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Cien años, y la Constitución de 1917 es todavía norma y programa. No se reunió aquel Congreso para consolarse con debatir y votar una constitución del estado 32 que durante décadas fuera bandera de la oposición. Ni el vuelco del arribo al tercer milenio y del sufragio efectivo la hicieron posible. Del cambio como obsesión brotó la iniciativa de designar diputados y dar a la Ciudad de México su Constitución.
Ya fue debatida y aprobada la Constitución de la Ciudad que no es ciudad estado, sino sede de la capital de la Nación mexicana. Y en pleno desprestigio de los poderes constituidos, aquí, en el país que conmemora el Centenario de su Constitución, y en el vecino del norte donde rige y es vigente la más antigua constitución escrita, estrenamos la instalación y trabajos de diputados a un Congreso Constituyente no elegidos por el voto de los ciudadanos, sino designados por titulares y funcionarios de los poderes constituidos, sometidos y dóciles al imperio del Poder Ejecutivo federal y local. A dúo.
Pero nada debiéramos reprochar al método utilizado en el vendaval del vuelco finisecular. Después de todo ajustaron el mecanismo previsto en la Constitución que hoy cumple cien años y hemos reformado en tantas ocasiones y con tanto detalle que sería casi irreconocible para sus creadores. De la que a pesar de parches es norma suprema de la Nación. En México, cuando el vuelco de la democracia sin adjetivos nos alebrestó, los grupos de raíz opositora insistieron en alterar el término en pos de que alguno semejara ser un poder sólido: Tres poderes y un sólo dios, en vías a disolver el estado laico.
Afortunadamente se abandonó el intento al disolverse el imaginario sistema plural de partidos. Y del norte nos llega la tormenta desatada por el arribo al poder del xenófobo y demagogo. Donald J. Trump ha invadido las mentes y sembrado miedo en la globalidad de la concentración del capital en una ínfima minoría de privilegiados. En menos de 15 días ha provocado crisis y abiertas disputas en decenas de naciones.
Cien años y nuestra Constitución rige la convivencia desigual de los mexicanos. Claro que necesitamos modificarla y adecuarla a los tiempos que corren. Podarla, dirían los campiranos que han visto vaciarse los graneros; y restaurar alguno de los auténticos cambios que constituyeron la rectoría del Estado en la economía y no a la inversa; las del impulso revolucionario que hizo efectivos los derechos sociales en la joven norma aprobada en Querétaro, primera en el mundo en incluirlos; y desde luego rescatar lo diluido por reformas que impusieron dogmas neoconservadores.
Cien años no son poca cosa, ni siquiera cuando de soledad se trata. En estos días se han reunido notables constitucionalistas, políticos y académicos para formular su visión sobre lo que fue, cómo llegó a ser lo que es, y en qué se podría convertir si no acertamos en corregir lo desordenado en la constante evolución de la norma suprema. Notable la trayectoria de Diego Valadés, académico del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, quien habla de la urgencia de reformar el régimen de gobierno. Si no lo hacemos, “temo que las condiciones de ingobernabilidad van a seguir en retroceso, como lo hemos visto hasta la fecha”.
Y el ministro de la Suprema Corte José Ramón Cosío habla también de la necesidad de revisar el régimen de gobierno en el que se han multiplicado organismos y entidades autónomas en cantidad y profusión tal que nadie puede saber con certeza dónde ubicarlas, a qué poder o gobierno se integran. Juan Ramón de la Fuente, Diego Fernández de Cevallos, Cuauhtémoc Cárdenas y Manlio Fabio Beltrones participaron también en el XIII Congreso Iberoamericano de Derecho. Ahí, Agustín Basave, fugaz dirigente del PRD, habló de la necesidad de una nueva Constitución, más breve, concisa, clara y entendible. Un librito rojo de Mao sin visos de revolución cultural.
O dictadura pactada. César Camacho considera que la actual Constitución es adecuada y útil al día: habló de su importancia como instrumento para una democracia eficaz y un robusto sistema anticorrupcíón. Corrupción “como nunca se había vivido”, diría Diego Fernández de Ceballos. Y Cuauhtémoc Cárdenas, fiel a su espejo diario, invocó la “autoridad moral”: “Para tener un presidente fuerte debe cumplir la ley tal cual”; pero no omitió la importancia de fortalecer al Congreso con planes de desarrollo transexenales, rendimiento de cuentas y tiempos establecidos para determinar por qué no se cumplió un plan”.
La política es el arte de lo real y lo posible, nos recordaría Manlio Fabio Beltrones. En la dispersión imperante no hay partido capaz de alcanzar un porcentaje del voto popular capaz de superar la desconfianza del pueblo que desprecia las alianzas a las que ve como complicidades para el reparto del botín. Esto ha impuesto la necesidad de gobiernos de coalición, con un programa común y un mismo candidato. “Se busca mejorar la gobernabilidad, si ya dimos el paso de las coaliciones, démonos la oportunidad de reglamentar (lo) poco que se ha invertido a las coaliciones de gobierno”. O en las vueltas a la noria volveremos a tropezar con el constante reformismo electoral.
Ya se oyen los pasos de los panistas de sacristía y los últimos sobrevivientes del proyecto aglutinador de las izquierdas, del PRD que pacta con el PRI del reformismo estructural de Enrique Peña Nieto y con el panismo de la sagrada familia: Toluca bien vale una misa. Y Ricardo Anaya acude a la vieja Hacienda de la Hormiga para rendir homenaje al irónico ingenio de Porfirio Díaz: “¡Esos gallos quieren su máiz!” (el acento en la a, señor corrector). Y vuelven a peregrinar los guadalupanos que se dijeron traicionados por Felipillo santo y le pasan las cuentas a doña Margarita Zavala.
En el PRI se distraen con las idas y venidas de Luis Videgaray, canciller carente de política exterior, sobrado de confianza en la influencia de la cercanía. Sobre todo si es del yerno del prepotente Trump, al que se le apareció el Poder Judicial en su propia tierra: Un juez federal del estado de Washington concedió la suspensión al úkase presidencial con el que ordenó se prohibiera a los musulmanes de cinco naciones el ingreso a la tierra de los valientes y hogar de los libres. Cosas de la separación de poderes; del vigor del sistema de pesos y contrapesos debido a Hamilton y otros autores de Los Papeles del Federalista.
De la Constitución escrita más vieja de la tierra. Y de la centenaria Constitución de la República Mexicana, fruto de una Revolución hecha para restablecer el orden constitucional violentado por el golpe de Victoriano Huerta y el asesinato de Francisco I. Madero y Pino Suárez.
El Poder Judicial suspendió la orden del desordenado Trump y su consejero áulico. La separación de poderes al norte del muro, símbolo de la tiranía y la xenofobia. De la seguridad de éste lado se hacen cargo las autoridades mexicanas. Al norte del Río Bravo, con y sin muro, la migra y los innumerables organismos de su seguridad interior son responsables de lo que pasa y lo que pase allá.