, la madre de Flor, quien es la actual propietaria de la edificación que forma parte de la lista de construcciones a demoler por el gobierno capitalino a consecuencia del 19 de septiembre.

Golpe a golpe

Los mazos destrozan la estructura de la losa del quinto piso. Han pasado sólo dos semanas desde que iniciaron los trabajos de demolición, los pisos siete y seis ya no existen. Flor Carrillo y su padre Enrique miran el trabajo de los albañiles desde la avenida México; aunque se mantienen fuertes y realistas, para ellos esta demolición, más que un mero trámite dentro del capítulo de reconstrucción de la Ciudad de México, significa ver caer en pedazos medio centenario de historia familiar.

Sentados en un café ubicado a veinte metros del lugar, Flor y su padre Enrique hablan del sentimiento que esto les provoca. “Para mí es una gran tristeza porque viví allí con mi esposa, todo el matrimonio. Fue un edificio bonito que todos admiraron. Por eso prefiero no ver su demolición”, confiesa él.

“Ahorita que lo derrumban, a nosotros se nos derrumba la vida porque nuestro corazón va allí. En la entrada tenía con letras Sonora 149, pero con el tiempo una letra se cayó y sólo quedó Sono_a. Queríamos conseguir la misma letra para no romper la tipografía, pero nunca la encontramos”, cuenta ella.

En realidad esa no iba a ser su casa. En 1969 su abuelo Jorge Baeza (secretario general del Sindicato de Trabajadores de la Industria Cinematográfica) se inclinaba más por comprar otro terreno, el de la esquina de Insurgentes y Sonora, donde hoy se ubica el bar Sixties.

“Mi abuelo quería comprar un lugar para construir tres departamentos, uno para él y dos para sus hijos. Le gustó aquella esquina, pero no la consiguió y terminó comprando el de Sonora 149. El arquitecto que contrató para la edificación le aconsejo que, en lugar de construir sólo tres departamentos, construyera también despachos para rentar. Así nació la idea de este inmueble de cinco pisos para oficinas y tres más para departamentos familiares”, relata Flor.

El arquitecto sabía de lo que hablaba. Don Jorge no había visualizado entonces el potencial que tenía su terreno en aquella zona donde existió el Hipódromo y la Plaza de Toros Condesa. Tampoco imaginó las ventajas que éste le daría al paso de los años en esa colonia de clase media alta donde vivían poetas, pintores, escritores, médicos y actores. Enrique, padre de Flor, pone un par de ejemplos: Dolores del Río vivía en la calle Ámsterdam igual que Mario Moreno Cantinflas.

“Los judíos acababan de llegar. Venían de la colonia Roma y querían establecerse aquí, cerca de nuestro edificio. Con decirte que querían comprar el Parque México, pero no lo consiguieron, así que sólo vivieron aquí mientras establecieron sus negocios de ropa en el centro de la Ciudad a la que llegabas en minutos en auto”, comenta Flor.

Antes de finalizar los 60, el edificio de Sonora 149 se levantó en un espacio de 560 metros cuadrados. Y mientras terminaban su construcción la familia Carrillo vivía en un inmueble de la calle Citlaltépetl. Cuando la obra concluyó (a principios de los 70), éste se convirtió en lugar emblemático de la zona por su fachada de mármol y servicio de interfon, el más novedoso en aquellos años.

Naturalmente los despachos no fueron rentados a cualquier persona. En este caso los cuatro pisos fueron tomados por la Siderúrgica Lázaro Cárdenas, mientras que en la parte baja destinada a dos locales comerciales, se estableció una de las primeras cafeterías de la Hipódromo Condesa con todo y pastelería.

Con el tiempo los giros mercantiles fueron cambiando; Flor lo sabe porque pasó allí una parte de su infancia y toda la adolescencia. “Aquí se instaló una de las primeras casas de venta de papel tapiz, que fue un elemento muy socorrido en la decoración de los años 70 y 80. Lo mismo ocurrió con una de los primeros despachos de bolsa de trabajo que, aunque ahora son muy comunes, en aquel tiempo fue la novedad. En los 90 estuvo aquí una de las primeras clínicas para adelgazar que también tenía servicio de cosmiatría facial con ácido hialurónico.

“Se instaló aquí por el tipo de zona que ya era clase media y no media alta como en los 70. De hecho, ya para aquel entonces los judíos ya habían dejado la Condesa para mudarse a Polanco”, explica.

Don Enrique aporta un dato relevante. “En aquel entonces que era finales de los 90, muchos de los artistas que aquí vivieron ya habían muerto, otros envejecieron y en los siguiente 15 años vimos muchos cambios”, cuenta.

“Con la apertura a la diversidad sexual empezaron a llegar muchos gays, muchos perros y vino el boom de restaurantes que, popularmente, cambiaron en nombre de la Condesa por la fondesa”.

Para el siglo XXI los locales y oficinas en renta fueron ocupados por una tintorería, un negocio de aires acondicionados, la venta de máquinas para gimnasio; un despacho de diseñadores, otro de abogados y hasta un dentista. “Si la zona no se convirtió en popular fue porque aquí llegaron a vivir algunos políticos como Marcelo Ebrard, quien vivió junto a la escuela de Gastronomía, o un famoso periodista que vive al lado nuestro”.

Con los pies por delante

Lourdes Baeza, mejor conocida en la colonia como Lulú, fue la esposa de Enrique. Si bien ella fue durante el 19-S la única persona que murió en el edificio tras el colapso del quinto piso, la realidad es que ella amaba vivir en ese departamento familiar que siempre decoró con las últimas tendencias de la moda. “’A mí sólo me sacan de aquí con los pies por delante’, nos decía mi mamá. Y así fue cuando los topos vinieron a rescatar su cuerpo de entre los escombros”, cuenta Flor.

Por eso ella y su padre resienten más que nadie ver caer en pedazos el inmueble donde vivieron una parte importante de su vida; en un lugar que fue emblemático en la colonia Condesa. “Se cierra un ciclo y se abre otro. Nos duele mucho el cierre parcial de los negocios aledaños porque son nuestros amigos. Son muchos los cambios que vendrán y ojalá la sangre nueva que llegue, refresque y borre un poco la tristeza que nos invade”, desea.

En unas cuantas semanas Sonora 149 dejará de ser un edificio clásico en la Condesa y se convertirá en un predio baldío que probablemente sea puesto en venta como un simple terreno con ubicación privilegiada en una de las calles más transitadas de la zona: la avenida que lleva el mismo nombre.

“Este edificio creció con nosotros y sus negocios”, resume don Enrique. “Me gustaría mucho volver a verlo de pie en una nueva etapa. Admirarlo, aunque quizás ya no sea de nosotros. Venir a dar una vuelta y decir ¡Mira, yo viví ahí!”.

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