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Durante los primeros años que Armando Vega Gil fue parte de Botellita de Jerez se encargó, como algunos músicos de su época, de construir una imagen de un rockstar que vivía de y para la música.

Cuando los años pasaron, el músico diversificó su arte hacia otras áreas como la literatura. Se enfocó en escribir libros, seguir componiendo y combinó su faceta en el rock con otra dedicada a los niños.

A los 55 años, Armando se convirtió en padre y en una de sus últimas entrevistas a este diario dijo que aquel acontecimiento cambió su manera de trabajar y de crear.

Contrario a lo que se piensa de los rockstar, que usualmente en el imaginario colectivo viven rodeados de mujeres y excesos, lavida de Vega Gil era más relajada y creativa.

Entrar a su casa era respirar inspiración por cada rincón, las paredes de su departamente en la colonia Narvarte estaban ocupadas por diversos libreros en los que se podía ver a aquellos escritores que eran la inspiración del artista; José Agustín, Parménides García Saldaña e Ignacio Betancourt ocupaban un espacio importante dentro de su hogar.

“No sé si me han influenciado pero sí me gustan mucho. Toda esta literatura de los 60 y 70, de esos primeros autores jóvenes a las que se les dio una voz. Claro que también Cortázar ha sido una gran inflencia para mí”, decía en aquel recorrido en 2016 que hizo EL UNIVERSAL en su casa.

Vega Gil también tenía a autores contemporáneos pues, señalaba siempre le había gustado leer mucho antes de ser músico, cuando estudiaba matemáticas y antropología. No era de sorprender que en sus estantes aparecieran nombres como Michael Turner o Haruki Murakami.

Al igual que la literatura, la música ocupaba gran espacio no sólo en su vida, también en su casa; los libros compartían espacio con CD’s y viniles y en algunos rincones de su casa se podía ver su gusto por músicos y grupos tan diversos como El Tri, Les Luthiers, Arcade Fire, Peter Gabriel o Sigur Rós.

En su estudio, el artista tenía instrumentos musicales, un teclado, algunas guitarras, bajos y su inseparable ukulele con el que decía le enseñaba a su hijo sobre música.

A sus 61 años (en aquel 2016) su casa era más similar a un museo con memorabilia del rock en español que a una casa convencional; en las paredes había algunos pósters de Botellita de Jerez, en algunos otros se veían los libros que había escrito hasta ese momento (Rockboy y la rebelión de las chicas, Permanencia involuntaria”, entre otros.

En el librero detrás de lo que era su escritorio de trabajo había fotografías, él decía que una de las que más le gustaban era la de su padre, —quien fue director de fotografía en el cine de Oro— junto a Tintán.

Vega Gil recordó que desde que se había convertido en padre en 2010 su casa no había vuelto a ser la misma. “Este lugar, además de ser mi casa, es mi estudio, lugar de ensayos, sitios de inspiración para escribir y también en una guardería en la que hay juguetes por todos lados”.

Esto no estaba tan alejado de la realidad, en elmismo sitio había juguetes preescolares sobre el piano, sobre el sofá y algunos de ellos incluso sobre el escritorio, lo que era cierto es que Armando desde pequeño enseñaba música a su hijo.

Entre los juguetes del niño de entonces seis años habían panderetas, pianos para niños y algunos instrumentos musicales creados para quelos menores se diviertan y como decía Vega Gil “para que sepa desdepequeño a lo que se dedica su padre”. Ahí entre libros, música e historia en la casa que fue el último refugio de Vega Gil.

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