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Lo que define al guionista-director británico Martin McDonagh es el gusto por crear un difícil medio tono, donde la mitad de la película es una comedia de ácido humorismo y la otra un drama de acción policial. Sus dos cintas previas, En Brujas (2008) y Siete sicópatas y un perro (2012), daban en el blanco, siendo la segunda mejor. Parecía difícil superar esto. Lo logra en su tercer y mejor filme hasta la fecha: Tres anuncios por un crimen (2017), donde ese medio tono funciona a la perfección en la tensa historia de Mildred (Frances McDormand, sensacional), quien llama la atención del pueblerino jefe de policía Willoughby (Woody Harrelson), al colocar anuncios del título que exigen solución al asesinato de su hija Angela (Kathryn Newton).

El retrato de ese cuerpo policial va más allá de expresar su incompetencia como poder social incapaz de resolver un crimen. Porque, por supuesto, se incluyen comentarios sobre su racismo, que ha sido la constante denuncia en Estados Unidos. Los apuntes que sobre ello hace McDonagh son incisivos; le dan fuerza a un tema que aborda con humor negro.

McDonagh es un cineasta en evolución constante. Lo confirma su manejo de diálogos, sus apuntes sociales que subraya con estilo naturalista y la forma en que profundiza en el tema sin dejar de provocar risas. Cuenta en esencia algo espantoso. Lo hace de forma tan leve que evidencia cuán elegante es su estilo dramático-visual.

El concepto de la película de McDonagh parece actualizar esa Conspiración de silencio (1955, John Sturges), hoy vuelta conspiración de ineptitud y de complicidades entre la policía y un pueblo donde las víctimas no importan. La simple apariencia es la que Mildred despedaza. Como si fuera un western posmoderno, ella es una marginal solitaria que enfrenta todo y a todos armada con su indignación y sus palabras. El medio tono perfeccionado por McDonagh hace que ésta sea, sin duda, una de las mejores cintas del año.

Lo que define al guionista Aaron Sorkin es su interés por personajes en conflicto al interior de juegos simbólicos, ya sea ese Charlie Wilson (Tom Hanks) que se debatía entre su pulsión sexual y su política intervencionista en Juego de poder (2007, Mike Nichols), o Billy Beane (Brad Pitt) enfrentando su amor por el beisbol y la necesidad de obtener una ventaja en El juego de la fortuna (2011, Bennett Miller).

Para su debut como director, Apuesta maestra (2017), Sorkin cuenta la historia real de Molly Bloom (Jessica Chastain), que vive la crisis de conservar su estilo de vida y mantenerse leal con sus apostadores. Otro tema es cómo una ex patinadora acaba convertida en ávida y hábil apostadora clandestina, quien por casi una década administró un casino ilegal frecuentado por celebridades y la mafia rusa.

Teniendo de confidente a su abogado Charlie Jaffey (Idris Elba), Molly enfrenta al sistema. Precisamente haciendo una apuesta. Jugando con la moneda en el aire, Sorkin representa la complejidad existencial de Molly. Si en la cinta de McDonagh la apuesta de Mildred era resolver el crimen de su hija, en Apuesta maestra Molly pone sus fichas a favor de una probable impunidad que obtendría con su absoluta discreción.

Sorkin dirige con limitada habilidad y desigual estilo. Al filme lo salva la tersa edición ultra ágil de los editores Alan Baumgarten, Elliot Graham & Josh Schaeffer. Dramáticamente, el resultado es una interesante crónica sobre una mujer de éxito marginal que se mantuvo incólume con tan sólo su ética.

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