La palabra “conticinio” describe la hora de la noche en la que todo está en silencio; a la gente que vivimos en una de las grandes ciudades de este país nos parecerá prácticamente imposible tener una experiencia de estas características. La ciudad suena, permanentemente, de una forma u otra, a veces más caótica y otras más sutil, y el conticinio se vuelve un maravilloso deseo que no llega del todo, que no supera el par de segundos o la plenitud.

Pero nuestras ciudades no suenan a lo mismo, no sólo entre una y otra; un barrio suena distinto a otro, una calle puede contener sonidos distintos a la de enfrente. Me viene a la memoria aquel documental de la película Roma, de Alfonso Cuarón, en la que el sonidista puso particular atención en los sonidos de cada barrio o zona en la que se desarrolla la película, con el agravante de situar además esos sonidos en una década específica.

Pero hay, algo así, como una onomatopeya de la calle, del barrio, de la ciudad que quizás en estos tiempos de pandemia y encierro nos da la oportunidad de percibir; y si no, contamos ahora con un proyecto de, ni más ni menos, que la Fonoteca Nacional para hacernos conscientes y adoptar no sólo el entorno natural o arquitectónico de nuestras ciudades, también sus sonidos particulares.

A través de un mapa sonoro, la Fonoteca nos abre los oídos a todo eso que probablemente pasa desapercibido en nuestro día a día, por supuesto captado en un momento específico, con sus detalles particulares que si bien no son replicables en el día a día, sí que son parte de una posibilidad que puede darse sólo ahí. Difícilmente escucharíamos en un barrio como el Pedregal o las Lomas de Chapultepec el cascabeleo de las conchas de caracol de los danzantes del centro de la ciudad, o al trovador urbano que deambula por las calles de un tianguis en Iztapalapa, y los vendedores callejeros de alguna estación de Metro al oriente de la ciudad sonarán distintos a los que realizan su labor en, por ejemplo, la estación de Polanco.

El mapa no se ciñe a la Ciudad de México y su megalópolis; decenas de localidades grandes y pequeñas están ahí, en el mapa sonoro, para ser escuchadas; y no sólo los expertos de la Fonoteca Nacional han aportado en esta labor, según se explica en la página de Cultura del gobierno federal dedicada a este mapa sonoro, cualquier ciudadano puede aportar a este proyecto y sumar memoria sonora desde su propio barrio.

De momento, la apertura para aportar al mapa sonoro de nuestro país es total, y la restricción se basa sólo en completar un registro en línea. A un proyecto como este no le caería mal cierta curaduría para no quedarnos muchas veces con registros más bien genéricos y que no retratan del todo estas zonas específicas; porque eso sí, queda registrado el lugar preciso donde se captó tal o cual audio, pero es fácil pensar que a veces en cualquier lugar del mapa donde nos situemos podemos encontrar registros con características iguales.

Vamos, que el proyecto es, por muchas razones, muy interesante ya que, hasta donde sabemos, no existe una geografía sonora de lo que pasa en nuestras calles, pero al ser un proyecto de la Fonoteca queremos pensar que se irá puliendo con el tiempo. Por lo pronto pase por la liga oficial y escuche eso que quizá ha pasado desapercibido para usted, o descubra como suenan otros lugares; la dirección es mapasonoro.cultura.gob.mx

Herles@escueladeescritoresdemexico.com

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