Muchos pueden opinar que la caída del peso está en contra de los fundamentos de la economía y que éstos siguen siendo sólidos. Sin embargo, se justifica porque México ha perdido su paradigma económico.

Más aun, porque el cambio tomó desprevenidos a los grupos de influencia en México, en el sector privado, cúpulas empresariales, sindicales, políticos e intelectuales, quienes hasta la víspera de la elección se seguían refiriendo en términos derogatorios a quien hoy es el nuevo presidente electo de Estados Unidos. No entendieron que todo cambio político trascendente tiene causas reales y no admite evaluaciones emocionales.

El TLCAN firmado en 1993 no sólo aseguró la capacidad de México de exportar a Estados Unidos, en la cual se ha basado el grueso de la inversión manufacturera y de gran parte de los servicios.

También brindó un conjunto de reglas, unas explícitas y otras no, que ofrecieron la seguridad de no cambiar con los cambios de gobierno en México o de política económica.

También sirvió como un apoyo de última instancia, como lo fue en la gran crisis de 1994-95, al obligar al gobierno estadounidense a apoyar financieramente a México con un paquete extraordinario cortado a la medida de la crisis mexicana. Todo esto se pierde.

Y todo tiene un valor económico intrínseco, lo que justifica un peso mucho más bajo que el que hemos tenido, durante el tiempo que dure encontrar, definir y consensar un nuevo paradigma.

La falta de previsión, la ausencia de un paradigma sustituto, la falta de planes, todo eso representa un tipo de cambio del peso contra el dólar prácticamente en caída libre. Es difícil que la caída se detenga pronto, si se toma en cuenta que México atrajo fondos extranjeros a valores gubernamentales en pesos por 146 mil millones de dólares. En 2015 estas entradas casi se extinguieron, pero hasta junio de 2016 salieron 11 mil millones de dólares.

El potencial de salidas es por lo tanto muy grande y aunque sólo salga una parte de los capitales que entraron (y suponiendo que no salga dinero de mexicanos) el tipo de cambio del peso se tiene que ajustar.

El peso se dejaría de ajustar una vez que encuentre su nuevo equilibrio, pero en un ambiente pesimista, lo más probable es que la caída se exagere, si la sicología negativa la acompaña.

Por esta última razón, las autoridades deberían intentar presentar un proyecto alternativo de estrategia que por lo menos cure la sicología negativa. Tratar de adherirse a más acuerdos de libre comercio es un escape por la puerta falsa, pues nuestro socio más importante no está en esos acuerdos. Se requiere redefinir nuevas reglas que eventualmente convenzan a los mercados que México es económicamente viable por sí mismo y que sí hay un clima para invertir.

Como esto pareciera difícil ahora, la única posibilidad es suavizar temporalmente la caída del peso, pero (aparte de controles directos que no son del agrado de las autoridades), requiere medidas ortodoxas en grado extremo. No hace falta decir que aumentar la tasa de interés no funciona, a menos que sea en varios cientos de puntos base y se acompañe de recortes mucho mayores a los ya anunciados de gasto público, así como cambios a niveles muy altos, desde la Cancillería hasta otras dependencias, para dar paso a caras y discursos frescos.

Las medidas ortodoxas sólo tendrán resultados temporales, para una transición, para un respiro, y costarán una recesión en 2017, la cual debería ya aceptarse como muy probable. La solución duradera está en una redefinición del nuevo paradigma mexicano.

*rograo@gmail.com

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