Con la misma paciencia con la que se aguarda el florecimiento de una rosa, Eduardo Barba ha recolectado todos los rastros botánicos que se esconden en el Museo del Prado. Transformó esta histórica galería en un inmenso jardín al clasificar y registrar los claveles, margaritas, narcisos y todas las especies que brotan de estos cuadros. Las plantas cuentan historias, había que escucharlas.
El Museo del Prado en Madrid es uno de los recintos culturales más importantes del mundo. Su colección alberga los mayores conjuntos de artistas como El Bosco, Tiziano, El Greco, Rubens, Velázquez y Goya. Más de 8 mil visitantes recorren diariamente sus salas dispuestos a sumergirse en los colores, aunque el tiempo parece insuficiente para detenerse en las más de mil 700 obras pictóricas que se exhiben. Cada una de estas piezas ha sido registrada por Eduardo Barba, en busca de presencia botánica.
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“Analizar las plantas dentro de las obras de arte nos permite complementar el discurso de cada obra, incluyen una carga de información muy rica que si nos fijamos en ellas nos permiten disfrutar aún más esas piezas. Me percaté que había ciertas lagunas en los estudios de los historiadores del arte sobre la botánica y viceversa, cuando son complementarias. Las plantas, las flores, están ahí, esperando a contarnos un secreto”, apunta.
Esta amplía labor de Barba le ha permitido colaborar con tareas importantes del Prado, como el Taller de Restauración. “A veces se requiere saber qué tipo de planta hay porque es una pieza más dentro del engranaje que es el cuadro; la identificación botánica permite tener una mejor restauración si saben la especie, su color, la región de dónde proviene”. Además, ha participado en la publicación de catálogos para exposiciones como Fra Angelico y los inicios del renacimiento en Florencia, La Fuente de la Gracia. Una tabla del entorno de Jan van Eyck, Peret, entre otras.
“Una planta nos puede contar la época del año que quería reflejar el artista: la primavera, el verano; también nos pueden contar historias socioeconómicas, como el caso del tulipán y ese boom económico que hubo en torno a una sencilla flor; así como la presencia y relevancia que tuvieron en distintos periodos del arte como el gótico, el barroco y el renacimiento”, platica.
La colaboración entre el Museo del Prado y Eduardo nació casi de forma accidental. Durante un año y medio, él acudió varias veces a la semana motivado por su “pasión de aprender”, sin otro interés más que descubrir hasta la más mínima flor que resguardan estas piezas. “De tanto ir al Prado y las muchas horas que pasaba, los propios trabajadores fueron conociendo mi labor. Eso llevó a que un día quisieran contar con mi conocimiento a nivel botánico. No pretendía nada más que aprender”, recuerda Barba, quien se asume como un jardinero paisajista e investigador botánico en el arte.
Precisamente, este conocimiento le permitió a Eduardo Barba desentrañar las señales silenciosas del huerto. “A nivel religioso, hay plantas que aparecen continuamente, como la azucena (lilium candidum), esta especie es una de las más representadas en la historia del arte porque aparece en las historias de La Anunciación, donde el Arcángel Gabriel comunica a María que será la madre del hijo de Dios; la azucena evoca la virginidad de María”.
Las fresas (fragaria vesca) están muy relacionadas —detalla— a la Sagrada Familia, la virgen María o el niño Jesús, porque tienen un significado polisémico: el fruto rojo significa la sangre vertida por Cristo en la cruz; las hojas son compuestas y tiene tres folíolos, al igual que la Santísima Trinidad; las flores de las fresas tienen cinco pétalos blancos, como las cinco ligas que recibió Cristo en la cruz, también ese blanco nos remite a la pureza. La fresa tiene flor y fruto, al igual que María fue madre pero hija.
Para el catálogo de La Anunciación de Fra Angelico, el investigador documentó hasta 35 especies de plantas. Una de las peculiaridades que llamó su atención fue que en la cintura de Adán y Eva, mientras son expulsados del Paraíso, aparece la hierba de los pordioseros (clematis vitalba). “El artista la ha puesto ahí con una clara finalidad. En la Edad Media, los mendigos cogían estas hojas y se las frotaban en brazos y piernas, la savia les irritaba la piel a tal punto que les producía llagas y ampollas. Entonces, antes de acudir a las puertas de los templos para pedir limosna se frotaban en ella para inferir mayor piedad a los feligreses”, explica.
Fósil vegetal
Aunque en esta ocasión no se ensucia las manos con la tierra o evita espinarse con un rosal, como jardinero del arte también enfrenta otros retos que lo han llevado a consultar herbarios y manuscritos de siglos pasados.
“No todas las plantas son identificables desde el primer vistazo, como jardinero tengo un bagaje que me ha facilitado esta labor, pero he tenido que aprender y sigo aprendiendo de estos maestros. En las obras he descubierto plantas que ya no se cultivan, variedades de rosas que están prácticamente extintas u otro tipo de plantas. He tenido que recurrir a los jardines impresos en papel: manuscritos y herbarios de otros siglos que eran un catálogo de las plantas cultivadas en ese momento. He podido recurrir al Tratado de la pintura de Leonardo Da Vinci, donde habla de la manera en la que se pintaban los árboles, y herbarios como el basilius besler o el hortus eystettensis; cualquiera que me ofreciera una muestra de lo que se pintaba y se cultivaba en otras épocas”.
“Un ejemplo —cuenta— es el manzano limoncella, una variedad muy antigua de manzano cultivado en la antigua Roma, que se utilizaba como fuente de vitamina C, pero al día de hoy está extinto. Ese manzano aparece en la tabla de La Anunciación de Fra Angelico; era muy probable que fuera consumida en la Italia renacentista, en la región de la Toscana donde vivía el artista. Es una de las plantas que me causa mucha emoción cada vez que la veo en una obra porque queda ese registro de un uso antiguo del fruto”.
Pero esta exploración no se limita a la temática religiosa. “Las plantas también nos pueden contar la dinastía a la que pertenecen las personas, cuál es su casa nobiliaria. En el retrato de Antonio Moro a María Tudor aparece con una rosa en la mano, es la rosa de Lancaster, la rosa de su casa real, con una sola flor simboliza la genealogía”, detalla. La rosa de Lancaster, también conocida como rosa de los boticarios pues le atribuían propiedades medicinales, acompaña a quien fue proclamada reina de Inglaterra; una flor tan delicada con “una de las miradas más severas del Museo”.
El Museo del Prado abrió sus puertas en 1818: un edén histórico. El trabajo de Barba ha registrado más de 600 especies distintas retratadas en las obras expuestas, aunque la investigación sigue abierta e incluso ya ha comenzado a analizar otras colecciones que están en resguardo. Siempre alerta de no caer en algunas licencias-provocaciones de los artistas. “Van der Hamen pintó en un cuadro un tulipán azul, muy bello, pero que no existe”.
Cuenta que entre las flores más representadas en el museo está la azucena, la violeta (viola odarata) y el clavel (dianthus caryophyllus), mientras que los árboles que más protagonizan los cuadros del Prado son el pino (pinus pinea), el ciprés (cupressus sempervirens) y el roble (quercus robur): “Son siluetas habituales por una razón: los centros de producción de arte en el siglo XVI y XVII fueron en el norte y sur de Europa, las plantas predominantes van a ser de estas regiones de trabajo”.
La representación de las plantas con las escuelas de arte también varía a través de los años. “Durante el renacimiento y el barroco, el laurel, el olivo, las espigas de trigo, o la cabeza de la adormidera (papaver somniferum), donde se extrae el opio, tienen una continuidad en la tradición pictórica y artística”, explica.
Para el gótico, las plantas tienen un mayor peso simbólico. “Se estableció una relación de cercanía. En este periodo encuentras muchas de las hierbas habituales de los campos, que muchas son las que hoy en día tenemos en Europa, como las plantas pratenses (phleum pratense) o ruderales. Las más representadas en el gótico son el diente de león (taraxacum officinale), la margarita (bellis perennis) porque representaba la resurrección pues empezaba a florecer cuando el invierno iba pasando, era ese resurgir de la naturaleza después del frío y de la noche del invierno. En este periodo las plantas más representadas son las comunes y más cercanas a los artistas, pero les imprimían una carga simbólica para incluirlas de las escenas sagradas porque en, gran medida, el arte estaba financiado por la Iglesia, así que este discurso religioso se veía completado por la botánica”, puntualiza.
Un paraíso
Una de las joyas que alberga el Museo del Prado es el Jardín de las delicias de El Bosco, una de las obras más ambiciosas y enigmáticas de Hieronymus Bosch. “Aquí se podría resumir, en cuánto a botánica, lo que un artista debía de ser. Cualquier artista debe prestar atención a la naturaleza, pues nos enseña donde está la luz, el color, las formas, los volúmenes, las composiciones. El Bosco prestaba atención a la naturaleza de una manera muy delicada y sofisticada”.
Estoy convencido —apunta Barba— de que las plantas que retrataba El Bosco las llegó a tener en su mano porque de lo contrario no sería capaz de aplicar algunos detalles que son únicos. Por ejemplo, en el Jardín de las delicias pinta el sello de salomón (polygonatum odoratum), una planta que genera unos frutos negros pequeños y en la punta de su fruto tiene un apéndice muy diminuto que cuesta verlo, él lo ha pintado y sus frutos negros están pintados en la parte baja de la tabla central, están uno tras de otros como colgando de una ramita espinosa; lo que ha hecho El Bosco es magnificar ese pequeño apéndice del sello del salomón.
Esta obra de El Bosco, que data de finales de la década de 1490, cuenta con más de 50 especies distintas. “La comprensión del tríptico está muy vinculada a la comprensión de la botánica”, agrega. Fue un cóctel de quimeras vegetales donde reunió especies exóticas. “La aguileña que pintó El Bosco se usaba como un perfume afrodisiaco. También está la borraja que se creía que curaba la melancolía y el aparato respiratorio, probablemente esta planta venía de Oriente”.
“Pero el paradigma absoluto dentro de la producción de El Bosco es el drago de las canarias (dracaena draco). Se sabe que El Bosco nunca viajó fuera de su región y no tuvo contacto con el drago, pero posiblemente supo de esta planta por estampas y grabados de otros artistas. Una botánica muy exótica que reflejaba ese paraíso distante”, dice el investigador botánico en el arte, quien ya ha trasladado esta odisea a otras colecciones de museos como el Thyssen-Bornemisza, el Lázaro Galdiano o el de Bellas Artes de Bilbao.