Gabriele Rufián es el nuevo líder de Esquerra Republicana de Cataluña en el Parlamento de Madrid. Tiene cara de gigoló abotagado esforzando una sonrisa que no llega a salir porque no puede disimular la falacia de lo que dice que piensa.

He quedado para hacerle una entrevista. Me interesaba saber qué piensa un joven independentista catalán que no parece haber cumplido los 30 años pero que quiere imprimir una insegura seguridad como la idea de independencia que le ronda la cabeza.

Me extiende la mano con la displicencia de tener que hablar con el reportero, dándome a entender lo muy ocupado que está. Parece un desdén con una mezcla de chulería y mala educación.

Aguanto estoico la embestida del joven eral que se ha aprendido la lección como los papagayos sobre las soflamas independentistas y los rollos de la soberanía catalana de querer la “desconexión” —así le llaman ahora— con respecto del Estado español.

Sigo aguantando paciente su mirada que intenta ser penetrante como si quisiera desconcentrar al viejo lobo de mar periodístico que los años me han hecho ser. No sabe el bisoño lo equivocado que está. Cuando todavía no había nacido, quien escribe este artículo amigo lector, ya llevaba varias guerras a sus espaldas.

Y la embestida continúa a través de una incontinencia verbal propia de la inexperiencia de la juventud. Habla sentenciando como si fuera un dogma sobre el Banco Central Catalán, sobre la Seguridad Social catalana o la represión del Estado español.

Pero en un momento dado en el que frunce el ceño para dar más énfasis a sus frases estólidas y anacrónicas, suelta eso de que la soberanía catalana decidió en las elecciones autonómicas el 27 de diciembre la independencia de Cataluña. Claro, aguanto todo, menos la falsedad entre otros motivos y fundamentalmente, no ya por ser español, sino por ser periodista.

Porque cuarenta y siete por ciento y, lo vuelvo a escribir, cuarenta y siete por ciento de los catalanes, votaron por un batiburrillo de partidos independentistas llamados Juntos por el Sí. Sin embargo, un cincuenta y tres por ciento votó por otras opciones políticas. ¿Desde cuándo un partido o un conglomerado de formaciones pseudo políticas-vesánicas con menos del cincuenta por ciento, tiene la mayoría?

Porque recuerdo que obtuvo el cuarenta y siete por ciento. Eso sólo lo he leído en el Libro Verde de Gaddafi, cuando el Dictador —quien acabó como acabó— decía que, si el cincuenta y un por ciento de la población está de acuerdo, ¿por qué no hacer caso al cuarenta y nueve, siendo también mucha gente? Eso, amigo lector, sólo se le ocurre a Gaddafi, a los nacionalistas catalanes de Juntos por el Sí, o al Gigoló del Vendrell, a este muchacho de nombre Gabriel y apellido Rufián.

Con políticos así, ¿para qué queremos titiriteros que enaltecen a ETA? De verdad, este es un gran país, pero con políticos de una mediocridad que invernan en el limbo.

alberto.pelaezmontejos@gmail.com

Twitter @pelaez_alberto

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