Las obras del mejor —en palabras del poeta y ensayista —, el paso fructífero de los pintores figurativos, llamados neorrealistas, y la invisibilización de las mujeres muralistas, con María Izquierdo como paradigma, son tres capítulos fundamentales de la historia de la pintura, no sólo jalisciense, sino nacional del siglo XX, que son revisitados y recapitulados en el libro Los andamios de la memoria. 100 años del en Jalisco, que es editado por la Secretaría de Cultura de Jalisco y que fue presentado el 14 de julio en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México.

Su publicación obedece a dos efemérides: la primera son los 200 años de que Jalisco se convirtiera en el primer Estado libre y soberano del país, celebrados el pasado 16 de junio; la segunda, un poco a destiempo, tiene que ver con los 100 años del muralismo en México.

“Las historias a veces se conciben desde el centro y dejamos de lado otras figuras y momentos”, señala Lourdes González, secretaria de Cultura de Jalisco, quien describe la publicación del libro como una de las grandes apuestas de su administración: el muralismo, dice, no es sólo una técnica, sino un modo de entender la realidad y un periodo de tiempo en sus contextos particulares: “Es una de las corrientes artísticas más importantes que le ha dado el país al mundo y no puede entenderse sin Jalisco”.

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Historia del Teatro en México (1960), del muralista Gabriel Flores. Imagen: Secretaría de cultura de Jalisco
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Palabras que confirma Daniela Gutiérrez Cruz, coordinadora editorial del libro, quien reconoce que “durante muchos años, la historiografía estuvo centrada en los tres grandes: Rivera, Orozco y Siqueiros, y descuidó a los artistas que trabajaron en otros soportes o medios de expresión y que tuvieron un papel valioso dentro del movimiento. El desconocimiento parte de que no se volteó a ver a los artistas jaliscienses, que en historiografía quedaron de lado, pero han sido recuperados en las últimas décadas".

Justo el libro, cuyo acervo visual se conforma por 300 fotografías que tomaron específicamente para el libro Carlos Díaz Corona y José Antonio Cerda Velazco, se divide en cuatro núcleos que permiten rastrear esta historia poco conocida: arranca con los albores del muralismo en Jalisco y la relación de los artistas de Guadalajara con los de la Ciudad de México hasta 1935.

Las primeras generaciones previas a Orozco, detalla Gutiérrez, son los artistas que estaban alrededor del Centro Bohemio y uno de los centrales fue José Guadalupe Zuno. “De ahí van a surgir artistas que van a la Ciudad de México como Carlos Orozco Romero y una serie de pinturas cubiertas o destruidas que no se sabe dónde están”.

Una figura representativa de este grupo fue Xavier Guerrero, quien se involucra en el movimiento para trabajar en lo que ahora se conoce como la Casa Guadalupe Zuno; al frente de este proyecto decorativo deja pinturas murales sin firma que “justo buscaban hacer un ejercicio de colectividad”, y autoafirmaba, abunda la coordinadora editorial, el espíritu heterogéneo del muralismo en el que quizá la única constante era el espíritu regional de las zonas donde se desarrolló.

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Luz y tinieblas en nuestro andar (2007), de Antonio Ramírez, en el Congreso estatal. Imagen Secretaría de Cultura de Jalisco
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“Hay un estudio sobre las diferentes técnicas y materiales que vamos a encontrar en el muralismo, con una mirada panorámica. Se da por hecho que en el muralismo son sólo frescos, pero hay ejercicios de experimentación con nuevos soportes y nuevos materiales como la pintura sintética”.

El siguiente núcleo del libro, “La obra portentosa. José Clemente Orozco en Guadalajara”, trata sobre los frescos de Orozco en el Paraninfo de la Universidad de Guadalajara, el Palacio de Gobierno y el Hospicio Cabañas, y es profundizado por el ganador del Premio de Poesía Aguascalientes 1992, Ernesto Lumbreras, quien ya había tenido oportunidad de abordar a Orozco en la retrospectiva muralista de 2010 y posteriormente en San Ildefonso.

Orozco pinta la bóveda del Paraninfo, señala, como un pintor en plena madurez, de 53 o 54 años, que había llegado de triunfar en Estados Unidos: propios y extraños, continúa, declaran el magisterio del artista nacido en Zapotlán el Grande.

“El Orozco que llega a Guadalajara para esta serie muralista ha definido su sentido de la pintura, se ha desmarcado de cualquier prurito ideológico, de cara a lo que está al alza en términos de mercado: el milagro cultural de México. Orozco no va a pintar alcatraces, no va a pintar indígenas por el sólo hecho de que eso le interesa al ojo extranjero. Orozco no va a sacrificar su pintura por ninguna causa política y ese carácter anárquico habrá de molestar tanto a los fascistas, como a los comunistas, los nacionalistas, los zapatistas y los villistas”.

Estampas de la vida (1975), de Gabriel Flores, se encuentra en el Foro de Arte y Cultura de Jalisco. Imagen: Secretaría de Cultura de Jalisco
Estampas de la vida (1975), de Gabriel Flores, se encuentra en el Foro de Arte y Cultura de Jalisco. Imagen: Secretaría de Cultura de Jalisco

Pero para el escritor eso no quiere decir que Orozco no sea un hombre de su tiempo: será un crítico, una conciencia y esto se verá en sus tres grandes momentos en Jalisco: el último, El hombre en llamas en el Hospicio Cabañas, “esa suerte de Capilla Sixtina nacional”, es la cumbre no sólo de Orozco, sino de todo el movimiento muralista.

Uno de sus primeros críticos fue Trotski, quien se horrorizó al ver reminiscencias, en las pinturas del jalisciense, a la Revolución Rusa, el imaginario comunista y los horrores del Gulag soviético: “El hombre que pinta Orozco es el de su época, pero también el de ahora: esas multitudes enardecidas, esa raza humana, paupérrima, vilipendiada por los poderes, sea el capitalismo o el comunismo, ese hombre de ayer, es, en otro contexto, el hombre de ahora”, afirma Lumbreras.

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El siguiente núcleo del libro “Continuidad y ruptura. La segunda mitad del siglo XX”, aborda —retoma la palabra Gutiérrez Cruz— en un grupo centrado en lo figurativo, entre 1950 y 1980, así como los artistas del Centro de Arte Moderno que experimentan con murales abstractos efímeros. Este grupo estaba conformado por Gabriel Flores y Guillermo Chávez Vega, y marca una de las grandes diferencias entre el muralismo mexicano y el jalisciense: no seguir la corriente de la Generación de la Ruptura y revitalizar las lecciones de los muralistas. “Los también llamados neorrealistas se atrevieron a reflejar la Guerra Fría, las dictaduras y el movimiento hippie”, y es la parte más fructífera del muralismo jalisciense. También hay otros figurativos como José Atanasio Monroy, José Chávez Morado y José María Servín.

El último núcleo son obras de los 90 y los 2000, y la pintura mural en Tlacomulco, Zapopan, Lagos de Moreno y Ciudad Guzmán. También hay presencia y ausencia de mujeres. María Izquierdo y su proyecto interrumpido por “los tres grandes” en el entonces Palacio del Distrito Federal es paradigma.

El libro se puede conseguir en Casa Barragán en Ciudad de México, y en Casa Cabañas y en la Librería Mariano Azuela de Jalisco. Hay gestiones para que se distribuya en más librerías del país, explica la Secretaria de Cultura, y se trabaja para que se libere de manera gratuita en formato digital.

La diseñadora, Emicel Guillén, cuenta también cómo el libro fue pensado, a pesar de ciertas normas implícitas en las publicaciones institucionales y de arte, para reflejar la fuerza del muralismo: algunas páginas se despliegan para observar las pinturas en un formato más grande o se incluye, por ejemplo, un cuadernillo de bocetos de Orozco.

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