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La comedia de fórmula establece: a) la existencia de un protagonista medianamente , el sencillo padre Brad (Will Ferrell); enfrentado a b) un antagonista que se finge rudo, el macho alfa Dusty (Mark Wahlberg), con lo que se plantea una Guerra de papás (2015, Sean Anders). Para hacer eficaz la historia, el primero es torpe y el segundo hábil. Los chistes son las tonterías que hace uno y que el otro provoca, celebra o atestigua. Para imaginar entrañable la esencia del trasfondo hay un conflicto familiar: el torpe está casado con la esposa del rudo. Al final, el desorden se vuelve orden: aprenden a convivir felizmente. En lo que llega la parte dos.

¿Cómo empeorar una impresentable primera parte? Haciendo una Guerra de papás 2 (2017), sexto largometraje del siempre disparejo Anders, que “modifica” la fórmula convirtiéndola en oportunista comedia navideña. Se retoma el final de la primera parte, con los personajes aclimatados a su nueva realidad. Así que para provocar risas, Brad (Ferrell, sobreactuándose como él mismo) es cuate de Dusty (Wahlberg, convertido en su propio cliché), y juntos enfrentan un reto, no la relación de Dusty con su némesis Roger (John Cena) sino la Navidad con los padres de ambos: el duro Kurt (Mel Gibson), y el tierno Don (John Lithgow). Incluir nuevos personajes implica incrementar el catálogo de chistes, y establecer una supuesta dinámica de carcajadas. La clave es transformar a los padres de Brad y Dusty en sus caricaturas.

La comedia de fórmula requiere para su funcionamiento aplicar una serie de elementos: 1) un repertorio de chistes, empezando por los visuales que dan cuenta de cuán torpe sigue siendo Brad, luego los verbales que se rigen por dos vertientes: los crudos y abusivos, y los ingeniosos y ligeros, que se reparten entre los ahora cuatro protagonistas.

El resultado que se busca es ir de lo ridículo a lo exagerado, en plan de ver en qué momento se acierta con el chiste correcto.

El elemento 2) es: sumar las desesperantes torpezas, situaciones llevadas al extremo de lo absurdo, diálogos tanto divertidos como hirientes, para obtener el elemento 3): cumplir con la directriz de que la tomadura de pelo constante es increíblemente graciosa. Así se obtiene el elemento 4): insistir que la única dinámica cómica está en enfrentar personalidades dizque irreconciliables. Previo al final aparece el elemento 5) de la fórmula: gracias a la agresión constante casi naturalmente la armonía florece para el último elemento, el 6): una solución acorde con lugares comunes referidos a la Navidad y la familia.

Guerra de papás 2 tiene como ética y estética una violenta puerilidad. Sus personajes adultos se comportan como adolescentes bobos o majaderos. Aunque haya chistes que dan en el blanco (sobre todo por su incorrección), la película no es graciosa. Su problema fundamental es que carece de una historia que contar. Tan sólo suma situaciones, bocetos (repetir los chistes de la primera parte, por ejemplo, con los nuevos protagonistas; insistir que muchas de sus sangronas situaciones son en extremo originales), que sólo entienden aquellos que vieron la primera parte.

Sin duda que pronto habrá otra guerra de papás, aún más “papita”: la lógica comercial dicta que tras dos churros, la posibilidad de una tercera parte en otro lugar —un ingrediente de la fórmula consiste en mudarse a nuevas locaciones para que surjan “espontáneas” circunstancias de supuesta novedad—, bien vale la pena. Qué intrascendente desastre son estas comedias.

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