El arte es la expresión de la cultura de un pueblo, o, dicho de otro modo, la cultura de un pueblo encarna en su arte y en su literatura. Berger y Luckmann lo explican así: Yo vivo en una realidad que tiene un nombre geográfico y una serie de objetos significativos y de coordenadas. Ese mundo acepta las objetivaciones por las cuales se ordena el mundo, su “estar en él” y su “actuar en él”. En cada cultura, aunque la perspectiva individual pueda variar, tenemos un mundo que nos es común, una correspondencia continua de significados que son, podríamos decir, las instrucciones para vivir, actuar, pensar.

Hace algunas semanas, escribí en este espacio de EL UNIVERSAL sobre la presentación en una galería de Sicilia, Italia, del austriaco Hermann Nitsch que mata y descuartiza animales y a eso le llama arte. Relaté que iba a presentarla en México, lo que hizo protestar a los activistas en pro de los derechos de los animales, por lo que el museo que la había contratado la canceló y me congratulé de que se hubiera tomado esa decisión sin caer en la provocación de las modas y en la repetición de lo que se hace en países a los que consideramos los más cultos y desarrollados. Y terminé diciendo que convendría que culturas con pasados de nazismo y fascismo hicieran una revisión de sus conciencias “que acciones de este tipo no hacen sino recordar y hasta recrear” y que no era casualidad que hubiera sido una galería de Sicilia la que aceptara esta presentación, considerando su pasado como lugar de extrema violencia hasta hace pocos años.

Unos días después, el señor embajador de Italia en México envió una carta al diario manifestando su inconformidad con mis palabras, dando como argumento que otros sitios del planeta tienen más violencia que Sicilia y que el fascismo está prohibido en Italia desde hace setenta años.

Eso sin duda es cierto, pero no tiene nada que ver con el tema en cuestión. Decir que Afganistán o México son más violentos que Sicilia no le quita verdad a la violencia que hubo en esa región. Y decir que el fascismo está prohibido no le quita verdad al hecho de que esa cultura lo generó y lo tuvo.

La cultura no echa raíces en unos cuantos años de historia, sino que está cimentada en algo más profundo y de más larga duración y no tiene que ver con leyes y prohibiciones que nos imponemos los humanos, sino que tiene que ver con esas formas de ser que, precisamente, dieron lugar tanto a lo que pasó como también a la muy encomiable corrección que se quiere hoy hacer de ello.

La cultura italiana (como la germana que es a la otra a la que me referí) tienen una historia que encarnó al mismo tiempo en las maravillas de pintura, escultura, arquitectura, literatura y música que todos conocemos y admiramos, pero también en ideologías autoritarias, intolerantes y violentas. Por eso los italianos tuvieron un Gramsci y un Garibaldi, pero también un Mussolini, el feminismo de avanzada y el catolicismo más tradicional, el comunismo y el fascismo y las dos partes son indisolubles en eso que han sido y son hoy los italianos. Algo similar podemos decir de los alemanes y los austriacos.

Esto es lo que yo dije en mi artículo y no es una opinión personal sino una verdad histórica. Por eso, no tiene caso enojarse con el mensajero, que intentó explicar cuestiones culturales como la que tiene que ver con el arte, su producción y su aceptación.

Precisamente por eso empecé el artículo de esta semana hablando de cómo el arte es la encarnación de la cultura de un pueblo y cómo el artista, en tanto miembro de su sociedad, evidencia y manifiesta la cultura de la misma. Como dice el estudioso Gregory Jusdanis: “Hay algo más atrás de nuestro deleite personal en nuestra atracción por ciertos productos artísticos y ese algo más es la relación estructural que el arte mantiene con lo que somos”.

Escritora e investigadora en la UNAM.

sarasef@prodigy.net.mx

www.sarasefchovich.com

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