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La casa que tenía el número 35 en la calle Insurgentes, en San Gregorio Atlapulco, Xochimilco, encierra hoy, bajo una loza derruida, la memoria del pueblo. Un acervo que su creador, Jaime Tirso Pérez Venancio, nativo de del lugar, calcula en 3 mil piezas.

Él y esposa, Ángela Enríquez, maestros de profesión, coleccionaron objetos prehispánicos encontrados o regalados por los vecinos, mapas, planos, libros, grecas, obsidianas, flechas, árboles genealógicos, documentos de propiedad y fotografías.

Desde el 19 de septiembre, cuando esta Casa de Cultura Atlapulquense se vino abajo, el maestro de 72 años se mantiene a la entrada para evitar que las máquinas entren, derriben y se lleven la colección que comenzó a formar cuando tenía 13.

“No quiero que se lleven mi cultura, la máquina viene y ya es basura mi cultura, se la van a echar”, dice don Jaime, sentado en un grueso contrafuerte que detuvo parte del techo y evitó que la pareja acabara sepultada. Cuenta que sobre el contrafuerte “estaba la Chantico, diosa de los agricultores; se vino abajo; cuando vinieron a recoger los escombros se la llevaron”.

Entre pedazos de piedra todavía se ve parte del dibujo del topónimo que presentaba en español y náhuatl a Atlapulco: “Entre los carrizales, al pie de los cerros, el oleaje fuerte”, repite orgulloso el maestro acompañado por su nieto Jesús Antonio, de 11 años, quien también habla náhuatl.

“Es una casa que tomamos como histórica, tratamos de recopilar toda nuestra historia. Nos avocamos a contar cosas de nuestra historia y a darlo a conocer para nuestros hijos de San Gregorio Atlapulco”, afirma Jaime Pérez, a quien los vecinos llaman el “Cronista del pueblo”.

“Aquí está la historia desde cuando empezaron a llegar los primeros pobladores y se formaron los chinancales”, relata el creador de la casa de Cultura —que funciona hace ocho años— mientras señala los escombros de piedra y arena con los que se construyó el inmueble en la época del Porfiriato. “La mitad era biblioteca de investigación y la otra era museo”.

El inmueble era de la familia de su esposa, y ella lo heredó; guarda, además de la historia documental, una historia de la construcción: “Con los primeros pobladores eran chinancallis, de chinamil, de zacates, de palos, de penca de maguey; después fue cambiando al adobe, del adobe hasta que llegó a este tipo de piedra, con lodo; de dos aguas, de puntero, de tejamanil. Hicieron más grandes las columnas y se hizo al estilo de la época, la época porfiriana”.

Don Jaime refiere que la casa en tiempos de la Revolución fue cuartel zapatista y carrancista; que fue campo de batalla y que, en tiempos de los cristeros, sirvió como iglesia para bautizos, primeras comuniones y matrimonios. En el 85 sufrió los primeros daños con el sismo. Poco después la convirtió, junto con su esposa, en un sitio cultural. “Mi modo de pensar era tirarla, pero me puse a reflexionar que era una joya arqueológica, un patrimonio de mi pueblo”.

La historia de los topónimos es justo el proyecto que el maestro ultimaba antes del temblor, una serie de 360, en cartulinas, con dibujos iluminados y con los diferentes significados de lugares, plantas y fauna del pueblo. Es una investigación con base en libros y en memoria oral “de topónimos indígenas, híbridos, de Castilla con azteca. Buscando, me encontré que hay topónimos que tienen cuatro, cinco, seis significados. Me nació ese gusanito porque me crié con mi abuelita Casimira Castro, los oía platicar en náhuatl, pero ¿qué dicen? Poco a poco me nació, ya de grande, ir aprendiendo”, recuerda.

A pesar de las ofertas mantuvo la Casa sin pedirle ayuda a nadie: “Tengo mi museo abierto al público para todo el niño y estudiante que quiera”. Por eso no acepta que las máquinas lleguen a arrasar. Pide que autoridades de Cultura o de la delegación lleven a cabo trabajos donde se rescaten los materiales o que éstas les permitan, con apoyo de los vecinos, salvar el acervo. “Por eso no he dejado aquí, sé que el pueblo me va a apoyar, porque este es predio particular que cuida lo que pertenece a mi pueblo. Esto es un tropiezo, hay que levantarse y seguir adelante, porque yo sé que si no me ayuda el gobierno, está mi pueblo, porque son sus hijos los que han venido aquí”.

El maestro espera “salvar lo que se pueda salvar”, ve cada vestigio “como una vasija prehispánica que anduvo de acá para allá y se rompió, tuvo rupturas, despostillamiento, y por eso tiene más valor para la historia”.

No dejará que entre la maquinaria para remover los escombros: “Me dijeron que limpiaban para tener un patio bonito, pero no me interesa el patio, me interesa el valor que tengo ahí, no es monetario, es cultural”.

Violeta, hija de los maestros, y otros familiares buscaban ayer opciones con varias autoridades; al final del día consiguieron poner una lona que cubrirá, por ahora, los materiales y prevendrá los daños por la lluvia.

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