Una de las consecuencias más desagradables de la irrupción de Twitter en el espacio público capitalino es el lugar preponderante que a través de él ha logrado la figura del hater. El hater es aquel que vive de la crítica, la ofensa y el desdén; ninguna idea es buena porque ninguna idea es suya. Desde la óptica del hater el mundo está construido por imbéciles, ineptos e incompetentes, solo él entiende el mundo, pero —¡oh gran tragedia!— el mundo no lo entiende a él.

La plataforma de Twitter es ideal para este tipo de expresiones; la fluidez con la que se mueven las narrativas y la rápida construcción de éstas alrededor de conceptos sencillos (hashtags) ayudan a exponenciar estos mensajes. De ahí nace un nuevo engendro del tinglado digital: el “intelectual” hater. El éxito de esta estirpe de “intelectuales” depende de su capacidad de extrapolar su entendimiento maniqueo del mundo como un estándar ético absoluto donde hay conductas sintomáticas de la inteligencia y la ética pública (el disentimiento y la crítica voraz) y otras que son muestras de la inmoralidad y la corrupción (el consenso).

Esta noción de mundo no sólo es falsa sino perversa, porque abona hacia la imposición de un monopolio de la verdad sobre la ética pública. El problema no es la existencia del hater —la pluralidad es una precondición de la democracia— sino cómo esta actitud se ha alzado como la única vía aceptable. Bajo esa consigna, ante cualquier propuesta política, la única respuesta políticamente adecuada es el rechazo. Lo que comenzó como un sano ejercicio de escrutinio público se ha convertido en un espectáculo de linchamiento hacia cualquiera que ose proponer un cambio.

En la Ciudad de México la influencia del hater es exponenciada por una cultura que se ha vuelto profundamente cínica. El resultado es lo que Peter Sloterdijk ha llamada una “falsa conciencia ilustrada”; la noción de que existen dos espacios separados por una barrera ética e intelectual; el siempre preponderante YO, y el eternamente estúpido mundo de “ellos”. En la narrativa del chilango ese primer mundo es una víctima perpetua del segundo. “Son unos corruptos” “me chocaron” etc… etc.. La crítica como un espacio de refugio para evitar impunemente la necesidad de aportar. El resultado es una triste paradoja cuya consecuencia es la parsimonia social; criticamos todas las ideas que nos son ajenas, pero por ello mismo cuando tenemos una idea somos criticados por todos. No hay manera de moverse ni de transformar bajo el imperio filosófico del cinismo.

La idea de la crítica y el libre pensamiento incluyen la presunción de que se vale —aunque sea de vez en cuando— estar de acuerdo con quienes normalmente disentimos. Tan necesaria como la crítica es la capacidad de reconocer al otro. En México hemos dado un bandazo poco sano; de una sociedad maleable y dócil nos hemos convertido en una sociedad de cínicos perpetuamente enojados. Twitter es la nueva inquisición de quienes se atreven a disentir con el monopolio de la ética pública hater. Como si para compensar tantos años de oficialismo tuviéramos ahora que ser ortodoxamente antisistémicos.

En los últimos 15 años, la Ciudad de México se ha beneficiado de políticas públicas que generaron disenso en un principio pero que, a la larga, resultaron importantes aciertos. Bajo el monopolio de la ética pública hater éstas transformaciones se vuelven más difíciles. El problema de fondo es que ninguna propuesta va a satisfacer a los próceres intelectuales del cinismo digital; su propia subsistencia depende de que esto sea así; donde el hater concede, la dicotomía que sustenta su existencia se agrieta.

Los haters siempre son minoría pero su rápido alineamiento en torno a la sencilla idea del rechazo amplifica su mensaje; en su simpleza intelectual está su fortaleza moral. Ante ello la única respuesta posible es el pensamiento y la creatividad; nada más peligroso para un mundo blanco y negro que un poco de color.

Analista político

@emiliolezama

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