Un tema recurrente en las discusiones sobre la política de drogas es la relación entre drogas y delito. Asumir que drogas y delito están íntimamente vinculados es a tal grado un lugar común que a menudo se tratan como si fuesen una misma cosa. La ONU incluso tiene una Oficina de Drogas y el Delito como si vinieran en combo. Y, con frecuencia, se escucha argumentar a los prohibicionistas que cualquier otra regulación de las sustancias hoy prohibidas tendría como resultado un aumento en los índices delictivos. ¿Qué dicen los datos sobre esta relación? ¿Es cierto que quien consume drogas ilícitas tiene mayor propensión a cometer delitos por haber consumido?

El pasado fin de semana presentamos en la FIL de Guadalajara el libro De la detención a la prisión (Editorial CIDE). En 5 capítulos se analizan distintos aspectos de la justicia penal mexicana, a partir de datos de la Primera Encuesta a Población Interna en Centros Federales. Uno de los textos, escrito por Laura Atuesta, analiza la relación entre consumo y delito en nuestro país. Aunque los datos que usa tienen limitaciones, pues sólo registran a quienes han sido atrapados por el sistema y no a todos los que cometieron delitos, obliga a cuestionar uno de los pilares de la prohibición. La evidencia apunta a que la abrumadora mayoría de consumidores —de sustancias lícitas e ilícitas— no delinque, ni es violenta. Además, en el caso de los consumidores de drogas ilícitas, quienes han cometido delitos, infringen las leyes de control de sustancias realizando conductas como poseer, sembrar o trasportar. En cambio, el consumo de alcohol aparece asociado con conductas violentas como matar o secuestrar.

Del total de personas encuestadas, 56.6% afirmó haber consumido alguna sustancia en las 6 horas anteriores a cometer el delito por el que lo sentenciaron: 31% dijo que había consumido tabaco, 30% alcohol, un lejano 15.2% cocaína o crack, 13% marihuana, etc. El análisis de Atuesta muestra que el consumo de alcohol está asociado a delitos violentos como homicidio, secuestro o delitos contra la propiedad mientras que el consumo de drogas ilícitas está más bien vinculado a la comisión de delitos contra la salud: poseer, sembrar, vender o transportar sustancias ilícitas. Así, es más frecuente encontrar a consumidores de alcohol entre quienes cometieron un homicidio, poseían armas ilegalmente, secuestraron o robaron (37%), que entre quienes cometieron delitos de drogas como transporte, posesión, siembra o venta (25%). En contraste, es más frecuente que los sentenciados por delitos de drogas hayan consumido drogas ilícitas (30%) a que los sentenciados por esos otros delitos lo hayan hecho (15%).

Si alguna sustancia se asocia con cometer delitos violentos, es el alcohol. El consumo de sustancias ilícitas aumenta la probabilidad de ser sentenciado por un delito relacionado con la prohibición, no de cometer un delito violento o en contra de la propiedad. En otras palabras, la actual regulación y no el daño social explica gran parte de la relación entre drogas ilícitas y delito. De no existir la prohibición, estas personas no estarían recluidas en nuestros centros penitenciarios, saturando el sistema, sin trabajar y sin apoyar a sus familias. La relación entre drogas ilícitas y delito es entonces circular: tener que ver con drogas ilícitas es un delito y esto hace a los consumidores más “propensos” a cometer delitos. Encontramos pues, en el corazón de la prohibición poca evidencia y, de nuevo, la criminalización y estigmatización de quien decide consumir.

División de Estudios Jurídicos, CIDE.
@cataperezcorrea

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