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Una mañana de agosto de 2014, Magdalena le dijo por teléfono a su padre, Diego Aguilar Zamora, que no aguantaba más, quería separarse de César. La respuesta fue casi inmediata: “Salte, toma sólo tus documentos y los de los niños, no te traigas ropa, te espero afuera”. Ese día su esposo no estaba en casa.

Se apresuró, buscó los documentos, guardó algo de ropa y dejó la casa donde vivió tres años con César.

En 2011, Magdalena Aguilar Romero y César Gómez Arciniega se conocieron. Se hicieron novios y a los seis meses la joven se embarazó; se fueron a vivir juntos y después se casaron.

La vida para Magdalena cambió de golpe, tuvo que dejar de estudiar su carrera en nutrición para dedicarse a sus hijos y a su familia. Un año después, en 2012, con el apoyo de su papá y su mamá retomó su licenciatura en Iguala. Todos los días viajaba. A César le molestaba que estudiara.

La rutina comenzó a separarla de su familia. La respuesta para negarse era casi siempre la misma: “no puedo”; “estoy ocupada”. Habían empezado las prohibiciones de parte de César y los cambios en Magdalena comenzaron a hacerse visibles: no se arreglaba, en ocasiones no se bañaba, no salía, se negaba a ir a fiestas, pero había un rasgo que no dejaba dudas de su nueva vida: Magdalena había adelgazado al extremo.

“Cuando le preguntábamos a los niños por lo que comían, siempre nos contestaban lo mismo: papas con salsa”, cuenta Saúl, el hermano menor de Magdalena.

En la familia de Magdalena hay muy pocos recuerdos de convivencia entre ellos y César. Saúl fue el que más convivió con César y Magdalena cuando eran novios. Desde entonces notó que su cuñado “era machista, celoso, posesivo, homofóbico”, dice.

Un día, cuenta, le marcaron a Magdalena de la oficina de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) para pedirle que se presentara a regularizar la situación fiscal de su joyería. ¿Joyería de plata?, se preguntaron todos. A escondidas, César habían puesto a nombre de Magdalena una joyería de plata que administraba un familiar de él. César tiene 35 años y la familia de Magdalena nunca supo a ciencia cierta a qué se dedicaba.

Tres años duró la relación entre César y Magdalena, y ese día de agosto cuando salió huyendo, todos creyeron que estaba a salvo.

El último beso. La mañana del sábado 13 de enero, Magdalena llegó hasta la cama de su madre, María de los Ángeles Romero, le dijo que iba a dar unas consultas particulares, después iría por sus hijos y volvería. Le dio un beso en la frente y se despidió.

Después de separarse de César, a Magda —como le decían sus familiares—, le volvió el gusto por salir a tomar el café con sus amigas, por arreglarse, por pintarse, por ejercitarse, por leer, por ir a comer con su familia, por llevar a sus hijos a jugar al zócalo. “Ya siempre estaba alegre”, coincide su familia.

“Magda era una guerrera”, recuerda su papá, un hombre que forjó a su familia como minero, el principal oficio en Taxco hace unas décadas.

En esos tres años, Magda estuvo protegida y apoyada por toda su familia. “A ella la pusimos en el centro, la apoyamos, porque queríamos que saliera adelante”, dice su padre. Mientras Magda iba a la escuela o a hacer su servicio, uno de sus hermanos iba por los niños a la escuela, el otro los cuidaba mientras llegaba, pero nunca estuvo sola”, afirman.

Magda, dice una de las integrantes del Colectivo Camina Violeta en Taxco, siempre estuvo en riesgo, un riesgo que nunca se midió. Explica que cuando se da una separación como la de Magda, que se escapó, en el ex esposo se genera un coraje mayor.

Las mujeres, que prefieren omitir su nombre por seguridad, dicen que en un sistema de salud donde Magda fue atendida por violencia, la clasificaron con un riesgo muy alto. Esta clasificación fue enviada al MP y al área de apoyo a mujeres del ayuntamiento de Taxco para que le dieron seguimiento a su caso.

“Lo que pasó es que no hubo el acompañamiento adecuado de las instituciones, el MP tuvo que haber ido a visitar a Magda para verificar su situación y eso nunca pasó”.

Las integrantes de este colectivo explican que el principal obstáculo que enfrentan las mujeres violentadas son las instituciones: no activan pronto los protocolos de protección, dilatan en tomar las denuncias, y cuando se da la violencia las reacciones son muy lentas.

En el caso de Magda, fue tan lenta la actuación de las autoridades que —cuentan las integrantes del colectivo— la mañana del domingo 21 de enero vieron a César comprando su desayuno con toda tranquilidad en el centro de Taxco, pese a toda la difusión que ya había por la desaparición de la joven.

No daba para la manutención. El jueves 11 de enero, Magdalena le entregó a sus dos hijos a César. Después de 2015 habían acordado que ella los tendría de lunes a viernes y él, los fines de semana.

El sábado, César tenía que entregarle a los niños a Magdalena. Acordaron verse a la 1:00 de la tarde en zócalo de Taxco. César no llegó y le propuso que mejor a las 2:00; tampoco llegó, después que a las 5:00 y tampoco. Entonces fue cuando Magdalena decidió ir a buscarlo hasta su casa en Barrio de los Abodes, en la calle Guadalupe.

A las 5:00 de la tarde, Magdalena también se comunicó con su madre; le dijo que la esperaba para ir juntas a la misa de cada año de su bisabuela. Magdalena no llegó a la misa. María de los Ángeles le mandó un primer mensaje por WhatsApp, con una imagen; después otro donde le avisó que la misa había terminado y que ya se iba al rezo, y un tercero: “¿qué pasó?”. Este último ya no llegó.

“En ese momento me comencé a preocupar, pero también a molestar porque pensé que Magdalena había vuelto con César”, dice María de los Ángeles.

Llegó la noche, pero Magdalena no. Todas la llamadas mandaban directamente al buzón. En la familia trataron de calmarse. Se durmieron y al siguiente día la buscaron.

El primer lugar al que acudieron fue a la casa de César. Los recibió Silvia y el mismo César, ambos aceptaron que Magdalena estuvo ahí, pero que alrededor de las 6:00 de la tarde se fue sin los niños. César tenía la cara rasguñada.

Fueron al Ministerio Público a denunciar la desaparición de la joven. Los nueve días de búsqueda que siguieron corrieron por parte de la familia, los amigos y grupos de apoyo a mujeres. Montaron una campaña por las redes sociales, pegaron volantes por todo Taxco.

La familia nunca perdió de vista que los principales sospechosos eran César y su madre. Trataron de mantener vigilada siempre la casa y por la presión que estaba generando, un grupo de policías ministeriales entró a la casa de César pero no hallaron nada.

Esos días fueron de desesperación, de estrés, angustia. María de los Ángeles recibió llamadas pidiéndole dinero, incluso hasta de burla.

El sábado 20 recibió una llamada a la que no le dio crédito: “Su hija está en la casa de César, la tienen en cacerolas”. El lunes todo quedó al descubierto: en un local de César fue encontrada Magda hecha pedazos en unas cacerolas.

Silvia, la madre de César, fue vinculada por un juez a proceso como presunta copartícipe en el crimen de Magdalena. César está prófugo y la Fiscalía General del Estado ofrece una recompensa de 500 mil pesos por información que lleve a su captura.

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