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Silvia Beatriz Pérez Celis nació en la Ciudad de México en 1946, realizó estudios de Antropología en la ENAH, luego vivió en Francia e Inglaterra; al volver a México se casó con Claudio Molina, formó una familia con dos hijas y tomó el apellido de su esposo.
En 1976 entró a un taller literario con Elena Poniatowska y Hugo Hiriart. Era la más joven del grupo, sus compañeras eran señoras apasionadas por la lectura. Silvia escribió un capítulo de lo que sería su primera novela, y una de sus compañeras del taller le dijo que era pura basura. “Un día Elena llegó muy enojada porque ninguna presentaba nada, y nos dijo: ‘Ya me voy porque escribir es todos los días, y si nadie escribe qué hago aquí’. Levaba mi manuscrito, me dijo que le interesaba y me pidió que leyera en las siguientes sesiones. Así comencé”.
La mañana debe seguir gris ganó el Premio Xavier Villaurrutia 1977. Desde entonces no se ha detenido. Ha publicado una veintena de novelas, literatura histórica y para niños. “Tengo mis lectores que me han seguido y a los que no quisiera defraudar, porque un escritor publica para que lo lean, si no para qué”.
Aunque la crítica literaria la sitúa en una generación de autores mexicanos que se caracterizan por la recuperación de la provincia, en la cual se inscriben Maria Luisa Puga, Bárbara Jacobs, Carlos Montemayor, José Agustín y Hernán Lara Zavala, pero lo que caracteriza los libros de Silvia es la búsqueda constante de identidad a través de los otros.
Así puede verse en su primera obra y en La familia vino del norte (1987), Imagen de Héctor (1990) o La República española en un pañuelo (2021), donde busca al ser amado que partió, a la familia materna, al padre y a los tíos de la infancia.
Saber de dónde viene usted es el motor de su literatura, ¿no es así?
Padezco de ese falta de identidad, esa ha sido mi búsqueda y es muy complicada porque ni siquiera me apellido Molina, adopté el apellido de mi esposo, porque tuve la suerte de tener una familia realmente interesante, con un marido culto, hijas bastante preocupadas por la lectura y la música.
Perdí a mis hermanos, ya no tengo padres, de entrada, a mi padre no lo conocí
Silvia Molina, escritora
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En su novela más reciente, El tío Rafael o la huida del peregrino (Bonilla Artigas/ 2024), se aboca a la búsqueda de Rafael Sánchez de Ocaña, periodista, diplomático y filósofo de la Generación del 98, que vino a México exiliado y que ingresó a su familia al casarse con su tía materna. “Rafael también es parte de mi historia, porque voy al mismo tiempo descubriendo un personaje y voy descubriéndome a mí misma”.
Al principio de esta novela dice que su vida está llena de pérdidas ¿Por qué?
Mi vida ha estado llena de pérdidas como la de mucha gente. Pero yo, híjole, perdí a mis hermanos, ya no tengo padres, de entrada, a mi padre no lo conocí; he perdido realmente a gente muy cercana, es muy dura así la vida.
En La República española... dice que es la última de esa generación y que por ello le correspondía narrar lo que vivieron.
Exacto, para que no se pierda. Escribo, sobre todo, para mis hijas, por recuperar algo de lo que yo viví, me imagino que les podría ser interesante para saber de dónde vienen.
Es curioso que diga “escribo para mis hijas”, y sin embargo lo publica.
Bueno, soy escritora y lo que deseo es que me lean, pero en realidad el origen sí es contarle a mis hijas y a mis nietos parte de la vida que sé que para ellos es importante, porque de ahí vienen. Claro que también es literatura y hay ficción, es inevitable.
Realmente por ese amor el tío Ricardo cambió su vida, decidió no regresar a España, se quedó en Francia, para estar cerca de ella
Silvia Molina, autora de 2La república española en un pañuelo"
En varios de sus libros conversa la ficción con la historia, parece que le preocupa mucho investigar de lo que va a escribir.
La investigación siempre me ha gustado, la tuve que hacer para mi libro sobre Rafael, porque aunque era mi tío no lo conocía absolutamente. Fui haciendo un proceso de descubrimiento, me parecía maravilloso; no quería dejar de investigar y busqué lo más que pude, hasta que ya no encontré nada. Porque investigar es como una revelación, te vuelves un detective, es muy interesante ir uniendo cabos e irte dando cuenta de las cosas.
El Ateneo de la Juventud fue muy importante en la formación de esa generación de intelectuales españoles que estuvieron muy comprometidos con la política.
Sí, toda esa etapa del Ateneo de Madrid, fue donde Rafael realmente se formó, ahí hizo su carrera filosófica y se inició en la política, que era lo que realmente hubiese querido. Pero el personaje que fui descubriendo es interesante desde mi punto de vista, porque se le atravesó el amor, él tenía una visión de vida y de lo que quería hacer, hasta que conoce en París a una joven rusa y se enamora. Realmente por ese amor cambió su vida, decidió no regresar a España, se quedó en Francia, para estar cerca de ella, luego se va a Suiza y va dejando a un lado su carrera política que empezaba a construir.
¿Por qué cree que se dio esa relación entre los intelectuales y la función pública?
Porque es la forma de expresión en la que se iniciaron. La mayoría de esos jóvenes eran escritores y periodistas que fundaban sus revistas. Casi todos los personajes que pasaron por el Ateneo tuvieron un papel preponderante en la apertura de España hacia Europa porque en esa época España estaba muy atrasada en el conocimiento, era una España rural.
Era realmente un hombre erudito, un humanista que lo mismo hablaba de los griegos o de los latinos, que de la historia de la India
Silvia Molina, Premio Xavier Villaurrutia por "La mañana debe seguir gris"
Durante la novela va alternando pasajes biográficos con algunas columnas que Rafael escribió. ¿Por qué son importantes esos fragmentos de su trabajo para el libro?
Él casi no dejó translucir biografía en sus artículos, pero ahí me di cuenta realmente de todo lo que sabía, y que tenía también muy buena pluma. En sus artículos descubres los intereses de las personas, lo que realmente le importaba, hacia qué se inclinaba.
Rafael Sánchez de Ocaña sobre todo fue periodista, dice en el libro que su columna era esperada por los lectores de El Nacional.
Fíjate que sí, porque era un escritor de fondo, conoció a Miguel de Unamuno y a todos los de la Generación del 98. Cuando cumplió 25 años de escribir en El Nacional, le hicieron una comida, y en los discursos se referían a su columna porque él hablaba de todo. Era realmente un hombre erudito, un humanista que lo mismo hablaba de los griegos o de los latinos, que de la historia de la India o de la filosofía de Sócrates, o de la Escuela Libre de Enseñanza, que fue la que realmente empezó a despertar a los jóvenes al conocimiento y al deseo de cambiar España.
¿Cree que el papel del columnista siga teniendo vigencia ahora que todo el mundo opina?
Sí, porque todos los lectores le damos seguimiento a ciertos autores que te interesan; creo que es muy vigente, es como tener a tu escritor de confianza.
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El perro de la escritora entra veloz a la sala, es café y de gran tamaño, mueve la cola y saca la lengua con mucha emoción, se apura a sacarlo al jardín, porque “es época de calor y está cambiando de pelo”.
Molina me recibe en su casa al sur de la Ciudad de México, muy cerca del periférico. Es mediodía, está vestida con un pantalón sastre color negro y una blusa de licra con estampados tropicales, lleva un par de accesorios pequeños y un discreto toque de labial.
En ella se entreteje una dualidad, es una mujer metódica y ordenada, pero a la vez conserva la curiosidad infantil, todo pregunta y todo le interesa. Es risueña pero no pierde la consciencia de las formas, siempre está al pendiente: es excesivamente correcta.
¿Silvia Molina es obsesiva como escritora?
Sí, soy obsesiva, nunca acabó porque corrijo, corrijo y corrijo.
La parte de historiadora está presente en sus novelas de ficción, en la literatura para niños…
Primero estudié antropología, y la historia me encanta, entonces es muy natural para mí, porque se vuelve un asunto de intriga y emoción, donde vas uniendo cosas. Siempre hay un marco histórico donde sitúo mis narraciones.
No puedo oír el Concierto de Aranjuez sin acordarme de Rafael, así como no puedo oír Las golondrinas sin ponerme a llorar
Silvia Molina, novelista
Cuando mezcla la ficción, ¿cómo hace que sus textos sean verídicos y a la vez literarios?
La novela como género tiene mucho de ficción, porque necesitas echar mano de situaciones para que pasen cosas y haya tensión. Aunque escribas de temas históricos, la ficción empieza a salir porque la misma escritura te lo va exigiendo. Así que, aunque sea basado en experiencias reales, hay un trabajo literario detrás.
En la presentación del libro dijo que se llegó a obsesionar tanto con su tío Rafael que empezó a soñarlo. ¿Ha soñado con él después de haber terminado la novela?
Después de haber hecho la novela ya no, lo perdí un poco antes de terminar y ya no volví a soñar con él. Lo que me pasó es que cuando estaba escribiendo la novela, me acordaba de cosas que no había recordado en años. Como cuando me sentaba en su estudio para enseñarme lo romance, eso se me había olvidado por completo, pero me empecé a acordar de la incomodidad de estar sentada ahí porque yo no alcanzaba, estaba tan chiquita que mis pies no llegaban al piso, entonces me veía moviendo los pies mientras me hablaba mi tío.
Los objetos cobran mucha presencia en su literatura, en el libro sobre Rafael es un radio el que le recuerda el Concierto de Aranjuez, y a partir de ahí va construyendo los escenarios.
Pues sí, es como la Magdalena de Proust, que te despierta el recuerdo de todo un mundo que habías perdido. Hay ciertas cosas que son detonadores de sentimientos, olores y panoramas. No puedo oír el Concierto de Aranjuez sin acordarme de Rafael, así como no puedo oír “Las golondrinas” sin ponerme a llorar porque me acuerdo de mi padre.
Cada novela suya gira en torno a una persona ya sea de su familia o de la historia. ¿Le interesan las personas más allá de los personajes?
Me interesa el ser humano porque su esencia son las pasiones y los deseos. Me interesa cómo piensan y cómo actúan porque la literatura te descubre a ti mismo, y al igual que las lecturas, si no estás tú en ese libro, está tu tía o es idéntico al papá de no sé quién… te vas descubriendo.