Conocí a Joyce Carol Oates, nacida en Lockport, Nueva York, en 1938, en una habitación donde estaba prohibido fumar; la percibí delgada en extremo pero con una sorprendente energía que nada tenía que ver con su peso; simplemente era la personalidad de una mujer que se siente muy segura de lo que hace y de lo que es: una de las escritores más influyentes de los Estados Unidos, con más de 50 novelas publicadas, considerada por críticos e innumerables lectores como una candidata sin sombra de duda al premio Nobel de Literatura. Su novela Rey de Picas, traducida del inglés por José Luis López Muñoz, publicada por Alfaguara, Penguin Random House, en España en octubre de 2016 y en México en febrero de 2017, es una muestra palpable de su calidad creativa. Indiscutiblemente, una amiga íntima de la sombra.

Andrew J. Rush es un exitoso novelista de suspense que ha ganado millones de dólares con sus libros, con los que ha podido comprar una mansión campestre cerca del pueblo que lo vio nacer, donde vive holgadamente con su esposa Irina, ya que sus jóvenes hijos, por cuestiones de estudios, se han mudado a otras ciudades. Siente una particular admiración por Stephen King, el maestro del género y por otros autores de best sellers. Su esposa trabaja como maestra de escuela y todo es perfecto en su vida; incluso se da el lujo de publicar novelas negras terribles con un seudónimo: Rey de Picas, que escribe con desparpajo y que poco a poco van conquistando sus lectores. Como Rush es un autor meticuloso al que preocupa el estilo y el lenguaje, en cambio, como Rey de Picas es todo lo contrario; además, es un secreto que ni siquiera su esposa conoce.

En su gran mansión tiene un estudio perfecto donde trabaja, de día con su nombre y de noche con el seudónimo. Le gusta su trabajo y también el vino blanco, sin dejar de lado el whiskey. El juego funciona, hasta que un día, su hija Julia, graduada en literatura inglesa, abre una novela de Rey de Picas que por descuido dejó a la vista y lee unas páginas. Andrew justifica la presencia del libro pero está de acuerdo con su hija en que es una novela grotesca; días después recibe un citatorio del juzgado de su pueblo por plagiario y un par de cosas más que lo perturban terriblemente. Ambos eventos tendrán interesantes repercusiones en su vida íntima y en su vida profesional. Joyce Carol Oates, desplegando un amplio conocimiento de las reacciones humanas en situaciones extremas, lleva al personaje por caminos oscuros que revelan lo difícil que es escapar de los recuerdos fatales y lo fácil que es convertir la vida en una tentación siniestra. Hay seudónimos que chupan más sangre de la cuenta.

Hay merecidos homenajes a Stephen King en innumerables páginas, pero es evidente que esta mujer de mirada profunda y vestidos holgados es una maestra del género. En su prosa, las palabras son música y suspenso, susurros escalofriantes que crean oleadas de emoción en las que uno no tiene más remedio que perderse. Habitaciones en penumbras, puertas, paredes, caminos, trampolines, gatos negros y una voz diabólica que no da cuartel, marcarán su inmersión emotiva en estas páginas, hasta llegar al momento en que resulta imposible ignorar ese dedo en la espalda que presiona. Hay una fuerza ignota en la novela que revela una cercanía de Joyce Carol Oates, una sombra que está en el desayuno, que se interesa por nuestros sueños y nos regala sonrisas leves generadas en la palpitación 65 de su corazón. Su elegancia es notable.

Rey de picas, (Jack of spades) es una novela breve sobre la vulnerabilidad humana; su efecto, aunque rece, podría durarle toda la vida. Los géneros literarios que desarrollan aspectos humanos cuya matriz no cambia, parecieran no requerir de una renovación significativa, como las novelas de amor o las de suspense que se ocupan de apegos y miedos profundos; no obstante, en ambos casos, las reglas pueden convertirse en el obstáculo insuperable para un autor negligente y convertir su trabajo en un lamentable desperdicio; desde luego, no es el caso de Joyce Carol Oates, que es una maestra del género y ha recibido múltiples premios y distinciones, entre ellos la National Humanities Medal, de manos del presidente Obama. El placer de leerla y recomendarla es una prueba fehaciente de que lo mejor del arte es que se puede compartir, no digan que no. Y si lo suyo es alimentar absorbentes seudónimos, más vale que vaya rompiendo sus espejos.

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