A raíz de la publicación del libro Crear o Morir del periodista argentino radicado en Estados Unidos Andrés Oppenheimer, hablé la semana pasada de la escuela de pensamiento que considera que la cultura es la que obstaculiza o impulsa el desarrollo de los países.

Lo hice para demostrar que no hay originalidad en lo que este autor nos presenta como su pensamiento, pues desde hace medio siglo muchos académicos estadounidenses acostumbran enfrentar a un sistema de valores que consideran favorecedor del desarrollo económico con uno al que llaman resistente.

Resumo los planteamientos de esta escuela de pensamiento:

—La religión como la principal fuente de los valores. El catolicismo dice preferir a los pobres, el protestantismo a los ricos. Eso hace que en las sociedades católicas los pobres justifiquen su pobreza y se considere pecadores a los ricos, mientras que en las sociedades protestantes el éxito sea señal de la gracia divina y la pobreza de la condena.

—La confianza en el individuo y la idea de que él controla su propio destino frente a la idea de que otros son responsables de dicho destino. En las culturas resistentes eso significa esperar que la buena suerte, los dioses o los poderosos lo favorezcan, mientras que en las otras, significa hacer lo que sea para mejorar, convencido de que su propio esfuerzo hará la diferencia.

—Concepciones distintas de la riqueza: en las sociedades resistentes la riqueza es lo que ya existe, mientras que en las progresistas es lo que todavía no existe. Los subdesarrollados ven la fuente principal de la riqueza en preservar lo que tienen y en el mundo desarrollado ella reside en la innovación.

—Concepciones diferentes de la competencia: la necesidad de competir es la característica de sociedades favorables al desarrollo, mientras que en las otras, la competencia se ve como agresión y lo que se espera es solidaridad, lealtad, cooperación. Por eso existen el corporativismo y los caudillos en la política y en la vida intelectual.

—El valor del trabajo: en las sociedades que resisten al progreso no se le da. En las otras es el centro de todo.

—La tradición intelectual: en las sociedades resistentes es de grandes cosmovisiones, en las sociedades desarrolladas de lo empíricamente verificable.

—Las virtudes menores: las sociedades favorables al desarrollo tienen en alta estima virtudes que son irrelevantes en las culturas tradicionales: un trabajo bien hecho, limpieza, puntualidad. En estas últimas, las virtudes que se aprecian son el amor, la justicia, la valentía, la magnanimidad.

—Las culturas tradicionales exaltan el pasado y las sociedades avanzadas miran hacia el futuro.

—La racionalidad: la persona racional obtiene su satisfacción de lo que logra cada día y su progreso es la suma de esos logros. Las culturas premodernas hacen énfasis en proyectos grandiosos y no en lo cotidiano.

—La autoridad: en las sociedades modernas el poder reside en la ley, mientras que en las tradicionales en la autoridad del príncipe o el caudillo, de allí su inestabilidad.

—En las culturas favorables al desarrollo, el mundo es un escenario para la acción. En las resistentes, es una entidad en la que se manifiestan fuerzas a las que no se puede uno oponer, sea dios, el demonio, la conspiración internacional, el imperialismo.

—La salvación: en la concepción católica ella consiste en esperar el otro mundo que se encontrará después de la muerte. Para los protestantes, la salvación depende del éxito que se tenga en este mundo. El símbolo de los católicos es el monje, el de los protestantes es el empresario.

—El papel de la herejía: la mente cuestionadora y crítica permite y estimula el desarrollo y el progreso.

La manera en que Oppenheimer explica la situación de América Latina hoy, cabe bien en este esquema, por eso digo que no es original. Tampoco lo es su propuesta, sobre la que hablaré en la siguiente entrega.

Escritora e investigadora en la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.c om

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