La imagen del pequeñito Aylan que yace muerto en la playa da la vuelta al mundo y sacude conciencias. Su imagen se nos hunde en el pecho, cierra la garganta y humedece los ojos, ahoga el sollozo.  El pequeño, su hermano, su madre y su padre  intentaban llegar a un lugar seguro huían de Siria cuando el naufragio  ahogó  a la madre y a los dos hijos, cerró sus vidas.  Aylan, ese inocente pequeño, es ya la imagen del sufrimiento de miles, cientos de miles, millones de desplazados que escapan de Siria, de Libia, de distintos países de Africa para alcanzar la otra orilla del Mediterráneo y así salvar la vida.

Europa, mientras tanto, la solidaria y defensora de los derechos humanos, se debate entre las cargas que representan los miles de refugiados que llegan diariamente a sus costas, en mayor número a Grecia e Italia, intenta repartir cuotas “justas”, aceptar a unos y deportar a otros, nada de migración económica, dicen, refugiados y asilo restringido.  Los gobiernos no quisieran ver lo que está pasando y a trompicones comienza la deliberación sobre las cargas, las fronteras, el número que deberá aceptar cada país, o el porcentaje porque de números ya nadie puede hablar.

Líbano, Jordania y Turquía, es ya el incierto refugio de 4 millones, la mayor oleada de desplazados.  Mientras, la solidaria Europa discute como se repartirá a 40,000.  Quien sabe donde se le van perdiendo los derechos humanos… ¿Y los países de Europa del Este que hace poco se incorporaron a la Unión Europea de 28 países?  Esos peor aún, Hungría, República Checa y Polonia, se niegan a aceptar cuotas.  El drama crece día con día.  La imagen de Aylan tirado en la playa, boca abajo, con su cabecita de lado es imborrable para todo aquel que la haya visto.

Los gobiernos son rebasados por sus ciudadanos.  En primer lugar destaca ese pequeño país de 331,000 habitantes llamado Islandia, donde un número de 11,000 islandeses y que crece, han ofrecido ya abrirles las puertas e sus casas a los inmigrantes.  En Facebook aparecen mensajes de quienes están dispuestos a recibir niños, familias, refugiados.  Lo hacen lo mismo maestros, una madre soltera, que dicen que tienen “una cama, ropa y juguetes para acoger a un niño necesitado”.  Que quieren ayudar a una familia desplazada “ que tenga la opción de vivir una vida sin preocupaciones como la mía…” amigos, trabajadores, un cocinero, un bombero, un presentador de televisión… Muchos son los testimonios en Facebook que recoge la BBC.  Ante la masiva respuesta el primer ministro de Islandia, Ginnlaugsson, anunció que se reevaluará el número de solicitantes de asilo que el país debería aceptar.

En el Reino Unido y en Francia comienzan a aparecer firmas que miles que claman por ayudar a los desplazados…  las extrema derechas se resisten, como siempre.  Y sí, es la mayor crisis migratoria desde la Segunda Guerra Mundial, imparable.  No pocos aportan su grano de arena.  La crisis migratoria tiene un lado muy oscuro, pero también un lado luminoso que despierta la solidaridad ciudadana.

Aylan, su hermano y sus padres lo único que buscaban era un refugio, sobrevivir, alcanzar algún día el asilo que les había negado Canadá.  No hubo salvación para ese pequeño, su madre y su hermano también pequeño. Qué afrenta… Y que hermosos los dibujos de ilustradores del mundo entero elaborados a partir de la imagen de Aylan y la tragedia que cerró su vida.

A esa playa lejana nos acercamos con dolor millones y millones en el mundo entero.  Y nos preguntamos sobre el mundo en el que vivimos… qué afrenta para la política internacional europea, para los derechos humanos, pero sobre todo para la vida de inocentes.  ¡Cuánta tristeza, cuánta rabia! Al reconocer que a Aylan lo han acompañado miles de muertos más (muchos niños), cientos de naufragios, de vidas segadas en el horror y el miedo de quienes huyen dejando todo atrás.

Y ¿no deberíamos preguntarnos si podríamos hacer algo?  Hay que recordar el exilio español de los años treinta del siglo pasado cuando México abrió sus puertas a miles de españoles, hay que recordar la labor de grandes diplomáticos mexicanos como don Gilberto Bosques y Gonzalo Martínez Corbalá.  Ahí está el refugio de chilenos, argentinos, brasileños en los años de las dictaduras latinoamericanas.  El asilo es una política de compasión solidaria frente a la necesidad de sobrevivencia de otros.  Claro que los tiempos han cambiado y ahora todo es más complicado, especialmente frente a la violencia de grupos terroristas. Lo que no cierra los caminos de la compasión activa.

* Periodista y analista de temas internacionales

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