Hace dos días acudí con unos amigos a comer en la costa europea del Mediterráneo. Omito el nombre del país, de la ciudad y del restaurante para no herir sensibilidades. La comida, la vista y el lugar tienen su toque pintoresco. Nos sentamos en una mesa colocada en la banqueta con una sombrilla que apenas cubría un sol implacable. El horizonte en el mar, más cerca una marina con un muelle que sirve de mercado local y en la calle el bullicio del turismo, el tráfico y la brisa que refresca y nos llena de aromas. En esa calma, la dueña del restaurante dijo contenta: “¿Mexicanos?, a mí me gusta el tequila”. Conocimos a una mujer de edad que toda su vida se ha dedicado a este negocio heredado por varias generaciones. En su semblante se veía la preocupación. Con voz baja nos tomó como sus confidentes. “Estamos con muchos problemas”, decía mientras no dejaba de ver de reojo si los meseros estaban a buena distancia para no escucharla. “Han venido muchos migrantes. El Mediterráneo era el gran seductor del turismo, ahora es un mar de gente que llega a escondidas en barcas de noche y madrugada. A veces los vemos desde aquí en pleno día. Llegan algunos enfermos, familias enteras, mujeres embarazadas y niños desnutridos. Los cabecillas corrompen lo que pueden, con amenazas y dinero se vuelven invisibles ante quienes deberían controlarlos. Nos sentimos indefensos, pues ellos han empezado a obligarnos a contratarlos de lavaplatos o ayudantes en la cocina, uno cree que ya con eso los tiene tranquilos pero no, nos exigen dinero para dejarnos trabajar. Son grupos de África que están enfrentados, se pelean y a veces aparece por ahí algún muerto que nadie reclama. Muchas familias han dejado sus negocios para irse a otro lado; es urgente que se haga algo. Este es un negocio de millones de euros, nadie se hace responsable y los problemas están a la vista”.

Esta mujer continúo diciéndonos: “Los primeros ministros se reúnen en conferencias para ver el asunto de la migración, hablan y hablan, firman declaraciones y el problema sigue creciendo. Ahora les roban las bolsas a las señoras en la playa, desvalijan partes de los autos, prostituyen a las mujeres y atracan al turismo cuando sale de noche de un bar. Miren, esos que están en la esquina no trabajan y venden droga a plena luz del día”. La mujer, recogiendo el sudor de su cara, exhaló un lamento y en una frase resumió su angustia: “Aquí no hay seguridad”. Nuestra anfitriona dio una larga mirada que sellaba nuestro pacto de silencio hacia el resto de sus empleados y acudió a atender a otros clientes. Mis amigos y yo compartimos la mirada y el silencio por unos instantes para abrir la conversación con la misma cautela que la propietaria. Los problemas de seguridad y violencia también suceden en otros países, debido a que las diferencias en los niveles de desarrollo de las naciones generan presiones migratorias que son el punto de partida de múltiples delitos y problemas sociales.

Quizá la diferencia es que en otros países la nota roja no es noticia de primera plana, y a veces sólo se registra en notas pequeñas de las páginas interiores en los diarios locales. Nuestro modelo de comunicación noticioso es distinto, no cubre estos asuntos que suceden en Europa y en otras regiones. Queda claro que la inseguridad no es monopolio de México y en esa lucha no hay treguas.

Rúbrica. Tromp l’oeil, le dicen los franceses a la técnica de los frescos que le hacen “trampa al ojo”. No sé qué le hicieron algunos mexicanos a Donald Trump, pero quizá se confundió; los delitos que él acusa no son de los latinos sino de sus casinos. Lo que seguramente le encrespa el copete es que los mexicanos con nuestra pronunciación le digamos “Mr. Tramp”.

Político, escritor y periodista.
@AlemanVelascoM
articulo@alemanvelasco.org

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