La cineasta Greta Gerwig, con buenas tablas como actriz, sabe hacer personajes profundos.

Posee asimismo una calidad distintiva en sus guiones, y un gusto refinado para narrar visualmente.

Lo confirmó su segundo filme Ladybird (2017), por el que obtuvo dos nominaciones al Oscar como guionista y como directora.

Por su tercero, Mujercitas (2019), Gerwig obtuvo seis nominaciones, incluida Mejor película. Pero su dirección no fue reconocida.

Tampoco la fotografía, el corazón de este largometraje, con la que hace un relato consistente. ¿Una mejor película sin director? Qué absurdo.

Tal vez el ninguneo se deba a que usó material hoy poco convencional por anacrónico.

Adaptó la novela de Louisa May Alcott, que cumple 102 años de ser llevada a la pantalla, en 15 ocasiones previas, tanto en cine como en televisión, y 10 veces como mini serie.

El argumento aborda la vida de Jo March (Saoirse Ronan) y sus tres hermanas, Meg (Emma Watson), Amy (Florence Pugh) y Beth (Eliza Scanlen), quienes viven solas con su madre Marmee (Laura Dern).

Son los años 1860. Su padre lucha en la guerra de secesión de Estados Unidos.

El literario tono autobiográfico pasa de manera natural a la cinta, con Jo buscando ser escritora y que sus hermanas vivan una vida diferente a la que parecen destinadas.

El tema de la libertad que se obtiene al ir contra estereotipos sociales es recurrente en estas adaptaciones, que siguen funcionando, sobre todo por ser la de Alcott una literatura sentimental, sencilla, de buen armado dramático, atemporal. Pero siempre importa el uso del contexto, del tiempo, en el que se vuelve a producir esta obra.

Dos interpretaciones previas destacan. La hecha antes de la Segunda Guerra Mundial, en 1933 por George Cukor, y la de posguerra, de 1949, que dirigiera Mervyn Le Roy. Casi todas las producciones posteriores son matinées didácticas o resúmenes de la novela para evitar leerla. La tercera mejor versión para cine es la de Gerwig.

Ella, con magnífica sensibilidad, reinterpreta a Alcott desde una perspectiva siglo XXI. Incluye un extraordinario manejo de actrices, un planteamiento sobrio de las situaciones, una ambientación minuciosa a la que se suma el uso del color, utilizado creativamente por el cerebral fotógrafo Yorick Le Saux, que logra una identificación entre personajes y ambiente.

Gerwig reinventa el material original, cambia el ángulo siempre abordado, y devela la esencia de lo que pretendió en su momento Alcott (la vida de mujeres independientes en sociedad ligeramente hostil y resistente a los cambios); moderniza la sustancia de un microcosmos femenino que tiene aún mucho qué decir.

Logra así un filme que destaca, ante tantísimas versiones, por su singularidad. Una injusticia que la Academia hollywoodense menosprecie su trabajo en la dirección.

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