Brenda Miguel Velázquez es de Talquián Viejo, en el municipio de Unión Juárez, Chiapas. Tiene 33 años y lleva 10 trabajando en el café. Su padre fue . Ella y su madre fueron pizcadoras. Al casarse, su suegro le donó un terreno y ahí fue donde comenzó su propio cafetal. Ahora tiene tres hectáreas y las cultiva con prácticas agroecológicas pues sabe que habita en la zona de la Reserva de la Biósfera del Volcán Tacaná y quiere conservar el que ha sido el hogar de sus ancestros y ahora lo es de sus hijos.

Aunque su esposo le ayuda a distancia —está en Estados Unidos—, ella es quien toma las riendas: contrata gente y le cobran desde $20 hasta $150 pesos el día de labor, dependiendo lo que hagan y su dificultad. Aún así, muchas veces es más el gasto que la recuperación: al inicio invirtió 60 mil pesos para resembrar—decidió empezar de cero para tener cafetos más saludables—. Antes no hacía inventarios ni balances de ingresos y egresos.

Conoce los retos que enfrentan los caficultores del Tacaná, Chiapas
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Además, siembra maíces, frijoles y otros alimentos como la hierba de trapo, la hierba mora o el quelite dulce, además de otras que son menos conocidas fuera de la región como la pacaya. “Nosotros vamos al cafetal sin ningún peso y regresamos con verdura”, expresa. Sabe que esta es la alacena para los suyos: la soberanía alimentaria es una fortuna, pero también una condición de sobrevivencia.

Ella es parte de Productores Orgánicos del Tacaná , una cooperativa conformada por 150 caficultores de los municipios de Cacahoatán y Unión Juárez, en esta región limítrofe con Guatemala. Los asociados provienen de pueblos como Barrio Nuevo, Toquián y las Nubes, Eureka, Santa Teresa, San Rafael, Fracción Azteca y más que desean unirse pues tienen una alianza con la cadena Toks: 80% del café que se sirve en sus establecimientos proviene de esta red.

Genaro Roblero, presidente de su consejo administrativo—quien también se dedica a esta actividad—, explica que durante este ciclo acopiaron 92 toneladas para la empresa restaurantera antes mencionada, que a su vez hace equipo con Rainforest Alliance, Fundación Gigante y la Plataforma SAFE de Hivos.

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Juan Pablo Solís, gerente de desarrollo de programas de esta organización sin fines de lucro, agrega que el valor de esta iniciativa es que haya compañías que piensen en lo local. “Hay productores que, por su tipo de café, no van a poder competir con uno de especialidad en los mercados internacionales, pero eso no significa que tengan uno malo. Lo que hay que hacer es identificar el mercado para ellos”, explica.

Además, invertir en las zonas productoras es vital: sin entornos bioculturales, no habrá planta. “Esto va más allá de la buena voluntad: si no se hace nada, la afectación al negocio es directa. A largo plazo, más y más se están dando cuenta de que es necesario invertir en los ecosistemas y en las personas que producen. No es la mayoría, pero está creciendo esta tendencia”, dice.

José Rosendo es el enlace con los caficultores. Él narra que en la zona hay mucha migración, pero no hay oportunidades. Por lo general, les pagan a $25 pesos el kilo, además de que sortean el coyotaje. Con este vínculo se logró que se les diera $40—y por cada costal obtienen entre $600 y $700 pesos—.

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Vicente Bartolón de Ejido Talquián y José Pérez Escalante de San Isidro también son parte de este grupo y concuerdan en que si bien con este programa reciben más que en otros contextos y esto es benéfico, tienen que invertir lo que ganan de inmediato para hacer labores culturales, pagar mano de obra, así como en el cuidado de sus cultivos. “Lo que nos va quedando a nosotros es poquito”, afirma Vicente.

Él agrega que con eso también debe mantener a su familia y a veces no alcanza a terminar el año por lo cual tiene que acudir a prestamistas—el pasado, por ejemplo, solo se quedó con 10 mil pesos de los 25 o 30 mil que invirtió—. “Pienso que el productor a veces no es valorado por todo el esfuerzo que hace”, opina, ya que desde su perspectiva, los más castigados son quienes trabajan la tierra.

Lesly Aldana, gerente de proyectos para Rainforest Alliance México , explica que la iniciativa “Mercados para un futuro sustentable” busca un grupo de corporaciones comprometidas con prácticas responsables a nivel social y ambiental desde 2018. Además, buscan cambiar su cadena de suministro por fuentes sostenibles. Ambas son un reto: algunos empresarios aún tienen la idea de que estos productos son mucho más caros y la realidad es que hay gamas para varios bolsillos, además de que a nivel mundial aumenta la demanda por ellos.

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El café de Productores Orgánicos del Tacaná que vende Toks tendrá la certificación Rainforest Alliance , que avala el cuidado del eje social, el ambiental y el económico, además de un beneficio a las comunidades. “Este tipo de empresas ayudan a llevar el liderazgo para generar este movimiento con otras y que se inspiren, que digan yo quiero hacer lo mismo”, añade Lesly.

La zona del Tacaná tiene muchos otros retos sociales y ambientales—como la roya, los incendios que afectaron 72 hectáreas en 2018 (que ya se están reforestando) y el descortezador de pino—, entre otros. Si cada consumidor se pregunta: “¿a quién le compro el café que bebo cada mañana?” y exige una mejor calidad e información clara sobre el origen y las condiciones en las que llegó el grano a su taza, los cambios se generarán y habrán mejores esquemas de justicia laboral y económica. Todo suma.

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