El poeta chileno Raúl Zurita, ganador del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, que reconoce el conjunto de la obra de un autor vivo por su aporte al patrimonio cultural de España y América Latina, atribuyó esa distinción al "gran caudal de la poesía chilena". Luego de Gonzalo Rojas y Nicanor Parra, es el tercer autor chileno en recibir el Reina Sofía.

En una entrevista realizada mediante un intercambio de mails y audios, el autor de "La vida nueva" y "Canto de los ríos que se aman", adelanta que el próximo año publicará un nuevo libro. "Espero verlo, y si no está bien también -dice desde su casa en el barrio de Pedro de Valdivia Norte, donde vive con la doctora en literatura Paulina Wendt-.

Es un libro muy difícil de explicar porque es algo nuevo. Cubre un periodo de los años 80, de las acciones de arte. Pero no puedo pensar en mucho más allá: deseo que termine el confinamiento, abrazar a unas cuantas personas, a mi madre, que no la veo desde marzo. Abrazar gente, ese es mi deseo más profundo". Para el escritor, la pandemia puso de relieve el "doloroso espectáculo de la miseria" de las sociedades latinoamericanas y, al mismo tiempo, la considera una oportunidad histórica de dejar atrás la injusticia y la desigualdad. El lunes 14 de septiembre, ganó también el Premio Internacional Mario Benedetti a la lucha por los Derechos Humanos.

- ¿Cómo recibió la noticia del premio Reina Sofía en este año tan atípico?

Con una cierta alegría, natural alegría, una alegría que siempre está amenazada por lo que está sucediendo en el afuera. A veces es casi doloroso recibir estas cosas mientras tanta gente no tiene absolutamente ningún privilegio, cuyo premio diario es salir a buscar como sea un pedazo de pan para sus hijos. Frente a tanta desigualdad es imposible ser plenamente feliz. Esa es mi sensación, una sensación de una dicha frustrada, de una felicidad frustrada.

- ¿Hay un rasgo característico de la poesía chilena, que tantos grandes nombres dio a la cultura universal?

Creo que un rasgo que caracteriza a la poesía chilena es una ambición, una capacidad de asumir riesgos. Uno no puede decir que la poesía de un país es mejor que la de otro porque estamos todos intercambiando la lengua, todos funcionamos frente a una lengua común, somos distintas provincias castellanas. En el ancho río del caudal de la poesía chilena se asume un riesgo que posiblemente otra poesía no lo asume. Es una reacción tal vez a la historia que nos tocó, a los paisajes naturales.

Por un lado, la cordillera de los Andes; por otro, el Pacífico; el desierto y los glaciares. Esta sensación de confinamiento probablemente haya hecho que la voz de los poetas se expanda, como una forma de contrarrestarlo. La poesía chilena no tiene límites, limita solo con su capacidad de imaginar, de innovarse, de renovar.

- ¿Cómo vive este tiempo de pandemia y qué reflexiones hizo en lo personal durante el encierro?

Es tan rara, es tan extraña esta sensación. Una sensación de confinamiento y de los privilegios de poder confinarse frente a tanta gente que no tiene esa posibilidad. Es una gran ocasión también para pensar, lo queramos o no, en cuántas cosas que consideramos importantes en realidad no significan absolutamente nada. Cómo se derrumban las tarjetas de crédito, los sistemas bancarios, todo frente a una realidad en la cual la muerte nos acecha de una forma tan inminente, tan silenciosa, tan dolorosa por la soledad. He tratado de bucear un poco más adentro de mí, sabiendo que si uno es capaz de llegar a ciertas zonas profundas sin autocomplacencia ni falsa solidaridad, es posible que llegue al fondo de la humanidad entera. Todos somos más o menos gemelos. Nos parecemos en nuestro temor a la muerte, en nuestra necesidad de amar, en nuestra incompletud. Cada uno de nosotros es como si naciera pegado a la cruz, a la cruz de su cuerpo. En este cuerpo moriremos; tú abres los brazos y sabes que finalmente esa cruz con la que naces te ganará, será la muerte.

- ¿Y ante eso qué actitud se debería tomar?

Frente a ello no hay nada que hacer, lo terrible de esta muerte en particular es que es una muerte sin ilusiones. Todos tenemos una ilusión respecto de la muerte, puede ser ingenua la ilusión de que alguien te tome de la mano o esté a tu lado. Esta muerte es tan solitaria que es impresionante. Toda muerte conlleva un sentimiento, una ilusión de cómo se quisiera morir; hay gente que piensa las canciones que le gustaría que le pusieran o cosas así, y esta muerte de la pandemia borra toda ilusión.

-¿Le atribuye un significado especial a este tiempo de incertidumbre?

Tiempos inciertos y tiempos de penumbras. Sí, las pestes son como los azotes de Dios, como se entendía antes. La historia de la peste no es nueva. El azote de Dios, salvo que este azote de hoy es silencioso, nos va vulnerando uno a uno. Lo que más conmueve es la situación en la que están los más marginados, aquellos que tienen que salir como sea a ganarse un pan para el hijo, aquella mujer que no sabe cómo darle un vaso de leche a su guagua porque no tiene los recursos. Todo ese espectáculo de la miseria es tan doloroso, tan común en Latinoamérica. Chile tiene uno de los índices de mortalidad más altos; me avergüenza y me apena. Y aunque hubiera sido el más bajo, también me daría pena y me avergonzaría. La gestión sanitaria en Chile ha sido una cosa penosa, caótica. Esto también les puede tocar a las familias más ricas, y de hecho les ha tocado. Entonces, cómo no se dan cuenta?

-Usted apoyó las protestas de los jóvenes y luego de gran parte de la población chilena en la primavera de 2019.

Apoyo profundamente el proceso chileno, ese estallido social del 18 de octubre. Estamos regidos por una Constitución heredada de la dictadura de Pinochet y eso es inconcebible. Es como si Alemania todavía estuviera regida por la Constitución que hizo Hitler. He apoyado todas las manifestaciones que culminaron en el 18 de octubre con el gran estallido social. Un estallido que tiene raíz en la pobreza, en la injusticia. ¿Cómo no voy a avalar un plebiscito para que se cambie la Constitución de Pinochet? Los chilenos somos un pueblo paciente hasta que en un momento dado se produce el estallido. Estamos ante una gran oportunidad histórica de mejorar, de que esa furia y esa rabia tomen un cauce que sea bueno para todos porque allí también están las potencialidades. Este estallido social fue una muestra enorme de creatividad, de imaginación, de sueños. Una manifestación de creatividad y de arte, de un sueño que a pesar de todo se mantiene y está allí. Es increíble, han pasado más de 47 años del golpe de Estado y Salvador Allende tiene una vigencia impresionante.

- ¿Es verdad que fue lector de Dante en la infancia?

Si yo fui un lector de Dante fue por circunstancias casi increíbles y totalmente casuales. Mi abuela y mi madre son inmigrantes italianas, mi madre vino a los quince años a Chile, era una familia que llegó por razones bien increíbles porque se había arruinado. Entonces mi abuela llegó a este país, al otro lado del mundo, y tenía nostalgia por su patria. Vivía hablándonos de Italia a mí y a mi hermana, que éramos muy chiquititos; nuestro padre había muerto muy joven. Mientras mi madre trabajaba, nos quedábamos con mi abuela, que nos hablaba de todos los personajes, Miguel Ángel, Leonardo da Vinci, casi como si fuera un cuento de niños. Pero el que más aparecía era Dante. Y nos contaba cuentos con personajes que nos aterrorizaban. Después me di cuenta de que mi abuela se hablaba a sí misma a través de nosotros. La Divina Comedia es una obra que nunca me sacaré de encima, estará siempre a mi lado porque en cierto sentido es como volver a escuchar a esa mujer que amé tanto.

-¿Qué relación hay entre su escritura y el arte de vanguardia de otros artistas chilenos con el que estuvo tan ligado?

No creo que exista un arte de vanguardia, creo que existe un arte nomás. No creo que exista una poesía de vanguardia, existe una poesía. Ahora, toda manifestación artística responde a una necesidad profunda y misteriosa, porque a un ser humano de pronto le da por ponerse a hablar en un idioma que no es exactamente igual al que usa para ir a comprar pan en la esquina o para pedir un café en el bar. ¿Qué es eso que nos toma sin que podamos resistirnos, como una fuerza extraña dentro de uno? Esos son poemas, ambiciones, sueños. Yo imaginé cómo escribir en el cielo, fue mi forma de no resignarme, de no morirme. Si no hubiera pensado en eso mientras todo se derrumbaba, probablemente habría enloquecido. Mi forma de sobrevivir, mi resistencia, fue esa. Con mis compañeros nos juntábamos en tiempos muy desesperados, éramos jóvenes y estábamos llenos de miedo y de belleza. De miedo porque la situación era pavorosa y de belleza porque todavía soñábamos con cosas muy bellas. Nos imaginábamos ocupando las ciudades y esos espacios que estaban clausurados, y nos decidimos a hacer obras que tuviesen que ver con esos espacios y que fuesen en el fondo una invitación a la acción del pueblo entero. Ese arte dejó de tener sentido cuando comenzaron las protestas masivas contra la dictadura en Chile, cuando esas acciones fueron las del pueblo mismo que se movilizaba.

-¿Por qué eligió escribir poesía?

No sé si elegí escribir poesía. Yo era alguien que estudiaba ingeniería, venía por otro lado y de pronto sucedió que en el colegio ya me gustaba escribir poemas pero también me gustaban el dibujo y las matemáticas. ¿Cómo se resuelve esa ecuación tan compleja, de alguien al que le gusta dibujar, escribir poemas y le gustan las matemáticas? Se estudia ingeniería civil. Estaba en el último año cuando sobrevino el golpe del 11 de septiembre de 1973. Primero yo escribía porque me causaba un profundo placer. Más tarde escribí casi por necesidad. Y después me di cuenta de que escribía poesía por desesperación ante el golpe de Estado. Muchas veces durante esos 17 años de la dictadura pensé que me moría de angustia por no tener dinero ni forma de ayudar a mis hijos. Se habla mucho del terror que conlleva la dictadura pero nadie habla de la pobreza que implica. Nadie habla de que no puedes tomar un trabajo porque te rechazan por tu aspecto o tus ideas políticas. Mil veces maldije la poesía porque yo quería ganar dinero como fuera porque lo necesitaba.

-Hay constantes en su obra, pero ¿el tiempo va agregando nuevos intereses y formas de escribir?

Mire, yo le he entregado todo a la poesía. Absolutamente todo. El tiempo va pasando, necesariamente tú vas tomando algunas cosas, es parte de la existencia, tu respiración a los 70 años no es la misma que tenías a los 30, se ha engrosado con nuevas vivencias, con nuevos desengaños, con nuevos amores. Yo creo que hay una constante en lo que escribo pero también, ojalá, esté todo lo nuevo. Todo lo nuevo de mi vida y todo lo nuevo de mi muerte.

GDA/La Nación/Argentina

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