En Coraje (México-España, 2022), irrepetible ópera prima ficcional del heredero de dos dinastías actorales de 38 años Rubén Rojo Aura (cortos previos: Made in Mexico 04, El camino 06 y Carretera al norte 08; documental largo: El ruiseñor y la noche, Chavela Vargas canta a Lorca 15), con guion suyo y de César Tejeda, la celebrada actriz veterana capitalina miembro desde hace décadas de una compañía escénica con patrocinio oficial de 76 años Alma (Marta Aura) sale a correr ritualmente por las mañanas al bosque, escucha el polémico programa radial de Carmen Aristegui rumbo al trabajo, se consagra con devoción a los ensayos del rol titular de una virulenta adaptación mexicana de la hipercrítica pieza épica Madre Coraje y sus hijos de Bertolt Brecht, cuando le ocurren varios acontecimientos que la sacude, su médico oftalmólogo le comunica al revisarla que los avances del deterioro de su vista van con mucha mayor rapidez de lo previsto, el severo e irrefutable jefe de la compañía teatral Martín Elejalde (Fernando Becerril) congrega a su grupo de actores para informarles que han entrado en un proceso selectivo debido a una reducción de personal a causa de un recorte del treinta por ciento al presupuesto que ha dictado el Patronato, y al retornar a casa en su miniauto por la noche descubre que su conflictivo conflictuado hijo alcohólico de 54 años Alejandro Alex (Simón Guevara Aura), a quien abandonó desde la infancia junto con su padre, la espera tras el cristal oscuro de la entrada, luego de una larga temporada en Madrid y decidido a permanecer asilado por tiempo indefinido en su lindo depto, tanto como a librar una dura batalla contra su alcoholismo, en suma, tres amenazantes circunstancias inesperadas que trastornan por completo las rutinas y seguridades del ahora frágil universo personal de la anciana Alma antes de acabar siendo definitivamente relevada por la arribista suplente Carlota (María de la Luz Zendejas) en el papel protagónico brechtiano, si bien sorpresivamente, a la hora del estreno retoma su sitio principal sin problema alguno, superando por el momento todas las dudas y los contratiempos planteados por un pese a todo respirable y misericorde femifinal destellante.

El femifinal destellante se estructura mediante 5 segmentos y combate a brazo partido por la reivindicación de la vejez, pese a sus estragos, y la dura aceptación serena de la muerte, pero considera su conquista más sensible y profunda el juego (y rejuego) entre la ficción y la realidad, haciendo coexistir a Brecht con Luigi Pirandello (una Madre Coraje en busca de autor), algo fundamental que se plantea verbalmente y de manera dialogada en off desde la prologal secuencia introductoria aún con la pantalla en negro cuando tanto la consagrada Marta Aura como el hijo de su primer matrimonio Simón Guevara Aura discuten su conformidad o disconformidad con los nombres ficticios de Alma y Alejandro que les han sido asignados en el libreto (“Creo que es muy acertado, y sano también”), así como la petición de permiso de la disciplinada intérprete para dirigirse fuera de rol al realizador (“¿Te puedo hablar como Rubén, como hijo mío?, ¡ah, O.K!”), pero además, por encima de todo ello, ese heterodoxo instante sublime en el que, al término del rodaje de una álgida escena intensísima, Almarta y su vástago se lanzan a los brazos de cada quien, dentro de un púdico plano muy cerrado por cortesía de la acechante fotografía formidable de Gris Jordana (“Ahí, ¡corte!”).

El femifinal destellante se consuma literalmente y quizá ante todo como un cálido, valioso y perdurable tributo de amor loco filial que le rinde en vida el director debutante a su madre Marta Aura (fallecida el 8 de julio de 2022 a los 79 años, muy poco después de concluir el rodaje), un homenaje a su dignidad de largos cabellos blancos tan esplendentes sueltos como en trenza interminable, su estrujante lupa gigantesca para leer sus parlamentos, su postura disidente izquierdista (precedente sin duda de su militancia en el extinto heroico Sindicato de Actores Independientes en los acelerados años setenta), su añoranza de los seres queridos muertos en las secuencias claves de las pequeñas fugas al bosque para abrazar siempre la corteza de un mismo árbol con una mano dotada de vida propia, su paulatina ceguera duplicada por la pérdida del sentido de la vida (“Cuando ya no me puedo realizar como actriz, lo que yo soy yo, creo, y mis hijos ya no me necesitan”), su adiós testamentario a consecuencia del despido injustificado, su insistente homologación con la fortaleza de la originaria Madre Coraje inmortal (su semejante paradigmática, su alter ego ideal), y sin embargo, su espontánea aportación de cierta esperanzada ternura compasiva al duro personaje simbólico-distanciante-discursivo cerebralmente creado por Brecht (inclusive ante la muerte de su hijo menor y su hija muda, que nada pueden contra su peregrinar obstinado), su sencilla solidaridad con los amigos o enemigos colegas actores yéndolos a visitar al camerino antes de la transfigurada Opening Night de Cassavetes 77 con una frase de la tradición gremial vuelta entrañable (“Sólo vine a desearles mucha mierda”), y su egregio canto de cisne a una existencia dedicada a la pasión por el teatro (“Muchos años de vivir una carrera maravillosa, es dificilísimo, me ha costado la vida misma”), pero no debe olvidarse que, según la poeta antillana Audre Lorde, “No puedes usar el fuego de otra persona, sólo puedes usar el tuyo propio, y para eso debes estar dispuesto a creer que lo tienes”, de lo cual no escapa ni reclamando el privilegio de acometer su versión preluctuosa de Todo sobre mi madre (Almodóvar 99) y acabar filmándose a sí mismo a través de ella.

Y el femifinal destellante entrega su cierre fílmico-teatral a un trozo de la puesta en escena de La mujer rota de 1993 con la perenne Marta Aura, sin duda una dama rota y desaparecida, pero jamás derrotada ni ausente.

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