El 18 de diciembre, Mario Agustín Gaspar se fue a dormir con la preocupación de que un familiar tenía Covid-19. A la 1:30 de la madrugada su teléfono sonó, despertó y con angustia contestó. Era su sobrino, quien muy alegre le comunicó que había ganado el Premio Nacional de Artes y Literatura 2020, en el campo de Artes y Tradiciones Populares.

El artesano oriundo de Michoacán recuerda ese momento como algo “chusco” durante una plática vía telefónica con EL UNIVERSAL, en la que también habla de otras situaciones, como el regateo que hacen a su trabajo o los momentos críticos que ha atravesado por la pandemia.

“En Michoacán no ha habido ningún apoyo para los artesanos. Al Presidente le pediría que volteara los ojos un poco hacia Michoacán, hacia los artesanos, porque estamos en una situación de desesperación, de angustia. Sí necesitamos el apoyo decidido de las instituciones, del gobierno federal. Planeamos plantearle a instituciones como la Casa de las Artesanías de Michoacán qué es lo que necesitamos para que trabaje en favor de nosotros los artesanos”, sostiene.

Mario Agustín Gaspar (Pátzcuaro, Michoacán, 28 de agosto de 1950) tiene un local donde vende sus creaciones en la Casa de los Once Patios, donde hay varios establecimientos de artesanías, en el centro de Pátzcuaro; sin embargo, ese espacio tuvo que parar labores tres meses.

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Durante ese tiempo, Mario no tuvo ningún ingreso, los pocos ahorros se terminaron entre gastos indispensables de comida y la reinversión en materia prima.

“Menosprecian el trabajo de la artesanía, ¿por qué le regatean?”
“Menosprecian el trabajo de la artesanía, ¿por qué le regatean?”

El inicio de la historia

Cuando iba a la primera, un maestro le enseñó a Mario Agustín Gaspar el maque, técnica usada para decorar vajillas, jícaras y bateas. Desde entonces quedó cautivado por los colores y las formas. Su maestro, el artesano Francisco Reyes Ruiz, se dio cuenta del interés y capacidad del aprendiz, así que decidió invitarlo a su taller.

Con los años dominó la técnica, pero hace poco más de dos décadas se encontró con la pasta de caña, una técnica usada por los purépechas para adorar a sus dioses. “Los españoles llegaron y les gustó la pasta de caña, técnica utilizada para la elaboración de figuras y que se caracteriza porque no pesa. De hecho, muchas imágenes que se hicieron en la época de la Colonia fueron con base en esta técnica y hoy están en diferentes partes, como la Virgen de Zapopan o la Virgen de San Juan de los Lagos”, cuenta.

Sin embargo, con la guerra de los cristeros “los talleres cerraron por temor de que los mataran, porque fue el tiempo donde colgaban o fusilaban a los sacerdotes, quemaban las iglesias e imágenes. Así la técnica se perdió”.

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Junto a su compañero, el artesano Alfonso Guido, Gaspar buscó revivir la pasta de caña. Lo lograron tras una investigación de unos 20 años, que recibió recursos del gobierno estatal, apoyo de la Universidad Michoacana y sobre todo, ayuda de don Baldomero, quien “mantuvo viva la llamita” al trabajar una especie de técnica de caña de maíz.

“Al Presidente le pediría que volteara a Michoacán, a los artesanos, estamos en una situación de desesperación, de angustia”
Mario Agustín Gaspar. Premio Nacional en Artes y Tradiciones Populares


La trayectoria y esfuerzo de Mario Agustín Gaspar se vio compensada al ser seleccionado para el Premio Nacional de Artes y Literatura 2020, en el campo de Artes y Tradiciones Populares.

“El reconocimiento no es exactamente para mi persona, es para la cultura del pueblo purépecha, porque yo soy portador del conocimiento de una técnica prehispánica. A lo mejor nada más soy el medio, pero el reconocimiento es para la historia de mi cultura que ha sobrevivido tantos eventos sociales catastróficos y aún sigue viva”.

Sin embargo, el artesano señala que ese conocimiento ancestral a veces no se valora por falta de conocimiento y ante esa situación sostiene que es necesaria más difusión de las técnicas artesanales antiguas de México.

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Esa falta de conocimiento provoca que también haya quienes lleguen a regatearle: “Cuando la gente va a un centro comercial o a una tienda de autoservicio, ahí están los precios definidos o marcados y no anda regateando, la gente paga el precio marcado, ¿por qué a la artesanía hay que regatearle? Es cuando se menosprecia el trabajo de la artesanía, no se le da el valor suficiente”.

Cuando le regatean, Gaspar explica todo el procedimiento para obtener toda una pieza, que va desde la obtención de materiales que trasladan desde el monte y, por lo mismo, es un trabajo “muy pesado”. Por ejemplo, narra que la caña de maíz se junta por manojos “y ahí hasta sin uñas se queda uno por amarrar los manojos”. A veces la gente cambia de parecer y paga el precio establecido.

Una vida dedicada a la artesanía

Campesino, artesano y escritor son las tres primeras palabras a las que Mario Agustín Gaspar recurre para describirse. Las otras son padre (de cuatro hijos) y abuelo (de cuatro nietos).

Gaspar ve en esas nuevas generaciones la posibilidad de la preservación del conocimiento artesanal; sin embargo, sostiene que los jóvenes no tienen interés por aprender sobre artesanías.

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“En general, las nuevas generaciones no están interesadas por este trabajo. Tengo cuatro hijos, son una especie de alumnos cautivos. Ellos han crecido en el taller, desde niños decían que querían ayudar y hacer, ahora ya más o menos lo saben, les falta habilidad, pero ya llevan el conocimiento. Sin embargo, la gente ajena a la familia es muy difícil. Han venido jóvenes a querer aprender, pero duran dos o tres meses y ya no vuelven, es algo difícil y sobre todo hay que tener mucha paciencia para aprender. Una persona que no sepa nada, necesita cinco o seis años, los 365 días del año, trabajando todos los días, porque así aprendí yo”.

20 AÑOS duró la investigación de Gaspar, con su compañero Alfonso Guido, para revivir la técnica de la pasta de caña


Y es que el artesano no ve otro camino para que se aprenda realmente: “De hecho, cuando no hacemos nada, se nos hace el día bien largo. Nuestras vacaciones a veces son cuando nos invitan a exponer en otras ciudades”.

Esta es su rutina: se levanta a las 5:30 de la mañana para ir a atender un terreno de maíz, que es de donde sale su materia prima, la caña, y para atender a sus animales. “No me voy más temprano porque está muy oscuro y al cortar la pastura me ha tocado agarrar alguna serpiente, entonces prefiero ir cuando ya hay un poco de más luz. Soy campesino desde las 6 hasta las 10 de la mañana. Regreso a mi casa, desayuno y me voy al taller, ahí me convierto en artesano. Ya por la noche, cuando regreso a casa, me convierto en escritor”.

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Los escritos, explica, contienen experiencias propias de la cultura purépecha, por ejemplo “el encendido del Fuego Nuevo”, que se lleva a cabo el 1 de febrero y que consiste en mantener una llama encendida en determinada comunidad a lo largo del año. Después se realiza una caminata en la que se lleva el “Fuego viejo” a una nueva comunidad.

“Escribo sobre las experiencias a cómo la viví y sentí, para que el que la lea pueda percibir o sentir lo yo. Quiero hacer un libro pequeño para que la gente conozca las tradiciones purépechas”.