Cuando se negoció el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1992, la mayoría de los sectores de izquierda (partidista, sociedad civil y academia) se manifestaron en contra del mismo en México básicamente por dos motivos: su oposición al libre comercio y a una estrategia de crecimiento impulsada por el sector externo y seguida por el país desde mediados de los 80; otros desde una posición más elaborada, consideraban que en una negociación tan asimétrica con la potencia hegemónica del mundo y fortalecida por el derrumbe del bloque socialista, de ninguna manera se podrían obtener condiciones favorables.

Sin embargo, la negociación del TLCAN fue provechosa en general y se dio de una manera ágil, porque se decidió tomar como referencia el tratado bilateral que ya existía desde 1989 entre Estados Unidos (EU) y Canadá extendiéndolo hacia el tercer socio y considerando a México bajo el principio de nación más favorecida, también se aceptó que la apertura fuera más lenta en ciertos sectores económicos e incluso se acordó dejar fuera a algunos que podían ser políticamente sensibles como los energéticos o el bancario recién privatizado argumentándose que el sistema de pagos debería quedar bajo control de nacionales.

La opinión pública en EU era bastante favorable, porque se consideraba que el acuerdo ayudaría al desarrollo del vecino del sur y contribuiría a que EU recuperara el dinamismo económico y la competitividad mundial.

Recordemos que en la parte final del siglo XX, durante el segundo mandato de William Clinton se registraron los mejores crecimientos del PIB, al punto que se hablaba de la Nueva Economía que permitiría que los incrementos en la productividad compensaran los aumentos en los costos laborales, manteniendo la inflación bajo control a pesar de las bajas tasas de desempleo, rompiendo los paradigmas predominantes.

En México, el respaldo al TLCAN fue creciendo enormemente. Incluso, los estudios de la época consideraban que el fuerte dinamismo del sector exportador, fue uno de los factores que ayudó, junto con un enorme rescate financiero liderado por Clinton a pesar de la oposición republicana en el Congreso, a sacar al país de la crisis.

Un buen termómetro del ánimo social fue el Foro convocado por el Senado mexicano para evaluar los cinco años de funcionamiento del TLCAN, registrándose un balance favorable entre la mayoría de los participantes.

En la agenda pública, la discusión sobre el TLCAN había dejado de ser tema y las encuestas de opinión realizadas en México y EU resultaban muy favorables para el acuerdo a principios del siglo XXI.

Incluso, cuando algún dirigente de la izquierda declaraba que habría que renegociarlo, analistas y el sector privado respondían que resultaría contraproducente “abrir la caja de Pandora” alertando que lejos de ganar, con ello se podría perder lo alcanzado.

Con la entrada de China a la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 2001, cambiaron drásticamente las relaciones comerciales con EU.

México sería desplazado al tercer puesto como socio comercial y posteriormente Canadá al segundo por la nueva potencia mundial.

El espacio privilegiado de libre comercio con bajos aranceles que había tenido el país en los primeros años del TLCAN desapareció. La recesión económica de 2001, los cambios tecnológicos y los menores costos laborales ocasionaron el cierre de plantas maquiladoras en México y su traslado al Lejano Oriente.

La apuesta mexicana fue ampliar la estrategia de apertura comercial sin depender de las negociaciones multilaterales, con el Tratado de Libre Comercio entre México y la Unión Europea (TLCUEM) en el 2000, quien impuso como requisito para la firma el compromiso de la cláusula democrática.

Nuevos acuerdos con más países permitieron consolidar al país como una importante plataforma de exportación hacia y desde el resto del mundo, pero preferentemente hacia EU.

Con la Gran Recesión en 2008-2009, se modificó radicalmente la organización del sector industrial. La reestructuración del sector automotriz y de autopartes aceleró el traslado de plantas y de líneas de producción a México, aprovechando las ventajas de los menores costos laborales y de transporte, lo que contribuyó a acelerar el descontento con el TLCAN en EU.

Antes de que Donald Trump apareciera en escena, la Administración de Barack Obama había tomado la determinación de que las cuestiones que se estaban aprobando en el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés), fueran incorporadas en el acuerdo regional, por ello se hablaba de un TLCAN Plus.

En gran medida la entrada de México a las negociaciones del TPP, fue más bien por una estrategia defensiva para no quedar fuera del juego multinacional.

Tampoco resultó extraño que en la presentación de los objetivos de la negociación de EU, se incorporaran aspectos que ya estaban aceptados por México y Canadá en el TPP.

Sin embargo, se debiera aclarar que ello se pactó en un contexto de libre comercio más amplió, en el que tal vez se hicieron más concesiones de las necesarias y que con el TLCAN se tengan que aceptar como dadas.

La izquierda mexicana ha seguido atrapada en su discurso de rechazo al TLCAN culpándolo del bajo crecimiento del país concentrando su energía en rechazar la incorporación al TPP por ser una forma absoluta de globalización.

Cabe precisar que opiné que México debió rechazar el TPP por las razones expuestas por Joseph Stiglitz, véase lo que escribí en estas páginas (https://goo.gl/4PTKv3).

La izquierda no podrá salir de su laberinto (rechazo al libre comercio) y no tendrá una posición clara frente a la renegociación del TLCAN, cediendo de nuevo la iniciativa a otros sectores políticos y sociales, mientras no revise críticamente la postura que adoptó hace 25 años.

Catedrático de la EST-IPN
Email: pabloail@yahoo.com.mx

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