En su labor diaria, el periodista actual en México enfrenta graves riesgos. El más visible es el crimen organizado, cuyas amenazas y peticiones para la “cobertura” de algunos hechos de violencia han terminado con la vida de decenas de reporteros en el país. Sin embargo, hay otra amenaza de dimensión casi similar.

Hace unas semanas, en comparecencia ante el Senado, el subsecretario de Derechos Humanos de la Secretaría de Gobernación, Roberto Campa, reconoció que el patrón común en los asesinatos a periodistas es la delincuencia organizada, aunque de acuerdo con estadísticas oficiales 40% de las agresiones provienen de actores del Estado.

A lo anterior se ha sumado en los últimos meses una desafortunada andanada de denostaciones al trabajo periodístico por parte de gobernantes o figuras de la vida política. La descalificación, cuestionamiento y agresión verbal directa por parte de quienes ejercen el poder o aspiran a ejercerlo sólo viene a colocar más diques a la libertad de expresión y a demostrar la intolerancia que todavía persiste en gran parte de la clase política.

Políticos de todas las filiaciones han vertido expresiones ásperas cada vez que aparece publicada en la prensa nacional información que, desde su perspectiva, únicamente lesiona su imagen. En ese momento los aludidos se lanzan contra la “prensa inmunda” que escribe “basura”, que publica “calumnias, insultos y mentiras” e incluso afirman que es “hora de ponerle un alto a los medios”.

Discursos llenos de calificativos, sin interés por esclarecer o rebatir de manera civilizada los señalamientos.

Quienes se encuentran en el poder no deben olvidar que llegan ahí como resultado de un proceso democrático, que la sociedad mexicana en los últimos años ha demandado una actuación gubernamental basada en la transparencia y en la rendición de cuentas, que todos los días grupos sociales y la prensa dan pasos en ese sentido.

La historia del mundo está llena de ejemplos de cómo el hostigamiento y desaprobación de la práctica periodística es el inicio de regímenes totalitarios. Entre criticar a la prensa y adoptar líneas autoritarias hay muy poca distancia.

México está todavía en la ruta de consolidarse como sociedad plural y democrática; el papel de grupos sociales y de la prensa es clave para conseguir ese objetivo y para recordar a las figuras de poder que deben emplear más la autocrítica.

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