La creación del doctorado en Derecho de la UNAM fue paralela a la construcción de la Ciudad Universitaria. El proyecto de agrupar todas las facultades en un gran centro neurálgico facilitó la implementación de los estudios de posgrado. Así, en 1949, luego de varios intentos fallidos, se reunió a una cúpula de profesores con el propósito de sistematizar la metodología que habría se seguirse para iniciar los cursos.

En el proyecto base no se contempló la habilitación del grado de maestría. Según los estatutos, los candidatos debían aprobar 10 materias además de especializarse en alguna de las siguientes disciplinas: penal, legislación comparada, fiscal, laboral, agrario o familiar. Para que dictasen las cátedras, se determinó otorgar el nombramiento de doctor “ex officio” a los catedráticos de licenciatura con mayor experiencia en cada rubro, a fin de que no hubiera duda de su aptitud. Asimismo, se puntualizó la distinción con el doctorado “honoris causa”, sobre el que se especificó que no tenía validez académica, pues su propósito era rendir homenaje a quienes “hayan realizado una labor de extraordinario valor para el mejoramiento de las condiciones de vida o del bienestar de la humanidad”.

Las clases iniciaron en abril de 1950. El primer egresado fue Roberto Molina Pasquel, padre del premio Nobel Mario Molina. Aunque la gran mayoría de los inscritos eran varones, la tercera generación tuvo entre sus alumnos más destacados a Martha Chávez Padrón, discípula del agrarista Antonio Díaz Soto y Gama, quien al cabo del tiempo se convertiría en la primera doctora en Derecho. Su logro fue tan significativo como el de María Asunción Sandoval Olaez, quien, en un acontecimiento inédito, obtuviera el título profesional de abogada el 5 de enero de 1900.

De origen tamaulipeco, Chávez Padrón destacó en todos los ámbitos académicos, incluso recibió la mención honorífica cuando compareció ante el sínodo para defender su tesis de licenciatura. Como parte de la ceremonia de imposición de insignias doctorales de 1955, la recién doctorada pronunció un discurso en el cual explicó lo que para ella significaba ser una especialista; además, destacó que su género no fue un impedimento para la consecución de sus objetivos profesionales: “Creo firmemente que a la ciencia se llega por la razón y al arte por la intuición; que el derecho es ciencia y es arte; que lo inspiran la lógica y la justicia, pues es norma abstracta y es aplicación; que el derecho es conocimiento racional, lógico y técnico, pero también se encamina a la realización del siempre señalado ideal de la justicia, captable por la vía irracional de la intuición. Y ahora les recuerdo que el hombre parece más inclinado y dotado hacia el raciocinio y la mujer a la intuición y que, en la vida cotidiana, juntos, hombre y mujer, realizan, completamente y perfeccionan el más preciado bien del ser humano: La Vida”.

Pero Chávez Padrón no sólo fue la primera mujer en doctorarse, también obtuvo por oposición la titularidad de la materia de derecho agrario. Además, su desenvolvimiento laboral no se limitó al ámbito académico, pues tuvo una fructífera carrera en el servicio público que culminó con su designación como ministra de la Suprema Corte.

Quizá su faceta más controvertida fue la de su militancia política. Priista de convicción, llegó al exceso de aseverar que su partido era una de las fuentes de las que abrevaba la identidad nacional. Su inexpugnable filiación significó un impulso decisivo en su carrera.

Otra disciplina en la que incursiono fue la literatura, dentro de cual cultivó la poesía y la narrativa. Falleció el pasado 2 de agosto con 92 años. Con su deceso tan próximo, es difícil evaluar su legado, sin embargo, es necesario recordar a esta insigne maestra que se colocó a la vanguardia del mundo jurídico y abrió las brechas por las cuales han transitado muchas otras mujeres, sabedoras de que pueden seguir el sendero inaugurado por Martha Chávez Padrón.

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