Durante el presente siglo se estima oficialmente que en México más de 50 mil personas han desaparecido, jamás han regresado a sus hogares. Padres y madres buscan muchas veces con resultados poco alentadores.

Organizaciones civiles han denunciado la poca actividad de autoridades para reconocer cadáveres, enviándolos a fosas comunes y cada vez hay más reportes de levantamientos de jóvenes por parte del narco.

“No existe una palabra que defina a la orfandad que sienten los padres por sus hijos”, reflexiona la actriz Mercedes Hernández.

Ella, en Sin señas particulares, filme que se estrena este fin de semana en salas, interpreta a una mujer que busca a su “pequeño” y se encuentra a un joven deportado (David Illescas), que desea encontrarse con su madre, a quien no ha visto en años, en medio de un clima de violencia.

“El personaje no tiene dinero, no tiene esposo, no tiene nada, sólo a su hijo al que quiere encontrar, aunque todos le digan que no lo logrará”, añade Mercedes.

Ganadora de una cuarentena de premios, entre ellos el del Festival Internacional de Cine de San Sebastián, es la ópera prima de Fernanda Valadez, quien con Astrid Rondero escribió el guión.

“Lo que comenzamos a vivir desde 2008 (en el país) tiene carácter de crisis humanitaria e incluso genocidio, nos ha llevado muchos años entender la magnitud de todo”, comenta Valadez.

Sin señas particulares se filmó principalmente en Guanajuato, con algunos días en Tecate, Baja California, entre diciembre de 2017 y diciembre de 2018. Fue de los últimos proyectos aprobados por el extinto Foprocine.

Valadez y Rondero se fueron a vivir por un año a la entidad del Bajío y comenzaron a hacer comunidad con sus habitantes, quienes llegaron a colaborar en la construcción de las casas que salen en pantalla.

“Hay partes que hicimos en formato documental —recuerda Mercedes—, por ejemplo fuimos a grabar a una casa de migrantes en Tecate, para la secuencia me formé como migrante, me revisaron e interrogaron, me dieron un platazo de frijoles, papa, arroz, pollo y un bolillito, yo estaba llena pero tuve que comer, cuando vi la escena dije: sí me veo ansiosa”.

Aunque el tema es triste, se buscó hacer algunas de las escenas más crueles con metáforas. La decisión, indica Valadez, era para plasmar más que la violencia, el impacto de ésta.

“Contar una historia como ésta requiere de mucho compromiso y amor, para aportar en su perspectiva algo más emotivo, que intelectual”.

Tras el lanzamiento en cines, la película continuará su recorrido gratuito por universidades o eventos de derechos humanos, y con el deseo de proyectarla también en cárceles.

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