Una de las características del proceso electoral que está en curso y que deberá culminar con la jornada de votación del próximo domingo 7 de junio, tiene que ver con los ataques indiscriminados entre partidos y candidatos. Los ciudadanos asistimos, entre la sorpresa y el enojo, a un espectáculo en el que nadie sale bien librado.

Hemos atestiguado revelaciones sobre el uso irregular de aviones de los candidatos a la gubernatura de Sonora, sobre los contratos arreglados en la delegación Benito Juárez en el DF, sobre el departamento violatorio de la ley en el que vive un candidato a delegado en la Miguel Hidalgo, sobre el extraño incremento de la riqueza inmobiliaria de la familia del gobernador de Nuevo León, sobre el activismo partidista del padre del gobernador de Jalisco (pese a que es funcionario judicial), etcétera.

Y todo eso por mencionar sólo lo relacionado con las campañas. En el ámbito institucional las cosas no están mejor: hemos sabido de los más de 4 mil millones de pesos que ha costado el edificio del Senado, pese a que carece de funcionalidad y tiene enormes defectos de construcción; de los boletos de avión de más de 200 mil pesos que se otorgan también los senadores; del extraño criterio de la Segunda Sala de la Suprema Corte, según la cual no hay problema en que los ministros puedan revisar las sentencias dictadas por sus hijos o sobrinos; de las extrañas circunstancias en que fallecieron 43 personas en un rancho de la carretera Morelia-Guadalajara; y la lista podría seguir.

La sensación que queda es de profunda decepción. No solamente por ver la mediocridad y la rapacería de nuestra clase política, habitada por personas que claramente están por debajo de lo que podríamos llamar un nivel mediocre, sino también porque no parece haber ningún resorte institucional al que apelar para salir del enorme marasmo en el que vive el país.

Además, si bien es cierto que los problemas parecen crecer día tras día, las campañas no han servido para entrarle en serio a analizar sus posibles soluciones. No sabemos qué piensan hacer nuestros candidatos en los temas que más nos preocupan: la inseguridad pública, el desempleo, los bajos salarios, la deficiente calidad educativa, la falta de oportunidad de los jóvenes, las violaciones de derechos humanos de migrantes, mujeres, personas con discapacidad y demás grupos vulnerables.

En España los recientes resultados electorales permiten confirmar el hartazgo hacia las opciones políticas tradicionales y el ascenso de nuevas alternativas, como los partidos Podemos, Ciudadanos, y la candidatura ciudadana que ganó en el municipio de Barcelona. ¿Qué pasa cuando volteamos en México a ver a los nuevos partidos? Han sido una decepción galopante, quizá con la excepción de Morena, que sigue basando su empuje en el liderazgo carismático de AMLO, a quien tampoco se le conocen propuestas novedosas para los problemas del país.

Frente a todo eso, se impone la necesidad de votar. Aunque sea por el “menos malo” o el que pueda convencernos un poco sobre algún asunto. No votar significa dejarles la cancha libre a los peores y abdicar de nuestro derecho a decidir. Pese al lodo y a la mediocridad de nuestros políticos, hay que votar para demostrarles que no somos como ellos y que sí cumplimos con nuestras obligaciones.

Investigador del IIJ-UNAM.
@MiguelCarbonell

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