Cultura

“Soy un artesano de la literatura”: Eduardo Mendoza

El autor que recibió el Premio Princesa de Asturias 2025 dice tener muchas historias por contar

Foto: Gabriel Pano / EL UNIVERSAL
22/12/2025 |02:59
Yanet Aguilar Sosa
Reportera de la sección CulturaVer perfil

Antes de La ciudad de los prodigios, la novela que casi convirtió a Eduardo Mendoza en el historiador y cronista de Barcelona, pocos visitaban esa ciudad española con la fascinación con la que hoy llegan por miles. Y no por él, asegura el escritor ganador del Premio Cervantes en 2016 y del Premio Princesa de Asturias de las Letras 2025, sino porque turistas y migrantes la hallan esplendorosa.





Lo que en realidad seduce a Mendoza, el escritor de 82 años que recibió la Medalla Carlos Fuentes en la pasada FIL de Guadalajara y presentó allí su novela Tres enigmas para la organización (Seix Barral), es contar historias y tiene muchas.

¿Su literatura se ha adaptado al ritmo de la sociedad?

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No he analizado nunca mi trayectoria literaria, pienso que ya tendré tiempo y sobre todo que habrá otros que lo hagan, a mí lo que me gusta es escribir. Escribo novelas de humor, de género más o menos policial, y aprovecho para contar un poquito la realidad a pie de calle. Sigue habiendo ricos y pobres, listos y tontos, pero hay cierta concepción más o menos democrática y solidaria.

¿Le interesan los personajes?

Me divierte imaginarme historias, siempre empiezo los libros sin saber lo que va a ocurrir. Empiezo con una cosa y añado un personaje, si no funciona, lo quito, pongo otro, voy jugando como si tuviera un juego infantil y al final, cuando termino y aquello es una cosa que no tiene pies ni cabeza, intento reordenarlo un poco. No me preocupo de más.

¿Piensa más en el lenguaje?

Lo único que me interesa es una frase, y cuando tengo una frase que me gusta, pienso la siguiente y así voy jugando. Soy bastante tonto. Yo reivindico esa condición, creo que para escribir novelas hay que ser un poco tonto. Para escribir poesía no, ni para escribir ensayo, pero para la novela hay que ser un poco simplón.

¿Simplón porque una de sus pasiones es el humor?

Sí, claro, el humor es el enemigo mortal de la vanidad y el poder. Yo lo practico porque está en mi naturaleza, estoy programado para ver las cosas así. Ya luego decidí escribir en el género de humor.

Cuando me concedieron el Premio dijeron que hay pocos autores que cultiven el género del humor en novela. El humor está más bien en televisión, en teatro, en cine, en la comedia, en el monologo, pero es muy difícil que se encuentre en la novela, es letra impresa que tiene que descodificarse en clave de humor.

¿Difícil hacer un humor universal?

El humor es muy local y muy temporal. Y el que escribe novela de humor sabe que está condenado a pasar muy pronto y a viajar muy mal. Han traducido mis novelas a muchos idiomas, pero las de humor no. Primero porque son muy difíciles de traducir, me imagino, y luego porque claro, a los alemanes no les hace ninguna gracia lo que nos hace gracia a los españoles y viceversa.

Ahora me han traducido en Corea, a lo mejor los coreanos tienen el mismo sentido del humor, yo que sé. Tengo mucho éxito en Polonia porque siempre ha tenido una tradición de novela de humor inteligente, de una cierta calidad. Un personaje absurdo destruye la posibilidad de identificarse con la historia porque te va expulsando continuamente del terreno imaginario.

¿El humor requiere un lenguaje muy trabajado?

Gran parte del humor que yo intento transmitir es combinar distintos niveles de lenguaje. El lenguaje más popular, callejero y a veces ordinario con un cultismo muy sorprendente o con el lenguaje jurídico o de altas finanzas con palabras taurinas, y ese es un juego continuo que los personajes van dando, eso sí requiere un trabajo que a mí es el que me gusta. Yo vivo rodeado de diccionarios.

Además, yo trabajé muchos años como intérprete en Nueva York, en la ONU y en varios organismos internacionales, en Ginebra, en Viena. Y allí me di cuenta, todos los que se dedican a eso se dan cuenta, que el idioma en realidad es un archipiélago de islas completamente separadas las unas de las otras. Yo podía trabajar por la mañana en una conferencia o en una comisión sobre vacunas contra el paludismo y por la tarde otra sobre aranceles para el intercambio de maquinaria y al día siguiente una sobre satélites y al día siguiente una sobre delincuencia juvenil y el vocabulario que empleaba era completamente distinto. Eran otro lenguaje. Yo pensaba, “claro, esto si lo pudiéramos combinar sería la bomba”.

¿Sigue siendo un observador?

A mí me gusta mucho ir en transportes públicos, ir a los mercados, ver cómo funciona la gente, me gusta el futbol, tengo mis tertulias y de todo esto no me quiero despegar nunca, porque en el momento en que piense ‘voy a hacer literatura’, todo eso se acabó y me perderé. Siempre he pensado, y lo he dicho, que yo no soy un artista, que soy un artesano, que en el terreno de los artesanos puedo tener mi vanidad y considerarme artesano de primera, pero artista no. Un artista vive en su mundo y yo no, yo estoy en la misma cola para comprar el pan.

¿Tiene historias para rato?

Sí, pero noto que la edad me pasa factura. No he perdido afortunadamente memoria, pero sí he perdido mucha capacidad de concentración. Antes me sentaba a escribir dos o tres horas, ahora me canso y tengo que parar. Aún así no me puedo quejar porque a mi edad la mayoría de escritores están en la tumba. Y yo sigo aquí y espero seguir.

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