La masacre ocurrida el domingo pasado en Orlando, Estados Unidos, nos recuerda qué tan lejos puede llegar el odio irracional hacia quien es diferente. El asesino estadounidense, radicalizado por propaganda del Estado Islámico según el gobierno vecino, no tuvo otra razón para cometer su crimen más que el desprecio por una orientación sexual. A partir de entonces la discusión en EU ha girado en torno a tres ejes: la homofobia, el control de armas y la presencia de musulmanes en el país del norte.

Desde México cometeríamos un error si limitáramos el debate sobre lo ocurrido en Orlando sólo al ámbito estadounidense. El control de armas es más estricto aquí y la proporción de extranjeros en territorio nacional es mucho menor al de cualquier país que ha sufrido atentados terroristas. Sin embargo, la homofobia es un mal arraigado en México.

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) considera que México es el segundo país de Latinoamérica donde más crímenes de odio se registran, sólo por debajo de Brasil y a la par de Colombia. No se especifica motivo del odio, pero otra cifra ofrece pistas: la segunda razón que más esgrimen los connacionales solicitantes de asilo en Estados Unidos es la amenaza a su vida por motivo de su orientación sexual.

Es paradójico. Entre los mexicanos hay al mismo tiempo un reconocimiento del problema, mientras que permanece la resistencia a tratar a los homosexuales como personas con igualdad de derechos.

Siete de cada 10 personas heterosexuales, según estadística de Conapred, admiten que los derechos de la comunidad lésbico-gay no son reconocidos como deberían y 52% señala que el principal problema que enfrentan es la discriminación.

¿Por qué entonces son más quienes rechazan la iniciativa presidencial de homologar el matrimonio sin importar la preferencia sexual? De acuerdo con una encuesta publicada hoy por este diario, 49% está en contra de la propuesta, frente a 43% que está de acuerdo. Aun peor: 69% se niega a que la población homosexual tenga derecho de adopción.

No hay un solo dato científico que respalde la resistencia de la mayoría de los mexicanos de otorgar a los homosexuales los mismos derechos que a los demás. Ante la duda y la falta de información prevalece el prejuicio.

¿Cuánta distancia hay entre negar a una persona el derecho de vivir su sexualidad como le plazca, y quitarle la vida? Difícil medirlo. Lo cierto es que la semilla del odio en ambos casos parte del mismo principio, de la creencia ciega —sin fundamentos— de que al diferente debe tratársele diferente. Porque esa persona no es como “debe ser”.

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