“¡La gente no se da cuenta de los errores, pero nosotros sí!”, dice entre risas Martín Hernández al recordar el diseño sonoro de Amores perros, que hoy cumple 20 años de su nacimiento mundial en el Festival Internacional de Cine de Cannes.

Entonces su experiencia en cine era nula al provenir de la publicidad y la radio. Y eso significaba no prever la grabación de audios para ser utilizados en el filme.

Recuerda que para la secuencia de cuando El Chivo (Emilio Echevarría) comete el asesinato de un restaurante, el sonido de la calle que se escucha en realidad es de Nueva York y los pasos, son de librería.

“Pero la película es tan potente que soporta un mal track de audio”, reitera el especialista, bromista, nominado en su momento al Premio Oscar por su labor en El renacido.

Un día de 1998, Alejandro Soberón pidió a Martha Sosa, ambos intentando levantar una compañía productora junto con los hermanos Federico y Francisco González Compeán, Mónica Lozano y Yissel Ibarra, buscar a Alejandro González Iñárritu.

Martha llamó a González Iñárritu, entonces uno de los publicistas más socorridos en México y a quien había conocido años atrás en un programa radiofónico de cine que ella conducía. En un restaurante, tras comida y tequilas después, acordaron que tan pronto hubiera guión listo, ella sería la primera en leerlo. El negro ya estaba de la mano del escrito Guillermo Arriaga en la confección de Perro blanco, perro negro, en el que tres historias confluían tras un accidente automovilístico.

“Lo tuve que leer cuatro veces para entenderlo bien, cada que lo leía, encontraba capas nuevas”, rememora la productora.

Ya con la luz verde, el cachorro comenzó a tomar forma. Tita Lombardo fue pieza fundamental: no sólo estaba en el set, sino que en preproducción resolvió el asalto que el director sufrió durante la búsqueda de locaciones y encontró la mejor manera para trabajar con los perros.

“Nuestro temor era que si se enteraba la China Mendoza (periodista y escritora) de que iba a haber peleas de perros podía pararnos la película y dije: ‘hagamos un making of de las peleas, de cómo el cuate que nos ayudaba hizo un sistema de bozales con hilo transparente y así podías ver que se lanzaban entre sí, pero no podían morderse; ya la maestría de Rodrido Prieto (el fotógrafo) hizo lo demás con sus ángulos”, detalla.

González Iñárritu, un melómano reconocido, echaba mano de los ritmos musicales para que el elenco entendiera lo que deseaba.

“Me decía: Bauche, vamos a hacer tal cosa y necesito que les digas esto y hablaba como tarara tum, era como un jazz”, recuerda Vanessa.

“La escena de la lavadora, entre Gael y yo se tuvo que repetir mucho porque Alejandro sabía cómo la iba a editar y con qué música, la rola que quería, necesitaba esa contraposición del amor y el descubrimiento”, señala la actriz.

La escena más complicada, recuerda Lombardo, sin duda fue el choque. Había solo un vehículo y los cálculos tenían que ser precisos.

González Iñárritu quería forzozamente la avenida Juan Escutia, en la Condesa, pues el personaje español sale a la tienda del edificio Basulto, ubicado en la zona.

“Todo el tiempo estuvimos en riesgo con esa película, pero cuando la ves, dices: ‘sí valió la pena’”.

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