El 28 de febrero de 2020 inició la pandemia en México. Aproximadamente tres meses después de que el coronavirus fuera detectado en Wuhan, China, la Secretaria de Salud confirmaba el primer caso en nuestro país. Se trataba de un hombre de 35 años que había viajado a Italia y empezó a manifestar los primeros síntomas de esa extraña neumonía que ya se había logrado secuenciar en Asia y prendía alertas internacionales. Durante las primeras semanas de marzo, las autoridades decían que solo se habían encontrado casos limitados, importados del extranjero. No se declararon medidas estrictas de sanidad, solo algunas tibias acciones de prevención.

Para el 24 de marzo, el país ya atravesaba la inminente segunda fase: la transmisión comunitaria del SARS-CoV-2. Las escuelas habían cerrado y se suspendieron actividades no esenciales. Todavía prevalecía en algunos la esperanza de que el asunto no se prolongara más de uno o dos meses, pues el bolsillo no podría soportarlo. A pesar de la rápida transmisión, el uso del cubrebocas era escaso (las autoridades de salud, incluso, lo desalentaban) y mucha gente seguía circulando sin sana distancia. Las autoridades predicaban con este ejemplo.

Así empezaron las interminables multiplicaciones: de síntomas, de infectados, de muertos. La peor pesadilla de muchos se materializó con diferentes rostros. No solo murieron padres, hijas, hermanos y amigas; también se perdieron miles de empleos que se sumaron a la mayoría apabullante que en este país vive en la informalidad.

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Con la llegada de las vacunas, una brisa de optimismo envolvió al mundo, pero aún hay muchos retos para vivir una pandemia que no tiene fecha de término. A un año de la tragedia global, organizaciones internacionales, avaladas por varios estudios, hacen un recuento de los daños con la finalidad de paulatinamente entender cuáles fueron las cosas qué pudieron hacerse mejor, y en muchos casos, mucho mejor.

El recuento de los daños

Hace dos años, la Organización mundial de la Salud (OMS) y el Banco Mundial fundaron la Junta de Vigilancia Mundial de la Preparación (GPMB), un organismo independiente para evaluar las herramientas de los países contra una posible pandemia. Un poco antes de la aparición del SARS-CoV-2, en septiembre de 2019, se alertaba cómo el mundo estaba mal preparado para enfrentar un fenómeno de estas magnitudes.

En el reporte llamado “Un mundo en peligro. Informe anual sobre preparación mundial para las emergencias sanitarias”, se decía que una de las grandes preocupaciones giraba precisamente en torno a los patógenos respiratorios, debido a los riesgos desencadenados por su rápida propagación a través de las gotículas de la respiración.

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La declaración de la pandemia llegó hasta el 11 de marzo del 2020. En un estudio reciente presentado por la OMS, se hablaba de que el gran número de casos en trabajadores de la salud contagiados al inicio de la pandemia, puso de manifiesto la falta de medidas básicas de muchos países para tener protocolos de atención disponibles y aplicables. El reporte previo tampoco había contemplado la importancia de la infodemia. Los rumores y la desinformación fueron obstáculos para la respuesta oportuna, que incluso han sido diseminados por los líderes mundiales. Los sistemas de salud frágiles, que no han invertido lo suficiente en prevención de enfermedades y tratamientos; y los que han demostrado mayor desorganización y negación ante los efectos del Covid-19, han sido los que más muertos han acumulado y donde las secuelas del virus podrían retardar más el fin de la pandemia.

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Para la OMS, las estrategias coherentes y coordinadas, apoyadas en sistemas con un adecuado registro de datos han sido muy escasas en diversos lugares del mundo. Es un reto no solo para la pandemia que atravesamos, sino para las venideras. Recientemente se presentó el informe mundial SCORE (las siglas en inglés de encuesta, cuenta, optimiza, revisa y habilita), una instantánea del estado de los sistemas de información sanitaria en todo el mundo.

El informe cubre 133 sistemas de información sanitaria de diversos países que concentran alrededor del 90% de la población mundial. Se trata del primer estudio de este tipo y revela que cuatro de cada 10 muertes permanecen sin registrar, revelando que la falta de datos en todo el mundo limita la comprensión del verdadero impacto de una pandemia y debilita la planificación. Este estudio, también hace énfasis en la falta de integración de recursos y datos en las instituciones académicas y de salud de los mismos países, así como en el establecimiento de lazos mediante políticas regionales.

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Preguntas sin contestar

Después de un año, las vacunas para uso de emergencia se concretaron a través de los esfuerzos de países que han mantenido una apuesta constante por la ciencia en todos los ámbitos. Casi los mismos países que están presentes en la carrera espacial (EU, China, Rusia, India), han impulsado este tipo de esfuerzos. Las vacunas no significan el final de la epidemia; pero, según declaraciones de Tedros Adhanom Ghebreyesus, demuestran que pueden ayudar a controlar al virus, siempre y cuando estén aunadas al seguimiento de las medidas de seguridad.

Aún hay muchas preguntas (viejas y nuevas) por responder acerca del SARS-CoV-2. El origen del virus sigue siendo un misterio. Un equipo internacional de 34 especialistas se reunió recientemente en Wuhan para analizar el surgimiento del virus desde tres trincheras: epidemiología, investigación molecular, y animales y medio ambiente.

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Visitaron hospitales y otros sitios donde se detectó por primera vez el virus SARS-CoV-2, e identificaron algunas teorías principales de cómo podría haberse transmitido a los humanos. Si bien la investigación en curso continúa sugiriendo que los murciélagos son un reservorio natural del nuevo coronavirus, una hipótesis sugiere que el virus podría haber atravesado la cadena alimentaria, ya que los productos congelados pueden proporcionar una superficie para la transmisión. La revisión de los especialistas sugiere que el virus, incluso, podría haber estado circulando antes en otras regiones. El origen preciso del virus aún podría mantenerse sin respuesta por varios años.

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Aunque todavía hay dudas sobre el tiempo de inmunidad, ya hay varios estudios que establecen algunos parámetros. Uno de los más recientes,“Evaluación de inmunidad y reinfección del SARS-CoV-2 (SIREN)”, concluyó que las respuestas inmunitarias de infecciones pasadas reducen el riesgo de contraer el virus nuevamente en un 83% durante al menos cinco meses. En cuanto a la posibilidad de reinfecciones hoy existen datos más concluyentes. Este mismo estudio sugiere que las infecciones repetidas son raras: ocurrieron en menos del 1% de aproximadamente 6 mil 600 participantes que habían estado enfermos. Este tipo de estudios también han arrojado más precisión en los porcentajes de la sintomatología, sin embargo los secuelas de la enfermedad están abriendo nuevas rutas de investigación: una de las preocupaciones más importantes ha sido la depresión desencadenada por el virus, no solo por el aislamiento, sino como una secuela del Covid-19. Para la OMS, el reto no es solo prepararse para otra pandemia, sino atender de manera inmediata el desafío de numerosos pacientes de perfiles muy diversos con secuelas del virus que empiezan a dejar las primeras pistas en la literatura científica.