México en la ola global. El único dato que no ha aparecido en los análisis de las elecciones mexicanas del domingo es el del entorno global: ni antes, ni durante ni después de la jornada electoral se ha registrado el hecho de que México no podía escapar de la ola derechista que invade las urnas y llega en varios casos a apoderarse de parlamentos y gobiernos en todos los continentes.

El aldeanismo de buena parte de nuestros políticos y analistas sigue con la vista centrada en el ombligo nacional: un probable resabio de las ideas en boga hace más de medio siglo sobre la supuestamente infranqueable singularidad de México y lo mexicano, incluyendo sus culturas y sus (sucesivos) sistemas políticos. Incluso muchos de nuestros medios se han vuelto más provincianos que hace medio siglo, debido a la ampliación de libertades para la crítica local y a los rendimientos en pesca de lectores, audiencias y anunciantes que arroja el regodeo en las guerras internas por el poder, preferentemente si se presentan llenas de lodo.

El anacronismo parece insostenible: el cerco militar, económico y político en el que se encerró el bloque soviético y al que se le llamó ‘cortina de hierro’, cedió hace más de dos décadas. La llamada ‘cortina de bambú’ erigida por China después de la Segunda Guerra Mundial fue barrida antes de empezar este siglo por incontenibles flujos de comercio internacional. Pero al parecer permanece intacta en nuestra esfera pública la supuesta inmunización mexicana a la influencia política exterior, ironizada en los años sesentas del siglo pasado como ‘cortina de nopal’.

Acceso a la iracundia. Para los que no se han enterado, o no les ha caído el veinte de las consecuencias de lo ocurrido también en México desde hace un cuarto de siglo, las aperturas mexicanas, a partir de los años noventas del siglo pasado: al comercio mundial y a la observación internacional de los procesos electorales y de la situación de los derechos humanos, entre otras, contribuyeron más de lo que se piensa al desarrollo de las libertades informativas y del ejercicio de los derechos políticos que condujeron a la transición a la alternancia el último año del siglo XX.

Y, ya en el siglo XXI, a través de las plataformas digitales, son crecientes los grupos sociales con acceso instantáneo al conocimiento de lo que les ocurre en todo el mundo a las mayorías: grandes perdedoras de todas las crisis (las financieras, las migratorias y las de la inseguridad y la violencia, a la cabeza). Y con acceso también a la iracundia y a las diversas formas de inconformidad provocadas por el deterioro de la economía global, de las naciones y de las personas.

Y lo mismo en los países de mayores tradiciones liberales y progresistas, como los nórdicos, que en Austria, Alemania, Holanda y Francia, que en Centro y Suramérica, ya no digamos en Estados Unidos, el malestar en la economía y la política se ha expresado en un resurgimiento del conservadurismo y el populismo localista a ultranza.

Reparto de poder. En nuestro país, en elecciones regionales, un electorado dispuesto a ponerse a salvo en sus reductos territoriales, encontró en los candidatos y los discursos del PAN —independientemente de la trayectoria no local de los actores— la mejor salida a los temores ante la inseguridad, a los resentimientos frente a la corrupción y a los enojos por los efectos en la economía de las familias de un desorden que no encuentra cauces de control en lo global pero que repercute con fuerza en lo local.

Finalmente, con este otro clavo al ataúd de la supuesta singularidad nacional, más allá de signos ideológicos, las urnas del domingo significaron otro avance a la alternancia del poder en los estados, iniciada hace un cuarto de siglo en Baja California. Perfilaron, además, un nuevo equilibrio en el reparto del poder regional, más acorde con los porcentajes de votación de los partidos a escala nacional y más común en las democracias desarrolladas de países de alta complejidad como el nuestro.

Director general del Fondo de Cultura Económica

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