Aunque parecieran hechos espontáneos y arbitrarios, los linchamientos en México tienen una historia que debe ser analizada desde lo sociológico e histórico, asegura , autora del libro, coeditado por Grano de Sal y el CIDE, donde muestra por primera vez un panorama histórico y comparativo del linchamiento, capturado por la nota roja, la gráfica popular y el cine.

A partir de la certeza de que el linchamiento es la máxima expresión de eso que llamamos justicia por propia mano, la historiadora y socióloga especializada en violencia, religión, delincuencia y género en América Latina, documenta y analiza 366 casos de linchamientos en México en el siglo XX, lo que nos permite entender algunos procesos políticos que moldearon a México.

“Yo analicé 366 linchamientos y he seguido leyendo con mucha atención casos recientes y concluyo que hay ciertos patrones y factores que se han mantenido constantes en el pasado y en el presente y, efectivamente, los linchamientos son una forma de entender otro tipo de preguntas, son una ventana para aproximarnos a la manera en que los ciudadanos se han relacionado con la autoridad, a la manera en que las concepciones de justicia han ido cambiando a través del tiempo, pero también cómo se resuelven ciertos conflictos a través del uso de la violencia, cómo se responde hacia personas que se consideran amenazantes, transgresoras o externas a una comunidad, y la manera en que hay esta suerte de negociación entre ciudadanos y el estado en torno a cómo se va a responder ante estas transgresiones sociales”.

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Para la profesora asistente de Historia y Asuntos Internacionales de la Universidad George Washington, los linchamientos y la violencia en general es una ventana muy productiva para entender conversaciones más amplias sobre justicia, ciudadanía, inseguridad frente el otro, “que en la actualidad se condensa en la figura del criminal, pero que históricamente ha incluido a mujeres acusadas de brujería, personas que profesan una religión protestante o que se identifican con el comunismo. Son unos lentes interesantes para entender temas mucho más amplios y profundos en México”.

Kloppe-Santamaría dice que en el corazón del fenómeno, en el pasado y aún en el presente está una profunda desconfianza ante las autoridades que resulta de una larga experiencia de no encontrar una respuesta por parte del estado o de la autoridad frente a problemas de seguridad, pero también de acceso a oportunidades y a otras formas de justicia.

“No solamente es un estado ausente, sino también un estado que se percibe como ilegítimo, abusivo y arbitrario, entonces de repente se suele hablar de linchamiento como algo que pasa en lugares donde no hay ley y donde el estado ha abandonado a esas comunidades, pero cuando ves con más cuidado, históricamente y yo diría que también en el presente, ves que ese no es el caso, en muchas ocasiones sí está la policía presente pero se ve desbordada y se ve desbordada porque la gente no le tiene confianza”, afirma Kloppe-Santamaría.

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Esa es la realidad: en México hay un estado ausente. “No es algo que vamos a solucionar mandando más policías o mandando a la Guardia Nacional, o mandando más militares; tiene que ver con qué tipo de Estado tenemos y queremos y qué tipo de Estado es el que se necesita para reconstruir esta confianza ciudadana”.

La historiadora reconoce que hay tres polos interpretativos para hablar del fenómeno: la ausencia del Estado, que no representa lo que realmente sucede; descalificar los linchamientos como actos de salvajismo; y hablar de estos hechos como si fuesen usos y costumbres. Pero en realidad el problema es mucho más complejo y tiene que ver con un México desigual marcado por la injusticia y la impunidad.

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