Un esquema tradicional de Hollywood para hacer películas de suspenso plantea poner a tres o cuatro personajes persiguiendo al otro, hasta que éste se escapa trepándose a un árbol. El drama está en imaginar cómo el perseguido desciende del árbol y se salva.

El árbol es metáfora: se vuelve casa, pueblo, espacio cerrado. La idea es tan popular que aún se recurre a ella. Ejemplos sobran: Duro de matar, Máxima velocidad. Y el reciente La posesión de Mary (2019), tercer bodrio para cine del fotógrafo-director curtido en TV-series Michael Goi, cuya trama se pretende sobrenatural.

Va, pues, más o menos así: el capitán David (Gary Oldman), buscando mejorar su situación económica compra un misterioso barco. Su esposa Sarah (Emily Mortimer) no está convencida de que esto funcione. Sin embargo, se embarca a la aventura con sus hijas, la adolescente Lindsey (Stefanie Scott), la chiquitina que se llama igual que el bote, Mary (Chloe Perrin), porque algún nexo dizque fuera de lo común había que tener para justificar el ridículo de un navío que se posesiona de sus pasajeros; el novio de la primera, Tommy (Owen Teague), y el cuate de la familia Mike (el mexicano Miguel García-Rulfo), que le sabe a la navegación.

Del árbol simbólico, por supuesto el buque, en alta mar, de golpe y porrazo surge un espíritu. Uy. Qué. Miedo. O sea, es una casa embrujada en la inmensidad del océano de la que sería imposible escapar. Cosas raras suceden sin razón. ¿Por culpa del Triángulo de las Bermudas?

Sobrevivir no es opción, dados los antecedentes que en cierto momento se presentan.

Pero desde el principio se sabe quién sí lo logró porque ese personaje narra la historia.

El recurso es para darle lógica al completo fraude que es este barato producto de terror, árbol muerto cuyo concepto no sirve.

El director Goi no puede siquiera crear la asfixiante atmósfera que necesitaba el tema. Y eso que él mismo hace la fotografía. El resultado es en su mayoría absurdo, sin momentos de terror que sorprendan al espectador. Seria desventaja al tratarse de una cinta de ese género.

Lo que da miedo es imaginar cómo aceptaron los buenos actores (¿tenían alguna deuda impagable o nomás nunca leyeron el guión?) Oldman y Mortimer, el primero ganador del Oscar por interpretar a sir Winston Churchill; la segunda, de envidiable profesionalismo, se esmera por darle vida a un papel de lo más estereotipado en el inepto argumento de Anthony Jaswinski, quien calcó el viejo esquema con tamaña flojera —los personajes escapan hacia un espacio donde los espera su perseguidor espíritu chocarrero—, que el director más torpe habría buscado algo divertido para no hacer la solemnísima crónica del viaje maldito en árbol-embarcación que se desea se hunda lo más rápido posible.

Espanta pensar quién fue el poseído que vio en este churro una película profesional. ¿La tal Mary? Uy. Qué. Miedo.

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