A medida que los beneficios de los avances científicos y tecnológicos en materia de salud humana se han extendido a más personas y se han vuelto más accesibles, la esperanza de vida y la proporción de adultos mayores en la población mundial ha aumentado significativamente. De acuerdo con el INEGI, en los últimos 25 años en México la relación de adultos mayores por cada 100 niños y jóvenes de 0 a 14 años se ha duplicado, pasando de 16 en 1990 a 31 en 2010.

Adicionalmente, aunque la esperanza de vida en nuestro país es de 74.5 años, el número personas mayores de 85 años también se duplicó en el último cuarto de siglo; lo que no sorprende si se considera que actualmente la tasa anual de defunción —sin incluir a los neonatos— es de 5.7 personas por cada mil habitantes. En el fondo, lo que resulta relevante más allá de los aspectos demográficos, económicos y estadísticos, es la significación cultural y social de estos datos. Desde donde resulta pertinente preguntarse qué significa envejecer, cuáles son las implicaciones de una población que envejece y qué se puede hacer para que la sociedad y el Estado se hagan cargo de sus mayores.

Que todos llegáramos a edades avanzadas en perfectas condiciones, conservando nuestra salud física y mental el mayor tiempo posible sería lo ideal; sin embargo, el ser humano es ante todo el producto de un proceso evolutivo que, al favorecer el crecimiento y la reproducción, nos dejó como legado un sistema de mantenimiento y reparación fisiológico imperfecto, lo que a la larga resulta en el desgaste y la reducción de la eficiencia de prácticamente todos nuestros órganos.

A 10 mil años de la civilización la muerte sigue siendo un misterio tan grande como lo es la vida, pero gracias al estudio de la evolución humana hoy es claro que nuestros cuerpos, mortales, no están diseñados para conservar su salud por un periodo muy prolongado de tiempo. Por lo que entender nuestra naturaleza y descubrir las causas biológicas más íntimas del envejecimiento es fundamental para confrontarlo y mejorar la calidad de vida de los adultos mayores.

Gracias a las investigaciones gerontológicas sabemos que las personas que viven más allá de los 80 años son menos propensas a desarrollar Alzheimer que las personas entre los 70 y los 80 años de edad; también, y esto es aún más sorprendente, que la mayor parte de los adultos mayores de 95 años gozan de buena salud. De hecho, el estudio de los llamados súper-ancianos (110 años o más) demuestra que, en promedio, estos pasan solamente los últimos cinco años de sus largas vidas con una enfermedad o incapacidad demostrable. Se especula que son muchos los factores que separan a estos individuos del resto de la población: desde variantes genéticas y mejores sistemas de monitoreo y reparación celular, hasta la presencia de hábitos y comportamientos que favorecen la retención de las actividades cognitivas —el ejercicio, una vida social activa o una alimentación baja en azúcares y grasas—. Pero esto no basta para entender la diferencia en longevidad entre los humanos y los demás primates (el chimpancé tiene una esperanza de vida de 13.5 años al nacer mientras que los niños de poblaciones carentes de servicios médicos y de higiene como los cazadores-recolectores de Hadza —Tanzania— una de 37.2 años. En EU la esperanza de vida es de 78.5 años).

Investigaciones recientes (H. Pringle, Scientific American, no. 1, marzo 2015) indican que los humanos iniciamos hace mucho una proceso evolutivo que llevo a producir un sistema muy poderoso de defensa contra diversos patógenos y otros factores del medio ambiente. Las investigaciones futuras sobre las complejas relaciones entre infecciones, sistemas de defensa y las enfermedades crónicas de la vejez podrán revolucionar la comprensión de los científicos sobre el envejecimiento y sobre cómo enfrentar los retos para atenderlo.

Directora de la Facultad de Ciencias de la UNAM

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