En Nueva Ola Francesa (Nouvelle Vague, Francia-EU, 2025), empático opus 25 del texano experto en prolongados period films de 65 años Richard Linklater (Antes del amanecer/del atardecer/de la medianoche 95/03/13, Boyhood: momentos de una vida 14), con guion suyo y de Laetitia Masson y Michèlle Pétin basado en un argumento de Holly Gent Palmo y Vincent Palmo Jr., el feroz cinecrítico y cortometrajista suizo de 28 años y perpetuas gafas oscuras Jean-Luc Godard (Guillaume Maubeck enigmático de cuerpo y tiempo completos) increpa con sus amigos de la revista Cahiers du cinéma al bienintencionado productor independiente Georges de Beauregard (Bruno Dreyfürst) en el coctel de su bodrio afgano El pasaje del diablo (Dupont-Schoendoerffer 58), pero aprovecha la buena voluntad del santo varón para enjaretarle el financiamiento de su primer largometraje, basado en una difusa línea argumental de su colega ya famoso François Truffaut (Arier Bouyard) sobre un hecho de nota roja al que titulará Sin aliento (60), no tardando en incorporar tan astuta cuan insólitamente en el proyecto a un anticarismático amigo boxeador seudoactor Jean-Paul Belmondo (Aubry Dullin) para el papel protagónico, junto con la ascendente estrellita rubia hollywoodense Jean Seberg (Zoey Deutch), gracias al manipulador esposo francés de ella François Moreuil (Paolo Luca Noé), así como al obeso asistente atareado resuelvetodo Pierre Rissient (Benjamin Clery) y al camarógrafo excinefotorreportero militar incapaz de refutar acrobacia alguna Raoul Coutard (Matthieu Penchnat), y así, tras sustraer billetes de la revista y ser bendito en bola por todos los miembros de ésta en presencia del patriarcal inspirador neorrealista italiano de la nueva ola de improvisados directores cinéfilos Roberto Rossellini (Laurent Mothe), el novato inexperto Godard se lanza a la anarquiloca y atropellada realización de su falso thriller de acción y romance entre un ladrón homicida gratuito y una estudiante gringa en París aspirante a delatora por instinto natural, que habrá de generar la cinta culturalmente más exitosa e influyente en lo expresivo-narrativo del hoy reconocido arranque del cine contemporáneo en el mundo entero, merced a esa temeraria y perdurable ruptura nuevaolera.

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Crédito: Especial
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La ruptura nuevaolera acomete entonces, sin misericordia ni tregua, a modo de bitácora objetiva e imparcial, la crónica acerba y desnuda, aunque jamás delirante, de los 20 días de un rodaje que se convierte en una auténtica pesadilla para sus participantes, de continuo pensando en desertar, pero finalmente obedeciendo los caprichos, arbitrariedades, invenciones fuera del libreto (más bien inexistente), desplantes, titubeos, alardes artísticos/antiartísticos, genialidades insufribles, dilaciones costosas, riñas literalmente cuerpo a cuerpo con el infeliz productor Beauregard y hasta autosabotajes de un hermético e insondable Godard en apariencia inepto (“Si nunca más te dejan dirigir, siempre puedes ser un operador de dolly de primera clase”, ironiza Coutard) que ni siquiera revisa encuadres, ni filma segundas tomas o intercortes, y escandalizando luego a sus aterradísimas montajistas, obligadas a aprovechar todos los materiales sin excepción, no cortando entre las secuencias, sino con brutalidad al interior de ellas: “El público gustaba de los cortes bruscos de Méliès”, arguye Godard.

La ruptura nuevaolera dicta así la más didáctica/antididáctica y antiacadémica/antihoolywoodense lección práctica de factura fílmica imaginable, una cátedra y un verdadero tratado de dilecta cinefilia pura internacional que goza tanto la irrealidad de la mimética fotografía de época en blanco/negro de David Chambille como la baudelairiana belleza de lugares comunes regurgitados (Seberg oyendo su flamante frase clave: “No sé si soy infeliz porque no soy libre o no soy libre porque soy infeliz”), o como la invocación de la leyenda (Belmondo instruido sobre su destino trágico ante un mítico cartel de Bogart), o el desfile en pasarela ilusoria de celebridades (Rossellini predicando la sencillez durante un aventón automovilístico, Cocteau abrazando el sacerdocio del cine, Bresson lamentando in situ la brevedad del rodaje de su Pickpocket en el Metro parisino) y el incontenible hallazgo fílmico sin artificios: el ayudante factótum Rissient recogiendo del bote de basura un papel con posibles ideas brillantes godardianas, la continuista feminista avant la lettre Suzanne Schiffman (Jodie Rutg-Forest) burlándose de todo romanticismo que no sea el de disfrutar un mañanero, la estoica Liliane David (Léa Luce Busato) demostrando en disciplinado silencio merecer un papel mayor, más una petrificada Seberg rechazando robarle la cartera a un muerto e improvisando su estúpido maravilloso parlamento final (“¿Qué es repugnante?”), porque el tono tranquilo e ínfimo neutro no quita lo vehemente.

La ruptura nuevaolera sabe, como del poeta español José Hierro que: “Aquél que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría no podrá morir nunca”, y uno de esos privilegiados sería sin duda Godard en el centro de un homenaje rápidamente post mortem que lo entroniza como el más genial y perdurable e influyente creador del movimiento de la Nueva Ola Francesa (aunque nunca se menciona siquiera a Chris Marker), ese Godard ladrón de camaradas y de citas literarias, estilizando en crudo un alter ego idealizado, surtidor de conceptos ajenos (“Da Vinci decía que una obra no se termina, se abandona”) y hasta de alguno propio en busca de la espontaneidad y lo instantáneo e inesperado (“El cine es un arte revolucionario, es la sensación del movimiento”), en pos de esa recreación “genésica y caótica” de visionarios como Artaud, sin renunciar a la rosselliniana sencillez evangélica.

Y la ruptura nuevaolera concluye mofándose de toda predicción pesimista, al confirmar con letreros que Seberg protagonizó 25 cintas más, mientras Belmondo y Godard siguieron filmando todavía por 60 años.

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