Piedras Negras.— José Mendoza Ventura, migrante hondureño, mira a sus dos hijos aventar piedras al río Bravo, que separa México de Estados Unidos. Desde el lado mexicano, en Piedras Negras, Coahuila, se comunica con su esposa Flor, que hace una semana cruzó a Estados Unidos y logró el asilo. Para José y sus hijos mayores, la espera continúa.
Flor cruzó junto a su hija de 14 años y un niño de 11, pero como sus dos hijos grandes son mayores de edad, el proceso es distinto, platica José. “Estamos esperando qué día nos pasan para la cita”, comenta mientras de fondo se ve el Puente Internacional I, donde diariamente atraviesan cientos de personas.
El padre José Valdés, asesor de la Pastoral Migratoria y defensor de derechos humanos, cuenta que muchos migrantes tardan hasta dos meses en lograr una cita con las autoridades de Estados Unidos para solicitar asilo humanitario.
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Dice que el albergue Frontera Digna atiende hasta 40 migrantes diarios que están en espera.
El hondureño José Mendoza y sus hijos tienen apenas ocho días en Piedras Negras, pero relata que llevan ocho años en México, pues han tenido que huir de estado en estado después de que su hija de 14 años fuera violada por una persona que, asegura el migrante, los ha estado persiguiendo.
“Traíamos pruebas de la fiscalía que mi hija fue violada y que la andaban persiguiendo, y por eso yo creo que le dieron el pase. Ahora esperamos por nuestra pasada, luchando para que le den la pasada a ellos [sus hijos mayores]”, menciona.
El migrante de 52 años relata que en Tamaulipas trabajó en una compañía de limpieza y sus hijos en taquerías. “Estábamos sobreviviendo”, recuerda. Pero el acoso de la persona que violó a su hija continuó.
Ahora, por primera vez, se separó de su familia. “Es difícil, nos dividieron después de tanto tiempo. Estamos buscando reunirnos y ver si nos podemos establecer del otro lado”.
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Prefieren quedarse
El padre José Valdés menciona que las largas esperas de los migrantes para lograr su cita con las autoridades estadounidenses, les provocan desesperación, al grado que muchos piensan en quedarse a trabajar en México.
Es el caso de José María Salguero, un hondureño de 35 años. Él iba rumbo a Monterrey arriba del tren, pero se quedó dormido y llegó a Torreón. De allí decidió llegar a Piedras Negras.
“El sueño lo dobla a uno porque son a veces días sin dormir”, menciona. Lleva un mes viajando y quería llegar a Monterrey porque un primo trabaja allá.
A pesar de que Estados Unidos está a un río de distancia, José María no quiere cruzar. “No tengo familia en Estados Unidos, nadie que me reciba. Lo que quiero es un trabajo aquí, conseguir un cuartito, un techo y trabajar”, platica.
“Dejamos al migrante con plena libertad para que decida qué hacer de su vida y su familia”, dice el padre José.
Sobre los venezolanos que son deportados por Estados Unidos, explica que son entregados a las autoridades migratorias mexicanas y trasladados directamente a Monterrey.
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