Pensar en Texas, es apuntar al territorio vitivinícola más antiguo de los Estados Unidos. La vid llegó a esta región a mediados del siglo XVII, junto a los misioneros franciscanos que comenzaron a producir vino sacramental en sus valles occidentales. La prohibición, sin embargo, eliminó a toda la industria vitivinícola texana; no fue hasta la década de 1980 que el vino comenzó a renacer gracias a la investigación y experimentación de sus agricultores.

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Hoy, ocupa el quinto lugar en producción vitivinícola en los Estados Unidos, después de Washington, Oregón, Nueva York y California. Su industria, con cerca de un mil 500 hectáreas de viñedos, aporta más de 20 mil millones de dólares de valor económico para el estado de Texas y es fuente de trabajo para 141 mil personas, incluidos muchísimos trabajadores de origen mexicano.

Aquí, la vid representa un universo de cepas, estilos, sensaciones, aromas y sabores, que nacen en una franja de más de 960 kilómetros de extremo a extremo del estado. Hace algunas semanas recibí a un grupo de productores texanos en las instalaciones del Wine Bar by CMB. Confieso, querido lector, quedar maravillado con la diversidad y calidad de vinos catados, y me atreveré a decir, sabiendo que mi comentario podrá herir susceptibilidades, que Texas es el secreto mejor guardado de la vitivinicultura de los Estados Unidos.

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Lo primero a destacar es la climatología del estado, distinta al resto de las zonas productivas de mayor fama en la Unión Americana. Los vinos en Texas se cultivan en un clima dominantemente subtropical húmedo, con veranos largos y calurosos, heladas ocasionales, tormentas y tornados inesperados; los enólogos se concentran en cepas con buena capacidad de adaptación y trabajan con un absoluto enfoque en los microclimas.

Cabernet Sauvignon, Tempranillo, Chenin Blanc, Chardonnay y Sauvignon Blanc se cuentan entre las cepas dominantes, aunque también hay buenos resultados alrededor de Cinsault, Mourvèdre, Sangiovese, Viognier, Vermentino, Muscat, Malbec, Tannat y el típico blend Marsanne – Roussanne. Las regiones productivas dentro del estado son igual de diversas.

El Centro-Norte de Texas abarca el tercio norte del estado desde la frontera de Nuevo México, a través del Mango de Texas y hasta Dallas. Esto incluye a High Plains, con la mayor concentración de productores y responsable del 70 a 80% de la producción total. Aquí, los vinos se elaboran a más de mil metros sobre el nivel del mar, en terrenos planos con veranos largos, calurosos y secos, y noches frescas que favorecen la obtención de frutos de calidad.

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En el extremo Norte están floreciendo bodegas y viñedos gracias a la gran concentración de suelos franco-arenosos profundos y, por supuesto, a la cercanía con el Dallas-Fort Worth metroplex. La región Sudeste (Gulf Coast) incluye el área al sureste de Austin y San Antonio, incluido Houston y sus ciudades circundantes, relevantes puntos de comercialización para el vino.

La zona se caracteriza por cálidas brisas y microclimas aislados. En el extremo suroeste, a lo largo de la frontera con México, se encuentra Val Verde, la bodega en funcionamiento continuo más antigua de Texas. Y después están el Oeste de Texas, seco, con suelos fértiles e inviernos suaves, que permiten la producción de uvas de calidad en tres de las ocho AVAs que posee el estado: Mesilla Valley, Texas Davis Mountains y Escondido Valley. Y Texas Hill Country, cuyas colinas de piedra caliza y arroyos atraen a miles de enófilos cada año.

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