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A golpe de “hechos alternativos”, dejamos atrás las historias de naufragios, crisis recurrentes y la clara advertencia de los riesgos de la opacidad y la penumbra. Ya no digamos de la oscuridad: “El que no quiera ver fantasmas que no salga de noche”, decían los veteranos en artilugios palaciegos y auténticos peligros de la política de enfrentamientos retóricos y a balazos. Lo único que sobrevivió al vuelco finisecular fueron las maromas y la prisa por abandonar el barco al retumbar el primer trueno.
Nos hundíamos aceleradamente y crecía exponencialmente la pobreza de la mayoría de la población. Pero los expertos en finanzas de la era ITAM, discípulos sin disimulo y sin el talento de Pedro Aspe, pregonaban que nuestra era la salvación y el gozo de la estabilidad. La parálisis como sinónimo de desarrollo. Y los elogios del FMI, los bancos y calificadoras del dogma neoconservador, llovían sobre mojado hasta desbordar el orgullo nacional por disponer de expertos como Agustín Carstens, producto paradójico de la banca central instaurada por la revolución constitucionalista triunfante. Pero la percepción cedió a la terca realidad y Carstens anunció que se iba a Suiza y ahí nos dejaba en los albores de la era Trump.
A esos truenos siguió la tormenta en la que estuvieron a punto de ahogarse los navegantes del nuevo milagro mexicano. El secretario de Hacienda, “vicepresidente” decían los más esperanzados en alcanzar la olla de oro al final del arcoíris, logró que en Los Pinos se diera recepción de jefe de Estado al candidato Donald Trump; y que la percepción de peligro estallara en crisis aterradora, desprestigio y caída de todo signo de popularidad de su jefe, el individuo en quien se deposita el Supremo Poder Ejecutivo de la Unión. Enrique Peña Nieto dio refugio a Luis Videgaray y designó secretario de Hacienda a José Antonio Meade Kuribreña, graduado del ITAM que desempeñó el mismo cargo en el segundo sexenio de la docena trágica panista. No pasa nada. Trump es inquilino de la Casa Blanca y Videgaray es secretario de Relaciones Exteriores a cargo de descifrar las impredecibles relaciones con Washington, donde hay escándalos cotidianos y signos de rebelión en el Partido Republicano, mayoría en ambas cámaras y desconcierto compartido ante la ineficiencia del señor de la Torre Trump y los tuits de madrugada.
El señor Carstens todavía no se va a Suiza. Y mientras Videgaray es orador oficial del anhelado retorno a la estabilidad, Meade Kuribreña anuncia proyectos de Asociación Público Privada por miles de millones de pesos. No se han desplomado las remesas de dólares enviadas por nuestros compatriotas perseguidos al otro lado del Bravo: percepción de percepciones. Porque ha vuelto la amenaza inflacionaria, sin espirales incontenibles, pero dura realidad en el aumento del costo de la vida de la clase media proletarizada y los pobres que se acuestan con hambre y se levantan con hambre. Nada que temer: British Petroleum ya inauguró sus primeras gasolineras en México. Y la Procuraduría General de la República sigue la pista de los cohechos en Pemex, donde pronto habrá una red de ductos para surtir de gas y crudo al cuerno de la abundancia de las reformas estructurales.
Sea lo que fuere esta última. Se acabaron las vueltas a la noria y ya está a la vista el acto final del sexenio. Con el obsequio para los jóvenes de las reformas fruto del activismo de Peña Nieto, las condenas “a quienes tienen amnesia” y no reconocen de dónde venimos y dónde estamos. Y no se trata de percepción alguna que reprodujera el espejismo del Mexican Moment. Ante la tercera alternancia, o la cuarta vía, o el frente popular “reloaded”, los partidos de la pluralidad explotaron en mil pedazos. Ya no hay alianza rentable, ni confianza para integrar coaliciones con un sólo programa y un mismo candidato. En veintisiete años se disolvió la unidad de las izquierdas impulsadas por el resurgimiento del cardenismo en 1988.
El 5 de mayo de 1989 fundaron el PRD. Cuauhtémoc Cárdenas encabezó el triunfo electoral que hizo del Distrito Federal coto clientelar exclusivo de las tribus perredistas y aliados en la victoria de la permanencia. En menos de tres décadas han tenido 15 dirigentes nacionales. 15 líderes y únicamente 2 candidatos a la Presidencia de la República. Cuauhtémoc Cárdenas dejó la militancia activa y Andrés Manuel López Obrador la cambió por la conducción incontestada de Morena, movimiento que se convirtió en partido con registro, dirigente único, líder y profeta, en espera de la voz oficial de arranque de la campaña presidencial de 2018. Quien hable del desmoronamiento de la oposición de izquierda es reo de lesa democracia. Pero las fuerzas centrífugas se aceleraron a llamado de López Obrador y los conversos millonarios a cargo del proyecto de nación.
El dominio de Los Chuchos se sostuvo en alianzas con el PAN olvidado de la brega de eternidad y resuelto a alcanzar la ilusión reaccionaria de liquidar la política social del cardenismo, el Estado nacionalista y laico de la Constitución de 1917, producto de la Revolución Mexicana. Para que no hubiera desilusionados, decidieron seguir la huella del franquismo y Felipe Calderón adoptó teoría y práctica de José María Aznar. Y con el PAN que no se come se aliaron Los Chuchos. Una parte del botín en los estados. Y el modelo servil asentado en Morelos.
A estas alturas del sexenio se agota el tiempo en espera de logros del Pacto de lo Perdido, lo que aparezca. 22 senadores tenía el PRD al iniciarse el sexenio; hoy quedan 19, nominalmente; y 15 ratificaron al poblano Miguel Barbosa como su líder parlamentario. Pero ya 9 se habían declarado seguidores de Andrés Manuel López Obrador, pecado original de Barbosa, converso de última hora, tardío partidario del candidato de Morena. El PRD tiene dueño: Miguel Ángel Mancera, jefe de Gobierno de la CDMX, aspirante a candidato a la Presidencia; que no milita, pero responde: “Yo no me rajo”.
Ya hay un candidato sin partido que se dice independiente y multitud de enlistados en las encuestas de la ruleta rusa de la política como arte de birlibirloque. Consultas científicas para que los encuestados digan por quién votarían para Presidente de la República: y una lista en azaroso orden con el nombre de Denise Dresser, académica combativa, junto al de Carlos Slim, empresario, “el hombre más rico del mundo”, según el recuento del día; el de Pedro Ferriz de Con y algún otro aspirante sin partido de inexistente independencia. Por oficio y homenaje en los oráculos se incluyen algunos funcionarios o políticos.
La batalla es en el terreno del peligro por el arribo de Trump y el imperio global de la acumulación sin límites del capital; la desigualdad y la corrupción que agravian. No el combate imaginario de Andrés López Obrador y Miguel Ángel Yunes; ni los malabares en el Senado, ni la sucesión conyugal como brega de continuidad de la derecha panista. Y la amnesia invocada por Peña Nieto es resonancia de lo contrario.