La semana pasada hablé en este espacio sobre lo que considero que está faltando a la hora de ver los problemas del país y de buscarles solución.

Dije que me parecía muy bien que se vigilara y denunciara a los gobernantes como responsables desde por no hacer leyes adecuadas hasta por no respetar los derechos humanos, desde por ser corruptos hasta por ser ineficientes.

Pero dije también, que si queremos resolver los problemas, tendríamos que empezar desde abajo, pues sin eso, simplemente cambiarán los funcionarios pero todo seguirá igual, porque los que entren serán idénticos a los que salgan, pues ellos no son algo que está por allá y los ciudadanos por acá, sino que somos los mismos: ellos salen de nosotros.

Muchos lectores me respondieron, lo que agradezco, pero su respuesta me motiva a regresar sobre el tema, porque la tónica general fue que ellos no aceptaban esa responsabilidad, porque no son corruptos y porque están convencidos de que el gobierno es el único culpable.

Y argumentaron que no es lo mismo robar luz que robar como hacen los funcionarios. A ellos les pido que me den el beneficio de suponer que eso lo sé perfectamente, y que mi ejemplo fue en el sentido más amplio de hablar de la aceptación social y cultural de ciertos comportamientos y de preguntarse dónde están los límites.

Cuando se asaltan transportes con mercancías, hay quienes lo justifican diciendo que los asaltantes son “gente con mucha necesidad”. ¿Quiere decir eso que se vale robar cuando se es pobre?

Pero incluso suponiendo que sí, viene luego el tema de la frontera: ¿Dónde se ubica? Porque estamos viendo que se pasa de robar luz a robar un almacén y de allí a ordeñar gasolina y luego a cobrar derecho de piso y sigue el secuestro y el asesinato. La pregunta entonces es ¿qué tanto es tantito?, ¿dónde se para cuando se empieza?

Y por eso me pregunté cómo nos comportaríamos cada uno de nosotros, si estuviéramos en el escritorio del funcionario que autoriza los enormes presupuestos y trata con los proveedores que le ofrecen regalos. O dicho de otro modo: si tuviéramos acceso a algo más que robar la luz o darle mordida al policía, ¿estamos seguros de que no lo haríamos?

Pero incluso si lo estamos, incluso si no participamos (como me escribió una lectora: “Yo sí puedo aventar la primera piedra porque nunca he hecho ningún acto de corrupción”), y esperando también que me den el beneficio de suponer que sé perfectamente que no todo mundo es corrupto ni delincuente, pero que en lo que digo no hablo de usted o de mí, sino de una sociedad que acepta la corrupción y ahora también la delincuencia, sostengo que estos comportamientos están tan presentes y tan difundidos porque la sociedad se beneficia de ellos. La familia que recibe la luz, la televisión, la pulsera robadas, la familia que sabe que su hijo es extorsionador o incluso secuestrador (y muchas veces colabora en esto), recibe algo a cambio y por eso lo apoya o por lo menos, calla o se hace como que no ve. A eso me refiero cuando hablo de que la sociedad está implicada en esto.

Por supuesto que pienso, y espero también que los lectores me den el beneficio, porque llevo muchísimos años diciéndolo, que el gobierno es responsable de no cumplir con sus tareas y de no escuchar a los ciudadanos porque le importamos un bledo. Un libro entero escribí diciendo que si ellos cumplieran, tendríamos mucho menos delincuencia. Pero eso no significa que a los ciudadanos no nos toque también nuestra tarea a cumplir. Es fácil echarle todo el peso al gobierno y lavarse las manos, pero así no se resuelven las cosas.

Les pido entonces a mis lectores que empiecen por no creer que los acuso a ellos, sino que se trata de responsabilizarnos a todos nosotros de no actuar o de no hacerlo suficientemente y que es necesario pasar más allá de “yo”, y pensar en la sociedad de la que formamos parte.

Escritora e investigadora en la
UNAM. sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com

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