Hace cien años se celebró en Mérida, Yucatán, el Primer Congreso Feminista. Hubo otros entre 1888 y 1900 en París, Washington, Chicago y Londres. En América Latina estaba el precedente de Buenos Aires en 1910.

Fue el gobernador Salvador Alvarado quien realizó la convocatoria. Encontró respuesta en más de 600 yucatecas, en su mayoría maestras, —las más ilustradas de la época— que asistieron con entusiasmo al Teatro Peón Contreras.

La prosecretaria para la organización fue doña Amalia Gómez, abuela del actual presidente de la SCJN.

La convocatoria consideraba la sumisión que había vivido la mujer yucateca y contenía la premisa de que: “para que puedan formarse generaciones libres y fuertes es necesario que la mujer obtenga un estado jurídico que la enaltezca y una educación que le permita vivir con independencia”.

Llama particularmente la atención la afirmación de que “es un error social educar a la mujer para una sociedad que ya no existe”. Así se veían las cosas en 1916.

La crónica, extraída del acervo de la biblioteca virtual de Yucatán, narra que las mujeres llenaron las plateas y lunetas con vestidos de algodón o lino. Algunas portaron los trajes tradicionales. Los hombres que asistieron fueron ubicados en las galerías. Se discutió si ellos tenían derecho a manifestaciones con aplausos, gritos o chiflidos y se les negó mayoritariamente. Sólo agitaban sus pañuelos en silencio cuando compartían una idea. Una mujer señaló: “Lo que quieren los hombres es ponernos en pugna para hacer fracasar nuestra causa”.

El debate fue apasionado y contrastó posturas. A menudo se caldearon los ánimos. Las moderadas advertían: “Si las opiniones radicales triunfan, las mujeres llorarán sobre sus encantos pisoteados por ellas mismas”. También decían: “La mujer debe obediencia al hombre y debe procurar no ser jamás carga para el marido”. “Las mujeres casadas no pueden trabajar porque no les quedaría tiempo para educar a sus hijos. Las madres son madres y no pertenecen más que a sus niños. Y si quieren hacer de ellos hombres y mujeres de bien deben dedicarse exclusivamente a su educación”.

“A quien es necesario educar es al hombre”, sentenciaba Francisca García.

Alguien más afirmaba: “Es necesario que busquemos el concurso del hombre. Para ser más fuertes y más cultas. El que ya es fuerte puede enseñarnos el camino de serlo”.

Con claridad se señaló: “En el dominio de la mujer por el hombre no ha habido sino el más ruin egoísmo y no parece explicable que aún en estos tiempos haya hombres que sistemáticamente se opongan a la emancipación definitiva de la mujer”.

También se dijo: “Si la mujer no ha figurado con notabilidad sino en casos muy excepcionales es debido primero a que no se le ha dado una educación perfecta y luego al estado de subyugación en que ha vivido”. Y, complementariamente: “Si la mujer hasta hoy sólo ha podido dirigir los quehaceres domésticos es porque a esta clase de trabajos la han inclinado”.

Las conclusiones del Congreso se enfocaron predominantemente a los temas de la educación formal e informal.

Los avances en la península continuaron durante el gobierno de Carrillo Puerto. El resto de la República caminó a su propio ritmo. Nos faltaba un gran trecho en la conquista de los derechos durante todo el siglo XX. No acababan de darse los efectos de la Primera Guerra Mundial que sucedía en ese momento y faltaban los de la Segunda. No se había dado tampoco la gran revolución generada por la píldora anticonceptiva que cambió a partir de los años 70 la vida y el destino de las mujeres.

En lo personal, me asumo heredera de las aportaciones de las feministas de aquella época y, aunque soy una mujer fascinada con el tiempo que me tocó vivir, me hubiera encantado estar ahí.

Directora de Derechos Humanos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación

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