En su célebre obra Empire, los filósofos Antonio Negri y Michael Hardt plantearon una idea interesante: durante siglos los imperios lucharon entre sí por control y territorio; en ese marco su mejor arma fue la violencia. En el mundo contemporáneo la pugna de los imperios ha dado paso a la creación de un conglomerado global de Estados, organismos y empresas que rigen el mundo. El conjunto puede parecer vago, pero persigue una misma direccionalidad, por ello lo nombraron simple y sencillamente Imperio. Este nuevo poder se distingue por la geometría de su estructura. Si el poder de los imperios se consolidó con la acumulación en las cúpulas, Imperio ha encontrado su fortaleza en la diseminación de ese mismo poder: ya no existe un centro diferenciado de la periferia, sino un solo espacio homogéneo e infinito: El poder está en todos, y al estarlo, no está en nadie.

Esta distribución es posibilitada por la construcción de un mundo donde las tareas de vigilancia son reguladas desde la sociedad. Desde la perspectiva del poder centralizado no hay preocupación más grande que su propia incapacidad de verlo todo; pero el problema queda resuelto en una sociedad donde el poder se distribuye en una organización que favorece la autovigilancia. Una sociedad que reemplace los mecanismos externos de poder por sistemas intrínsecos; el observador que es observado ejecuta lo que cree que los otros esperan de él. De esa forma se prescinde de los sistemas de violencia y punición que caracterizaron a los imperios. El gran logro de Imperio es el haber creado individuos que viven bajo el yugo internalizado del poder.

Pero si bien la filosofía ha teorizado sobre un mundo así, las redes sociales y el internet lo han hecho posible. Entusiasmados por las supuestas virtudes antropológicas de la interconectividad, hemos obviado el tema del poder y la vigilancia tan vinculados a su función central. Al abrir su cuenta de Twitter, el escritor Juan Villoro esperaba un mundo de posibilidades infinitas; tener seguidores sonaba interesante para alguien que depende de lectores. En lugar de un universo de influencia, Villoro se encontró con un sistema de vigilancia. “La palabra más engañosamente eficaz de Twitter es ‘seguidores’. De modo más apropiado, quienes están pendientes de una persona deberían ser llamados ‘vigilantes’. Pero el éxito de la plataforma depende de sugerir que las palabras producen seguidores”, escribió el cronista mexicano.

En Vigilar y Castigar Michel Foucault propuso la figura arquitectónica del panóptico como una metáfora de la sociedad contemporánea. El panóptico fue diseñado como un sistema de vigilancia carcelaria en el cual todo es visible desde un solo punto. El mundo contemporáneo ha transformado la arquitectura carcelaria en un sistema virtual: Facebook. Una red donde la mutua observación ha sido consensuada: los vigilantes piden ser vigilados. Desde la comodidad de su computador, cada individuo posee una posición panóptica; no hay un sólo centro, éste se encuentra en todas partes a la vez; el vigilante vigila en la medida en la que es vigilado.

Durante siglos los gobiernos dispensaron recursos y violencia para permear la privacidad de sus ciudadanos; Imperio ha logrado algo mejor; la ofrenda voluntaria de esa privacidad. Una rendición consensuada. ¿Cómo se ha logrado? Construyendo una cultura mediática con una consigna aspiracional clara: visibilidad es poder. Facebook y Twitter responden a esa necesidad; construyen la sensación de que nuestras vidas finalmente tienen un valor: 30 likes y dos comentarios. Pero el costo ha sido alto, hemos sacrificado nuestra privacidad en pos de una vaga sensación de relevancia y sentido. El gran éxito de Imperio consiste en su capacidad de construir consensos y habilitar mecanismos intrínsecos de poder y aún así mantenerse exento de ellos. Imperio ha otorgado valor social a ser visto, detrás de ello se esconde su verdadero poder; en un mundo donde todos pelean por ser más visibles, nadie sabe quién realmente es Imperio; su poder yace en la única forma absoluta del poder en un mundo voyerista: no ser visto.

Analista político

@emiliolezama

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