Chilpancingo.— El gobierno federal se propuso declarar en 2030 a México como un territorio libre de analfabetismo. En Guerrero, el segundo estado con mayor rezago educativo de todo el país, el ritmo para cumplir con esa meta va sumamente lento.
En 2020, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) registró que en esta entidad, 13 de cada 100 habitantes mayores de 15 años no sabían leer ni escribir, una tasa sólo menor a la de Chiapas.
En total, se estima que 310 mil 327 guerrerenses son analfabetas.
De acuerdo con el documento Balance Operativo Enero-Agosto, emitido el 5 de septiembre pasado, el Instituto Nacional para la Educación de los Adultos (INEA) se puso como meta alfabetizar a 24 mil 200 personas mayores de 15 años en Guerrero durante 2025.
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Además, busca incorporar a primaria a 7 mil 725 y a secundaria a 10 mil 148 personas mayores de 15 años. En total, planea que 42 mil 73 personas acrediten la alfabetización y concluyan la educación básica.
Sin embargo, según cifras del reporte, de enero a agosto se han alfabetizado apenas a mil 497 personas —sólo 6% de la meta—. A este ritmo, se estima que para finales de 2025 apenas estarían logrando alfabetizar a 9.0% de las más de 42 mil personas objetivo.
Entre las razones por las que el avance en la meta de alfabetización es lento están: que los alfabetizadores son voluntarios sin salarios, sin derechos laborales, y solamente reciben “gratificaciones”.
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Precariedad salarial
Un formador al mes puede ganar 5 mil pesos, mientras que un alfabetizador apenas mil pesos, pero ese pago depende de que sus estudiantes aprueben los exámenes.
Los alfabetizadores legalmente son voluntarios, sólo reciben una gratificación por su labor, pero en los hechos son trabajadores que cumplen con funciones específicas y tienen exigencias para lograr objetivos.
Estos son los testimonios de alfabetizadores que pidieron reservar su nombre para evitar represalias.
Un alfabetizador atiende a 10 estudiantes en un mes, y su salario depende de los alumnos que aprueben los exámenes, es decir, por cada uno de sus estudiantes que apruebe, él cobra 150 pesos, pero si de 10, sólo cuatro pasan los exámenes, el alfabetizador únicamente cobrará 600 pesos sin importar el trabajo que realizó durante todo el mes.
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A la pregunta de ¿cómo alfabetizar en estas condiciones?, señaló: “Me he puesto a pensar en eso. Mis gastos son mínimos: comida, servicios básicos y no tan frecuente compro ropa. No consumo mucho, me muevo a pie en la ciudad; cuando puedo y si no está tan lejos, voy caminando a ver a los estudiantes. Sé que es importante el dinero para cubrir los gastos básicos, y no es que sea dejado, quiero que me paguen de manera justa por lo que hago. Lo justo sería que nos pagaran por lo menos el salario mínimo, pero en el INEA no valoran todo el trabajo que hacemos, sólo nos exigen”.
Pese a las condiciones de trabajo, el alfabetizador confiesa que disfruta lo que hace “el modelo educativo permite establecer lazos, fraternidad, ver la educación desde las experiencias. Acá la relación es de compañeros, no de profesor-alumno. Estar acá me ha abierto puertas, he conocido a mucha gente, muchos lugares y también he aprendido mucho con ellos. Lo más gratificante es cuando ves que se comprometen”.
Continúa, “la alfabetización los empodera, porque no sólo es leer, es saber leer documentos, manejar la tecnología básica. Los alfabetizados están más preparados para este mundo”.
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Menos presupuesto
Aunado a la falta de un salario digno, la escasez de alfabetizadores complica que se pueda dar cobertura a toda la población analfabeta.
Este año, el INEA sufrió un recorte presupuestal de 300 millones de pesos que impactó directamente en la estrategia contra el analfabetismo: fueron despedidos 12 mil 500 voluntarios en todo el país.
En el Instituto Estatal para la Educación de Jóvenes y Adultos de Guerrero (IEEJAG) hay 107 plazas comunitarias de alfabetización, y aunque no todas operan, muchas están sin alumnos, unas más con instalaciones que no cuentan con energía eléctrica ni con internet.
Hasta antes del recorte presupuestal en Guerrero eran 480 alfabetizadores y 54 formadores que recibían algún pago. Ahora, el IEEJAG cuenta con 34 alfabetizadores menos y 25 formadores menos.

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Un problema estructural
En Guerrero, el problema del analfabetismo es más profundo en los pueblos originarios.
En el censo de 2020, el Inegi definió a los 10 municipios con el mayor porcentaje de analfabetismo en su población.
La lista la encabeza Cochoapa El Grande, con 53.1% de la población mayor de 15 años que no sabe leer ni escribir; le sigue Tlacoachistlahuaca, con 39.6%, así como Alcozauca y Metlatónoc, con 38% cada uno. También están: Xochistlahuaca, Xalpatláhuac, José Joaquín Herrera, Atlixtac, Copanatoyac y Atlamajalcingo del Monte. En todos predomina la pobreza, la marginación y todos son de población indígena.
En julio de 2024, la Comisión Nacional para la Mejora Continua de la Educación (Mejoredu) determinó que Guerrero es el estado con el mayor porcentaje con población indígena de 15 años y más que es analfabeta: 27.3% de ese grupo está en esa condición, por arriba de la media nacional, que es de 16.3%.
Mejoredu indica que en la entidad el promedio de escolaridad en la población indígena es de 6.1 años, apenas y terminan la primaria.
Para los municipios indígenas apenas hay unos 30 alfabetizadores que tienen asignada una gratificación por su labor.
Educar en la adversidad
En 1993, David Teliz Martínez vio un anuncio del INEA que solicitaba técnicos docentes, no lo pensó dos veces y fue a preguntar. Necesitaba trabajar, en su familia la crisis apretaba. Tuvo que dejar de estudiar en la Facultad de Filosofía y Letras.
No sabía de la docencia, no entendía la importancia social, era más la urgencia de contribuir con su familia. David fue el primero que operó una plaza comunitaria del INEA en Guerrero, ahora son 107, pero la mayoría están “tiradas”: sin internet, sin equipo, sin operatividad.
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Hace 15 años fundó la plaza comunitaria Ignacio Manuel Altamirano, la misma que opera en el Centro de Educación, Arte y Cultura Paulo Freire. David ahora es el coordinador del departamento de Servicio Educativos del IEEJAG.
La mitad de estos 15 años, la plaza comunitaria fue casi itinerante, anduvieron de un lugar a otro. Hace ochos años David apareció con sus estudiantes en el pórtico del Centro de Salud de la colonia Bella Vista, donde fundó el Centro de Educación, Arte y Cultura Paulo Freire.
En estos 32 años, David ha experimentado lo que es educar en la adversidad. Nunca, ni ahora, ha tenido las condiciones mínimas pese a la dificultad que implica educar a jóvenes y adultos.
El hombre explica que en el centro educativo les falta casi todo, el INEA no les paga ni el internet ni el agua, ningún servicio.
Hay un centro de cómputo con computadoras inservibles y obsoletas, que nomás estorban.
El centro de educación es, en realidad, un cuarto con divisiones: dos salones de dos por tres metros con puertas carcomidas por la polilla, el centro de cómputo que no sirve, una recepción y el pórtico, que sigue siendo utilizado como un aula.
Apenas, por iniciativa de los voluntarios, han ido construyendo una biblioteca, que en realidad es un cuarto estrecho de dos metros de largo por uno y medio de ancho.
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Los estudiantes que llegan al centro de educación son distintos, son singulares, tienen biografías escritas con la rudeza de la vida.
“La mayoría de los estudiantes que atendemos son personas que el mismo sistema formal de educación ya los rechazó. Aquí nos han llegado personas con problemas de alcoholismo, con problemas de violencia familiar, y los tenemos que entender. Son alumnos que necesitan mucha atención. Son estudiantes que llegan, luego se van, regresan al año, y eso complica porque en el modelo convencional, lleguen o no lleguen los estudiantes, los profesores cobran, acá no, acá hay que irlos a buscar, ellos priorizan primero comer, trabajar y luego estudiar”, expone David.
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