Esos pequeños vampiros, además de molestos porque no dejan dormir y provocan comezones desagradables, son muy peligrosos, desde siempre: el paludismo (malaria es su otro nombre) pudo contribuir a la caída del imperio romano, dicen los historiadores. Con las grandes campañas a base de DDT, después de la Segunda Guerra Mundial, el mundo se olvidó de la amenaza y bajó la guardia. El surgimiento, hace poco más de un año, de la epidemia de zika en Brasil, vino a recordarnos que podemos ser víctimas de esos pequeños voladores. Transmiten muchas enfermedades, serias todas, mortíferas algunas y en nuestro mundo globalizado, de comunicaciones rápidas y universales, esas plagas crecen a un ritmo impresionante.

El mosquito anofeles infecta 214 millones de personas al año con la malaria, que mata 500 mil . El tristemente célebre Aedes (hay muchas variedades) transmite el dengue tan común en nuestro país, también chikungunya, que llegó por primera vez a Europa y América en 2013, importado por turistas, y finalmente zika, el último en llegar, el más terrorífico.

Los países desarrollados habían logrado erradicar el paludismo (malaria) y Mussolini presumía con orgullo haber librado a Roma de este flagelo inmemorial al desecar los pantanos vecinos; por lo mismo no les preocupaba la actividad de los mosquitos en países tropicales y pobres. Hoy todo ha cambiado por la interconexión del mundo, los millones de viajeros aéreos, el recalentamiento del planeta. El zika puede llegar a todas partes, directa o indirectamente. Las mujeres embarazadas que viven o han viajado a regiones infestadas pueden sufrir complicaciones que afectarán al bebé; además el zika puede transmitirse por el sexo.

Aún no se sabe por qué ciertas mujeres infectadas por zika dan a luz a niños con microcefalia, mientras que otras tienen hijos sin problemas. Tampoco se sabe cuánto tiempo, durante el embarazo, sigue la amenaza: ¿un trimestre?, ¿dos? Hasta la fecha, no hay tratamiento. En abril, la revista Cell publicó un primer progreso: un equipo de la universidad John Hopkins encontró que el virus ataca y mata a las células progenitoras neurales, las que se forman al principio del desarrollo fetal y generan neuronas en el cerebro. Zika resulta en células dañadas y menos volumen cerebral: microcefalia. Zika está también relacionado con la enfermedad de Guillain-Barré, parálisis temporal (puede ser de muy larga duración) con una recuperación que no es siempre completa. El doctor Hongjun Song concluye que “el mejor medicamento en realidad evitaría que las células fueran infectadas en primer lugar”. Mientras no exista dicho remedio, hay que evitar la infección, luchando contra el zancudo transmisor, recurriendo a todo el arsenal tradicional casero, y evitando la proliferación del mosco.

El zika no debe hacernos olvidar el dengue, chikungunya, malaria y la fiebre amarilla, la cual está creciendo peligrosamente en África. Mata 80 mil personas al año en este continente, algo escandaloso si uno piensa que una eficiente vacuna existe. El brote en curso en Angola podría ser global y por eso la OMS mandó 9 millones de dosis para vacunar a la tercera parte de la población. Lo que preocupa a la OMS, además de la posible propagación a Congo, Kenya, Zambia, Namibia, es que por primera vez China (que tiene cien mil trabajadores en África) ha diagnosticado casos de fiebre amarilla. Por razones desconocidas, hasta ahora, Asia no había sufrido del mal aquel, con todo y la presencia del Aedes Aegypti. En caso de propagarse en China, Indochina y la India, la existencia de vacuna en el mundo se agotaría rápidamente. Claro, lo peor no está seguro, pero hay que estar preparados. Por eso, y por muchas razones, nuestro país debe recuperar su independencia en elaboración de vacunas y participar en las investigaciones de vanguardia. Tenemos los talentos necesarios para tal reto.

Investigador del CIDE
jean.meyer@ cide.edu

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