Tapachula.— Eran las 8:48 horas cuando me alertaron sobre una protesta de migrantes en la Feria Mesoamericana, lugar habilitado como centro de detención de migrantes extracontinentales.

Tomé mi cámara y en menos de cinco minutos estaba frente a un enorme portón negro. Atrás se escuchaban voces: “¡Ayuda, justicia!, ¡Ayuda, justicia!”.

Trataba de tomar fotos y videos por pequeñas rendijas del portón, pero efectivos militares y guardias de seguridad me bloqueaban.

Una mujer con su hijo en brazos se acerba a la rendija y me decía: “¡Ayuda!, mi hijo enfermo, mire”, mientras un guardia de seguridad la empujaba para evitar que yo tomara imágenes.

Mientras los guardias y militares continuaban tapando las pequeñas rendijas con sus manos, yo buscaba desesperada otro lugar para poder documentar lo que sucedía atrás de ese enorme portón, donde se escuchaba el alboroto.

Mi vista se fue hacia el suelo y vi que por ahí podía captar lo que sucedía. Me tiré al piso y empecé a documentar lo que ocurría.

Un policía federal se percató de que estaba grabando y avisó a los militares y guardias, quienes pateaban piedras, tierra y otros desechos hacia la cámara y mi rostro.

De pronto, la misma mujer que mostraba a su hijo enfermo rompió la valla humana, se tiró al suelo y en medio de las botas de los militares, suplicaba ayuda.

Muchos sentimientos invadían mi corazón: tristeza, enojo y hasta frustración. Me preguntaba cómo ayudar a esta mujer y a su hijo, y me respondía que documentando lo que pasaba, sin importar la agresión de los policías.

La piel se me erizaba por sus gritos, al ver el rostro de una madre desesperada por su hijo enfermo, clamando ayuda no podía quebrarme, tenía que seguir apretando el botón de la cámara.

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