Con tan sólo 19 años, inició en 1890 una prolífica colaboración en EL UNIVERSAL y en su suplemento

A 10 años del despegue de su carrera como escritor, especialmente como poeta, viajó a Japón, donde desempeñó un papel diplomático en representación de México. Aquella experiencia influiría no sólo en su poesía -introdujo el modelo del haiku en su poesía y marcó tendencia-, sino también en su trabajo periodístico.

En una época en la que el verbo “googlear” estaba muy lejos de existir, Tablada compartió su conocimiento de la cultura japonesa a través de sus crónicas.

En diciembre de 1922, a unos días de fin de año, José Juan Tablada escribió en EL UNIVERSAL ILUSTRADO una crónica sobre cómo se celebraba el Año Nuevo en Japón, con lujo de detalle en sus deidades, deportes preferidos de los nipones y en sus tradiciones, como los “surimonos”, tarjetas hechas con gran artesanía, que el escritor se encarga de describir minuciosamente.

Una crónica de José Juan Tablada: las tarjetas del año nuevo en el Japón

28 de diciembre de 1922

Omedeto gozai-masu!

Esta es la frase congratulatoria con que el Año Nuevo se saludan unos a otros los setenta millones de habitantes de las cinco grandes islas y de las quinientas que forman el territorio del Japón.

Pero las felicitaciones y las fiestas de Año Nuevo se prolongan allá mucho más que entre nosotros, pues iniciándose el primero de enero terminan hasta el dieciséis en que la fiesta final “Jabu Iri”, o entrada a la casa, reanuda las ocupaciones habituales. En Año Nuevo del Japón, que antaño se celebraba al terminar el periodo de los “Grandes Fríos” e iniciarse el de la “Primavera Temprana”, en el mes de marzo aproximadamente, coincide hoy con el nuestro habiendo adoptado el Japón igual cronología. Como en otros tiempos, la celebración continúa llamándose “Sho Catsu” y casi todos los ritos, ceremonias y fiestas siguen practicándose hoy como ayer.

Todas las casas del imperio de los palacios a los bohíos decoran sus puertas con la pareja de pinos, símbolos de longevidad y representativos de la hembra y el varón. En ocasiones asócianse al pino, al cerezo, el bambú formando así la triada “Sho-Chiku-Bai!, considerada de óptimo augurio. También del palacio a la choza, los japoneses comen durante los días del Año Nuevo los “mochi” o galletas, de cierto arroz muy glutinosos, y los colocan como ofrenda en el altar doméstico de los antepasados.

De las diversas ceremonias y costumbres tradicionalmente practicadas durante el festival de Año Nuevo, daremos una idea a los lectores.

“Hatsumairi”. Celébrase en la madrugada del primer día del año por medio de oraciones en todos los templos y capillas. El propio Emperador, retirándose a solas a una humilde cabaña, construida para el caso en los jardines palatinos, ofrece a los dioses plegarias por su pueblo y éste por su parte lo secunda, acudiendo a orar a los templos de su devoción, en peregrinaciones cuyos atavíos y accesorios forman los más pintorescos conjuntos. El dio particularmente adorado en esta ocasión, es el del Alba que aparece, como en una natividad, en la primera hora solar del primer día, del primer año.

“Hatsumi”. Esta fiesta es celebrada el segundo día del año por los gremios de los mercaderes ciudadanos, que engalanados con vistosos trajes, pasean por las calles carros decorados y cargados con las mejores muestras de sus mercaderías. En las gualdrapas de los caballos y en los trajes de los palafreneros lucen los escudos heráldicos de las corporaciones. Es ésta una celebración vieja de siglos, aunque hoy haya tomado un carácter de anuncio y competencia comercial.

La noche de este mismo día tiene lugar una curiosa y romántica tradición. El “Navío de la Riqueza” o “Takara-Buné” es un barco mitológico que se supone arribar cada Año Nuevo a las costas japonesas procedente de la paradisiaca isla de Horai, tripulada por los siete Dioses de la Dicha y cargado con objetos preciosos que simbolizan la riqueza moral y material. Pues bien, la noche del segundo día del año los japoneses y particularmente las jóvenes “musmés” colocan una imagen de papel del “Navío de la Riqueza” bajo su almohada, esperando que algún sueó de buen augurio les revele las dichas que les trae el Año Nuevo.

Un retrato del Año Nuevo japonés, en palabras de José Juan Tablada
Un retrato del Año Nuevo japonés, en palabras de José Juan Tablada

Hemeroteca EL UNIVERSAL. 

“Saku-hiki”. El tercer día del nuevo año hace su aparición en las calles muchedumbre de bailarines, cantantes y juglares. Entre ellos “Maizai”, mezcla de trovadores e histriones que bailan y cantan ataviados con (...) y bellos trajes. Los moros danzarines vestidos como los “manzai” contribuyen al júbilo popular.

“Hatsu-uri-Dashi”. El cuarto día de las fiestas corre por cuenta del gremio de vendedores de pescado. Importantísimo gremio, ya que el pueblo del Japón se alimenta principalmente con peces y mariscos. Hokusai, Hiroshigué y los estamperos populares han pintado mil veces esas enormes pescaderías de Nihon-Bashi, que sustentan a Tokio, la mayor ciudad japonesa. Dos clases de mariscos se obsequian y se comen en estas fiestas, la langosta por ser símbolo de longevidad, pues parece encorvada como los ancianos y, por su excelencia gastronómica, el “tai” que no es otro sino el “Huachinango” de México, el pargo de las Antillas, el “sparus aurata” o “erysphris eristiceps” de los naturalistas.

“Yabusamé”. La ceremonia ritual de exorcismo de los demonios se celebra el quinto día del año en los patios de muchos templos, más como una costumbre divertida que como acto de fe. Un guerrero en traje de gala de caballero en enjaezado bridón y a quien los sacerdotes shintoistas acompañan (...)arroja de los sagrados recintos al demonio, personificado por un actor enmascarado. Este acto es el principal de la complicada ceremonia.

“Shobo Desamé”. Tan frecuentes son los incendios de las casas de madera de las urbes japonesas que existe un dicho popular: “los incendios son las flores de Yedo”, el cual podría aplicarse a todas las ciudades del imperio. Por eso los cuerpos de bomberos son muy numerosos y considerados y la fiesta que celebran el sexto día del año es sumamente popular. Los bomberos en sus altísimas escaleras ejecutan públicamente toda especie de actos acrobáticos. La fiesta “Sho-ho-Desamé” más famosa, es la que celebran las brigadas de Tokio en el parque (...).

“Tori-Oi”. Los rapsodas callejeros que cantan especialmente romances caballerescos y epopeyas del Japón heróico, recorren con sus peculiares trajes antañones las vías urbanas, tanto de día como de noche. Cantan, acompañándose con el “shamisen” o laúd y por sus arcaicas canciones de gesta pasan, fuertes y sombríos, como su fleras armaduras, los guerreros del Japón feudal. Los caudillos de recientes guerras son así mismo loados por los rapsodas itinerantes.

“Kuai-Rei”. La costumbre casi universal de cambiar visitas ocupa buen tiempo de las fiestas. El octavo día del nuevo año es especialmente designado para ello. Las cortesías y la etiqueta del Japón, como las de China, son sumamente complicadas y prueban un positivo refinamiento social.

“Tako Agué”. No olvidemos a los niños, a los adorables niños nipones, que toman regocijada participación en este festival, sobre todo el día noveno, en que se dedican a remontar por los aires cometas o papalotes, verdaderas obras de arte, decorados con ideogramas y flores o representando guerreros, genios, animales o los rostros bonachones de los amables Dioses de la Dicha.

Un retrato del Año Nuevo japonés, en palabras de José Juan Tablada
Un retrato del Año Nuevo japonés, en palabras de José Juan Tablada

Hemeroteca EL UNIVERSAL. 

“Sumo”. El décimo día de las fiestas culminan, al inaugurarse la serie para el campeonato de lucha de gran peso. Los luchadores son corpulentos, ventrudos, elefantinos. Parecen de otra raza distinta de la menuda y nerviosa japonesa. Un entrenamiento especial seguido durante centurias, quizás milenios, los ha hecho así. La lucha que practican, semejante a la greco-romana es tan popular en el Japón como lo es el “base-ball”, las carreras de caballos en Londres y las corridas de toros de España y México. Los campeones tienen nombres apropiados a su formidable corpulencia: llámanse: “Montaña del Norte”, “Río caudaloso”, etc. Son muy queridos por el pueblo y fueron tan considerados antaño, que muchos privilegios de la nobleza les fueron conferidos.

Estas son las principales fiestas y ceremonias del Año Nuevo en el Japón y durante sus jubilosas jornadas, como alegre “leit-motiv”, como grato ritornello, se escucha de día y de noche, la cordial frase consagrada:

“¡O medetó gozaimasu!”.

Pero la manera más amable, más preciosa y refinada de formular ese sociable pensamiento de congratulación, no es pronunciándolo, sino escribiéndolo. Así resulta para el apreciador del arte, más grato que surgiendo de la boca musical de la “geisha” o de los labios dorados de la cortesana, en simples palabras que por dulces que sean al modularse, son fugaces, se volatilizan y deja solo, al volar, el sombrío pensamiento de Hamlet, “words… words… words…”

Pero cuando esa frase es caligrafiada por sabio pincel, al margen de un bello dibujo, entonces resulta nada menos que uno de estos delicados “surimonos”, reproducidos en los grabados de este artículo.

Puntualicemos qué cosa es un “surimono”. Es, en todo el mundo, la forma más artística y refinada de las tarjetas de felicitación de Año Nuevo y como tal lo celebran los críticos y lo coleccionan celosamente los artistas y los millonarios.

En su consición el nombre japonés equivale a decir, “cosa impresa por frotamiento”, dando a entender que fué estampado delicadamente y no por la brusca presión con que se producen las estampas comunes. En efecto, para producir esa diminuta y preciosa obra de arte colaboran el pintor con su genio, el grabador con su técnica impecable y el impresor con su escrupulosa habilidad, que es posible, porque el “surimono” es una impresión de tiro reducido, no destinada al público, sino hecha para recreo de sociedades de artistas o de aquellos estetas que practican bajo el nombre de “Ceremonia del Te”, asambleas de filósofos, sabios y refinados en todos los artes, con ritos tan espirituales y elevados que forman casi una religión.

Suelen los “surimonos” imprimirse también como conmemoraciones o recuerdos de sucesos faustos, matrimonios, nacimientos o para invitaciones a fiestas entre artistas y deleitantes. Para las cofradías de artistas imprimíanse asimismo ilustrando versos de algún poeta, celebrando el talento del actor famosos y aun la gracia de la “geisha” en boga.

Aún el papel en que los “surimonos” se imprimen colaboran a la perfección de la obra de arte. Es un papel especial, la tersura de cuya tez acusa las líneas más finas del dibujo y los matices más tenues del color. Además es resistente y posee en su materia cierta plasticidad mórbida, para presentarse al empleo del relieve o “gaufrage” generalmente usado en los “surimonos”, que también se distingue por la aplicación de bronces, platas y oros de diversos matices, para realzar y enriquecer sus dibujos. Dicho papel, como lo hace notar De goncourt, es “semejante a la médula del sauco”, es a la vez esponjoso y compacto, de calidad tal que frotado levemente, coge las líneas del dibujo, finas como un cabello, y oprimido cede hasta conservar la huella, como la arcilla o la cera. Otra de sus cualidades es que debe el color, compenetrándose de la tinta y reteniendo el matiz más fugitivo. De ahí esas tonalidades suaves y desvanecidas, “esas coloraciones (habla de Goncourt) semejantes a las nubes apenas teñidas que se producen en el agua de un vaso donde se lava un pincel cargado de color” que son propias de los “surimonos”.

Los asuntos de los “surimonos” son por su fin congratulatorio, referentes a divinidades, seres, plantas y objetos de feliz augurio. El ya mencionado “Takara Buné” o 2Navío de la Riqueza” con su tripulación de dioses de la felicidad y su cargamento de objetos preciosos es frecuentemente representado o aquellos como asunto único y estéticos como accesorios. El dios de la abundancia Daikokú, el numen de la longevidad Fukurokú o Hotei, dispensador de dichas son los favoritos, así como el Manto de invisibilidad, la Llave del Granero; el Manuscrito; la Escarcela; el Coral o la joya entre los preciados tesoros.

Una infinidad de “surmonos” representan objetos que sin ser precisamente tesoros, son amables y gratos para la persona a quien se destinan, como los pinceles y los libros para el letrado, los clavillos y peines para la mujer hermosa; las armas para el guerrero… Estos objetos en los surimonos son una maravilla de dibujo, color, composición y verdad. Son magistrales “naturalezas muertas” en pequeña escala, tan sabias y tan intensas como los “kaikai”, equivalentes de los “surimonos” en la poesía lírica.

Otros “surimonos” representan plantas y animales, especialmente los que tienen algún simbolismo como la cigüeña, la tortuga, la langosta o los que formaban parte del zodiaco en la vieja cronología: tigre, conejo, buey, ratón, jabalí, etc., y otros muchos que sin oficio simbólico ni en función cronológica, son representados por su simple interés plástico. Otro tanto sucede con las plantas, aunque tanto en la flora como en la fauna japonesa sea raro hallar ejemplares que no hayan sido tocados por el dedo aúreo, enérgico o trémulo del simbolismo, la leyenda o la supe.

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