Gracias a la UNAM he llegado hasta donde estoy hoy. Hace muchos años, estudié la licenciatura en Ciencias Atmosféricas en la Universidad Veracruzana. Mi interés por la atmósfera nació desde que era pequeña y experimentaba los vientos violentos de los frentes fríos y las lluvias torrenciales de los ciclones tropicales que azotaban mi natal Xalapa. Al graduarme de la licenciatura quise continuar mi formación académica en el posgrado en Ciencias de la Tierra de la UNAM, por allá de 2009. Por supuesto, estaba muy interesada en trabajar con ciclones tropicales y su pronóstico, además de que, si bien la Ciudad de México rara vez es afectada por estos hidrometeoros, la Ciudad Universitaria tenía un centro (ahora instituto) especializado en ciencias atmosféricas que se creó en 1977.

El estudiar la maestría y el doctorado en la UNAM me abrió las puertas para visitar lugares internacionales muy importantes, como la Administración Nacional de Atmósfera y Océano (NOAA, por sus siglas en inglés) y el Centro Nacional para la Investigación Atmosférica (NCAR, por sus siglas en inglés), ambos ubicados en Estados Unidos. El posgrado de la UNAM siempre apoyó que los estudiantes saliéramos al extranjero para empaparnos de nuevas ideas y permitirnos interactuar con otros científicos internacionales de renombre, es decir, “entrar en otros aires”. Gracias a todas estas oportunidades que la Universidad me brindó, los vientos me llevaron a ser investigadora del Instituto de Ciencias de la Atmósfera y Cambio Climático de la UNAM y ahora me dedico a estudiar todo lo que pasa en la atmósfera, desde los ciclones tropicales hasta las tormentas que afectan a la Ciudad de México.

A lo largo de los años, me di cuenta de que la mejor decisión que tomé fue hacer mi posgrado en la UNAM, una universidad que no sólo es rica en su conocimiento científico, sino también en el deporte y la cultura. Desde que pertenezco a la UNAM he visto cómo esta institución se esfuerza por hacer eventos masivos que promueven las ciencias, su divulgación y la cultura, alcanzando muchísimo impacto. Me parece impresionante la cantidad de festivales que se organizan, todos orientados a que el público en general pueda participar, especialmente los más jóvenes. Por ejemplo, el Festival Universitario del Agua organiza charlas, talleres y tiene conciertos en vivo, fomentando ampliamente que los jóvenes despierten su interés por temas hídricos. En el país necesitamos que las personas tengan conciencia de los problemas ambientales a los que nos enfrentamos, porque así empezaremos a estar mejor preparados ante “las tempestades”.

Ahora, como académica, veo los esfuerzos realizados por Fundación UNAM, “haciendo posible lo imposible”, al otorgar becas de manutención, apoyo nutricional, movilidad, de apoyo a la investigación científica y a la difusión cultural. Sin la Fundación UNAM, muchos de nuestros estudiantes no tendrían oportunidades que son clave para su desarrollo profesional y personal. Deseo, a manera de pronóstico, que Fundación UNAM cumpla otros 30 años más, que no pase por tiempos huracanados y que todos participemos para engrandecerla, promoviendo que los jóvenes tengan todas las oportunidades que merecen para su crecimiento educativo porque, al final del camino, ese es el objetivo de la Fundación.

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